En una búsqueda rápida y preliminar de lo que es la autoestima, lo que arrojan las respuestas virtuales es que se trata de la confianza, aprecio y valoración que tenemos de nosotros mismos. Algunas investigaciones postulan que tiene que ver con la percepción o juicio, sea éste positivo o no, que formulamos en torno a nuestra persona en función de la evaluación de nuestros pensamientos, sentimientos y experiencias de vida.

Se dice, en definitiva, que la autoestima no corresponde únicamente a una forma, visualidad o experiencia en particular, y sobre todo, que no es algo rígido y estático a lo largo de nuestras vidas. Pero, ¿es realmente así? ¿O hay, por lo contrario, ciertas experiencias de vida y privilegios –en sociedades altamente segregadas y discriminatorias– que permiten que algunas personas puedan desarrollar de manera más armónica y amigable la percepción que tienen de sí mismos? Y, por último, ¿de qué depende?

Lo primero que explican los especialistas es que no existe una autopercepción que no se desarrolle en función de cómo nos perciben los demás. Es decir, no existe una imagen personal que no esté en algo influenciada por la mirada externa.

En ese sentido, como explica el psicoanalista y académico de la Universidad Diego Portales, Felipe Matamala, se trata de una conexión indisoluble entre el mundo exterior y el interior, que se va aunando a partir de nuestras experiencias tempranas con nuestros cuidadores primarios. “La capacidad de relacionarnos con el mundo nos permite a la vez ir integrando sensaciones de seguridad que permean nuestro mundo interior. Aquellas percepciones, fantasías, representaciones o ideas que tengamos con respecto a la realidad van a influir en cómo la percibimos y a su vez en cómo nos percibimos a nosotros mismos y cómo tomamos decisiones en esa realidad”, explica el especialista. En definitiva, una relación bidireccional que se retroalimenta.

De alguna manera, como profundiza Matamala, esto tiene que ver con cómo desde chicos interiorizamos la figura del cuidador primario y lo que representa. Lo que significa esa figura va a tener una influencia en nuestra psiquis que luego determina desde dónde, al menos durante los primeros años, nos relacionamos con nosotros mismos y con el resto, independiente de que eso no sea de una única manera a lo largo de nuestras vidas. Desde una seguridad y tranquilidad, en aquellos casos en los que esa figura nos facilitó las herramientas para lidiar con las frustraciones y los cambios, o desde la angustia y el miedo en las situaciones más adversas. “En este último caso, la percepción que desarrollemos de nosotros mismos puede estar ligada a sensaciones de vulnerabilidad y ausencia. Hay experiencias en las que los cuidadores primarios se tornan más castigadores y eso hace que esa niña o niño crezca sintiéndose cuestionado, sin mayores capacidades para tomar decisiones. Ese es un agente inhibidor que hace que la persona afectada finalmente termine aplazando sus acciones o que simplemente no las realice, porque en su cabeza, el efecto que puede llegar a tener si es que las hace, puede ser terrible”.

Aun así, es clave entender que esas experiencias no tienen por qué determinar nuestra vida adulta. “Esas historias nos ayudaron a lidiar con la realidad en una época determinada, pero quizás en la adultez ya no nos sirven. Hacer esa distinción es clave para que esos mecanismos y aprendizajes no se apoderen de nuestra imagen personal”, explica Matamala. “Una forma de ir trabajándolo es identificar qué elementos son los que nos entorpecen y de dónde vienen. Es difícil porque se trata de cargas pesadas que fuimos aprendiendo e incorporando, pero cuestionarlas –y cuestionar nuestro convivir con la realidad y con nuestros propios miedos– es clave en el proceso de formulación de una autoestima que no esté mayormente influenciada por las exigencias, presiones y expectativas del resto”.

La psicoterapeuta Dominique Karahanian plantea que la autoestima es un constructo social que se formuló en sociedades industrializadas, capitalistas y en culturas excesivamente competitivas y exitistas, en las que surgen corrientes psicológicas que llaman a ponerle un valor a nuestra persona, muy ligadas al autoconcepto y a la autoaceptación. “La crítica es hacia la valoración respecto de nosotros mismos, ¿por qué tenemos que querernos a toda costa? Y sobre todo, ¿quién se beneficia de eso? Tiene mucho más que ver con una industria del ‘wellness’ que nos ha hecho creer, en pos de un mayor consumo, que estimarnos a nosotros mismos nos hace ser más felices”, reflexiona.

“Por lo tanto creo que se trata de un concepto complejo, o una idea construida a nivel social, mayormente impuesta, que busca hacernos creer que tenemos que tener una opinión respecto a cuánto valemos. Además, esa valoración está totalmente influenciada por la valoración que los otros tienen de nosotros”.

Como explica la especialista, no hay evidencia de que a nivel biológico haya algo que determine una mayor o menor capacidad de autovaloración. Lo que sí es científicamente comprobable es que en la medida que nos sintamos mayormente aceptados por nuestro entorno –y por cómo funciona nuestro sistemas de recompensa y nuestros neurotransmisores– se liberan mayores cantidades de endorfinas y dopamina, y eso nos hace sentir, aunque sea de manera momentánea, mayormente satisfechos y tranquilos.

“La autoestima es un constructo social que considera nuestro yo físico, ético, social e identitario, pero en realidad tiene que ver con cómo me valora el resto; si me juzgan o no; y las exigencias externas. A eso se le suma que las personas que piensan de manera más binaria y menos flexible, están mucho más propensas a ser afectadas por esa valoración externa. Porque no hay que perder de vista que los seres humanos no somos, estamos siendo, y estamos en constante fluctuación, cambio y transformación”, termina Karahanian. Ahí entran en juego la necesidad de control y de aprobación, que ciertamente golpea nuestra auto imagen.

Así mismo lo plantea la psicóloga y académica de la Universidad Diego Portales, Daniela Carrasco, quien plantea que la autoestima se da en la medida que estamos en constante vinculación con otros, porque somos seres gregarios que convivimos y somos sostenidos por los demás. “Tiene que ver con cómo nos miran y nos acogen desde que nacemos”. En ese sentido, ciertamente las experiencias adversas dan paso a una capacidad para forjar la autoestima muy distinta a la que podrían facilitar las experiencias mayormente contenedoras, seguras y privilegiadas. Crecer de manera segura, con apegos seguros y en espacios que nos valoran y potencian.

“No nacemos de la nada ni en la nada, y en ese ensamblaje que se va dando, va surgiendo la sensación interna que determina quiénes somos y que finalmente es el reflejo o la proyección de los otros. Es como si la mirada de los otros fuera el espejo principal por el cual formamos nuestra propia imagen. Por eso, la autoestima va de la mano de aspectos culturales y de lo que valora esa sociedad. Si se valoran ciertas características físicas, intelectuales y afectivas y las tenemos, eso nos va a hacer sentir mejor porque estamos cumpliendo con lo que se espera de nosotros, tanto en nuestras primeras experiencias como más adelante”.

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