Desde que tengo uso de razón recuerdo a mi mamá haciendo todo para que mi hermano y hermanas estuvieran bien. Tengo que reconocer que fui bendecida por una madre presente, pensando siempre en nosotros, enseñándonos el valor del esfuerzo y la humildad. La vi equilibrar sus trabajos con el tiempo que nos destinaba, entre ser secretaria, corredora de propiedades y vendedora de tortas, se hacía un tiempo para estar; tenía que ser así ya que era la proveedora. Nunca jugó mucho con nosotros (era otra época), pero su amor y presencia incondicional me marcó. Ha sido y sigue siendo mamá, doctora, consejera, banco, carpintera, abuela y cocinera, entre muchas cosas. Crecí con ese modelo, una mujer potente que no se detenía en la queja, sino que buscaba siempre cómo salir adelante con su hijo e hijas. Y ahora me toca a mí ser quien debe equilibrar trabajo e hijos, con la culpa tan tradicional que acompaña a las mujeres, que sentimos la mayor parte del tiempo que tenemos pendientes que debemos cumplir.

¿Cuántas veces hemos ido al trabajo dejando a un hijo o hija enferma? ¿Cuántas veces nos han llamado de la enfermería del colegio y hemos tenido que hacer malabares para responder a nuestro trabajo y rol de mamá, sintiendo que no estamos haciendo bien ninguna de las dos cosas? ¿Cómo convivimos y manejamos la culpa que acompaña a la maternidad?

Las mujeres debemos aprender a ser más compasivas con nosotras mismas. Culturalmente se nos ha traspasado la idea de que tenemos que responder de manera eficiente y casi perfecta a nuestro rol de madres, con la fantasía que debemos saber hacer todo, como si naciéramos con un “chip de maternidad”.  Cuando nació mi hija mayor tuve depresión post parto, patología que en ese momento no se conocía mucho. Si bien mi familia y mi marido me apoyaron, sentí cierto juicio desde mi entorno más amplio. ¿Cómo podría darme depresión por tener una hija? ¿Por qué no aparecía ese instinto maternal del que tanto se hablaba? ¿Cómo no me gustaba amamantar? Y la verdad es que no. Nada de eso me generó placer ni deseo; sabía que amaba incondicionalmente a mi hija, pero me asustaban muchas cosas, me enfrentaba a la responsabilidad de criar y acompañar a un ser diminuto y no sabía si iba a ser capaz o competente.

Por otra parte, sentí que mi libertad, algo muy valorado por mí, se esfumaba en pos de otro ser humano que me necesitaba completamente. Me sentía la persona más rara del mundo, pues no entendía por qué me inquietaba y me generaba angustia algo que supuestamente todas las mujeres amaban. No estar feliz con todo lo que envolvía la maternidad me hacía sentir culpa, pues pensaba que este rol era sinónimo de felicidad absoluta.

Sin embargo, mirando con perspectiva hoy agradezco esos cuestionamientos. Me hicieron comprender y experimentar la maternidad con un sentido de realidad que me permite no solo ser mamá, sino también dejar espacio para desarrollarme profesionalmente, querer y darme tiempo para estar con mis amigas, y reconocer que a veces quiero descansar. Y aunque muchas veces siento culpa al creer que les estoy fallando a mis hijos e hijas, he logrado integrar y defender la importancia de los otros aspectos que me interesan como mujer, y de esa manera evito recriminarme constantemente.

Como mamá de dos mujeres y psicóloga me parece relevante traspasar a las generaciones nuevas la idea que podemos fallar y cometer errores como mamás, teniendo así  un modelo sano y real de maternidad, no una súper héroe de cuento. Si no lo hacemos, la caída libre debido a las altas expectativas de la maternidad, será inevitable cuando ellas tengan su propia experiencia materna.

Para lograrlo es importante que les mostremos que, por ejemplo, muchas veces cuando llegamos a la casa, solo queremos silencio; que no queremos compartir nuestros chocolates, que queremos dormir con espacio en la cama, que nos angustia y lloramos cuando nuestros hijos e hijas están más irritables, que no tenemos respuestas para todos sus problemas, que seremos injustas, que se nos olvidará alguna fecha importante y que los decepcionaremos. Sin embargo, todo eso no es sinónimo de incompetencia.