“Cuéntame, ¿cómo te ha ido en el colegio?” La ilustradora Dani Le Feuvre (32) recuerda que esa era una de las preguntas habituales que su abuela Tita le hacía cuando iba a visitarla a la residencia donde pasó sus últimos años de vida. “¡Súper bien!”, le contestaba Dani ignorando el hecho de que ya tenía 25 años, se había graduado como profesora de educación básica y estaba estudiando para dedicarse al dibujo.
Había otros comentarios que evidenciaban la pérdida de realidad de su abuela materna, algunos relacionados con su edad, otros con la frecuencia de sus visitas. No importaba. Seguirle la corriente a su abuela, que tenía Alzheimer, le permitía conectar con ella más allá de las barreras de la memoria.
También hacía más alegres las visitas semanales que tanto disfrutaba. No solo porque podía hacerle compañía, también porque sentía ese lugar como un espacio de inspiración que la llenaba de ideas.
“Me encantaba el ambiente que había en el hogar. Encontraba que estaba lleno de personajes demasiado entretenidos y había una dinámica en donde las personas mayores volvían a ser niños. Salían historias muy bonitas, también otras de abandono”, recuerda.
Una de esas historias es la que Dani plasmó en la novela gráfica “Tita- Consejos y recuerdos de memorias surtidas”, que lanzó Enhorabuena Editorial, una especie de homenaje a las enseñanzas que surgieron de esa relación. Pero no solo trata de ellas. Para Dani, la historia es un reconocimiento a los lazos colectivos entre nietas y abuelas que perduran en el tiempo y también un llamado a mirar de frente a un sector de la sociedad usualmente invisible.
“Quería contar esto porque siento que es un tema que nadie quiere mirar, nadie quiere contar historias de la vejez, menos de personas con Alzheimer”, explica Dani. “No es fácil tener un familiar con esta enfermedad. Hay personas que se desesperan, les dicen: ‘¿cómo no te acuerdas de mí?’ Para mí fue mucho más fácil seguirle el juego y tratar de hacerle la vida más fácil. Quizás mi abuela no se acordaba de mi nombre, pero sabía perfecto quién era yo”, agrega.
De esa época de visitas surgió la idea principal, los primeros bocetos. Pero el proyecto se materializó más tarde, cuando Dani se fue a vivir a Puerto Varas y luego de ganar un Fondo del Libro. Para ese entonces su abuela ya había fallecido. “Empecé a investigar, a entrevistar a mis hermanas, a mi mamá. Conectamos con cosas que nunca pensé que íbamos a conectar. El libro trajo un registro familiar muy lindo y levantó historias sencillas que creo que son muy universales de las abuelas chilenas”, cuenta.
Esas pequeñas historias de las que habla Dani están cargadas con detalles sensoriales y objetos de la vida cotidiana. El gusto de su abuela por el té, una caja metálica de galletas convertida en costurero, las hojas de otoño y su pasión por los boleros. Hasta incluye un cancionero con la letra de “Volver” de Carlos Gardel.
Conectar los sentidos con la memoria fue intencional, cuenta la autora. “La memoria incluye todos estos sentidos, el tema de la música para mi abuela era importante y está estudiado, es algo que no se pierde. Es hermoso eso. Con el tacto pasa lo mismo, las manos tienen memoria”, dice.
Costurera de toda la vida, su abuela Tita siguió cosiendo en la residencia. Dani cuenta que algunas cuidadoras incluso le pedían ayuda con los moldes para hacer ropa y ella los hacía como si nada. “Eso habla de lo integral que es el ser humano en cuanto a los sentidos”, comenta.
El libro viaja por el pasado, el presente y el futuro a través de una paleta de colores que ayuda al lector a ubicarse temporalmente. De esa forma fue posible ilustrar las complicaciones del Alzheimer y las dinámicas familiares que se generan en consecuencia. Pero también recuerdos felices de cuando su abuela la cuidaba, labor que, según la autora, no se reconoce lo suficiente a las personas mayores.
“La Tita tuvo un rol fundamental en nuestro cuidado, apañando a nuestros papás. Tenemos tan consolidado en nuestra cabeza que la abuela tiene que estar ahí que se nos olvida destacar esa faceta”, dice.
También narra con humor algunos momentos difíciles, como cuando su abuela se escapó de la residencia y estuvo unas horas perdida. “Traté de ponerme en sus zapatos, de entender cómo debe haber sido esa confusión. En su cartera tenía una tarjeta que le hizo mi mamá que decía: Soy Elsa, tengo Alzheimer. Cualquier cosa, llamar a estos números. Me imaginaba a ella leyendo esa tarjeta, dándose cuenta de sus confusiones y quise entender lo que se siente”, cuenta.
Para ella no solo hace falta ser más empáticos con las personas mayores, sino también urge rescatar el aporte que con su experiencia hacen a diario. “Creo que nos falta rescatar esto de las culturas más ancestrales, lo de recurrir a los más sabios, cuidarlos y devolverles la mano”, dice. “Tenemos una deuda como sociedad frente a ellos y hay mucho abandono”, agrega.
Parte de esos aportes y enseñanzas toman forma en estas páginas a través de pequeños tutoriales y consejos que la autora heredó de su abuela: cómo hacer un alfiletero, un recetario de cocina y consejos de belleza. “Es importante todo lo que nos transmiten las abuelas cuidadoras. Creo que tiene que ver con enseñar a hacer las cosas con cariño, con dedicación, en fijarse en los detalles”, dice.
Es de esa enseñanza que la ilustradora reconoce su oficio con las manos que heredó de su madre orfebre y a su vez de su abuela, con la costura. “Me dedico a esto por una herencia creativa de ella. Veo una línea muy hermosa que ella transmitió con preocupación en el ejercicio de estas cosas”, dice.