¿De qué se ríe Don Francisco?
El año pasado, cuando cumplió 40 años en televisión, el animador más exitoso de Chile se hizo un regalo: en una cajita puso el libreto del primer programa que hizo y el video del último. Entonces se dijo: "Si duro dos años más, genial, pero estos 40 no me los quita nadie". Y se relajó.
Revista Paula. Noviembre de 2003.
"Bájate corriendo. Después te explico", me dice un segundo antes de que Francisco, su chofer, se detenga en la puerta del canal 13. Un puñado de fans está a la caza de autógrafos. Pero él sabe cómo manejar multitudes. Corro como si me persiguiera un ciclón. Mario Kreutzberger (63) corre detrás de mí. La imagen es absurda. Yo con mi grabadora adelante, y él disculpándose con la muchedumbre atrás.
Más tarde explicará que su estrategia para evitar ser devorado por la masa, es caminar y caminar sin detenerse jamás. "¿Viste que resulta? Y no necesitas ponerte pesado con la gente", me comenta al bajar la primera escalinata del canal donde comenzó su carrera televisiva hace 41 años.
"He ido a terapia. Me encanta ir, y a los terapeutas les encanta hablar conmigo".
Ese día martes 21 de octubre asistirá a Mucho Lucho, el programa de Luis Jara, y ha tenido que ir por la tarde para enterarse de la rutina. Óscar García, su amigo y estilista desde hace 20 años, carga con la ropa, la corbata, los zapatos. Don Francisco mantiene la prestancia de un ídolo. Por el pasillo se cruzan empleados del canal. Camina rápido y me sopla al oído: "Ya no conozco casi a nadie". Una nueva generación se ha tomado esa estación y aunque él siga recibiendo venias, las cosas no son como antes. Ni siquiera él sigue siendo el mismo. Ha dejado de trabajar los domingos, de obsesionarse con el rating y de vivir a mil para estar en la cima.
–Dígame la verdad. ¿Nunca se ha deprimido o ha pensado: "Basta, no quiero hacer nada más"?
–Yo me deprimo todas las semanas.
–Le pregunto en serio.
–En serio. Yo paso deprimido; me deprimo muchísimo por cosas que no puedo controlar ni manejar.
–¿Qué cosas son esas?
–Cosas... Yo quisiera preguntarle a todos tus lectores que tengan más de 50 años –porque los demás todavía no están en esa liga– si en la vida todo les ha salido como pensaban; si son inmensamente felices... Todos te van a contestar que no. Porque la vida no es como uno la sueña ni como la imaginas. Sin embargo, la vida es fantástica.
–¿Lo afectó, específicamente, la separación de su hija Vivi?
–Me afectó mucho. Y ella lo sabe. No se lo oculté a nadie.
–¿Le afectó porque se perdía una institución o porque era su niña?
–Nada de eso. Ni porque era mi niña ni porque era una institución. Era porque, al romperse una familia, hay muchos lesionados. Y todos los lesionados eran parientes míos. Ésa era la única razón.
–¿Usted cumple el rol de pater de la familia?
–Siempre creí eso, pero hoy en día ya no es así.
–¿Eso lo alivia?
–No es que me alivie, pero llega un momento en que uno tiene que ser sólo espectador de la vida de los suyos. Cuesta darse cuenta, y pasa tiempo hasta que te das cuenta de que no tienes derecho a interferir, a opinar. Tu único derecho, el que te queda, es que te pregunten. Y recién ahí das tu opinión.
–Pero eso lo aprendió hace poco.
–Lo aprendí después de muchos golpes y de mucho tiempo. Entendí, aprendí, que tenía que ser así.
–¿Qué lo hizo aprender?
–Es que con el paso del tiempo, llega un momento en que miras para atrás y te das cuenta de que has recorrido mucho más de lo que te queda por recorrer. Y que finalmente lo importante es que tu paso por esta vida no sea estéril, que hayas dejado algo en alguien.
–¿Tiene dudas de no haber sido un buen padre?
–Creo que cometí un grave error en una etapa de mi vida en que, persiguiendo aplausos, no fui el padre que yo hubiese querido ser. Nunca tuve ni la paciencia ni la dedicación. Tenía 26 años y tres hijos. Era chico, y era popular en ese momento.
–¿La fama lo intoxicó un poquito?
–No sé si me intoxicó, pero la fama, el exceso de elogios, la admiración que pudieron sentir otros, no creo que sean buenas consejeras para nadie. Es difícil equilibrarse.
–Es curioso lo que dice, porque usted parece, frente a muchos, como un hombre que lo ha tenido todo...
–Es que, a lo mejor, yo hubiese querido otras cosas para mí, para mi familia. O haber sido distinto en ciertas etapas de mi vida... pero todo eso ya pasó. No sacamos nada con indagar. Ésta es una reflexión sobre la cual no hay solución. No vale la pena ni siquiera hablar sobre ello...
–A lo mejor, usted es tan autoexigente que nunca alcanza a disfrutar lo que logra.
–Eso es verdad. Es la depresión del éxito, como lo escribí alguna vez en mi libro.
–¿Cómo es esa depresión del éxito?
–Mira, te lo pongo así: eres un montañista y te preparas durante años para subir el Everest. Vas, pero fallas. Entonces sigues y vuelves a subir. Finalmente llegas a la cima y clavas tu bandera. Estás dichoso. Pero cuando vienes bajando, estás liquidado. Tienes que ponerte rápidamente otra meta porque, si no tu vida se acabó. Siempre tienes que ponerte una nueva meta.
–Pero uno tiene la sensación de que usted nunca bajó de la cima.
–Es que siempre tienes que ponerte una nueva meta. Y eso no quiere decir que tenga que ser sólo trabajar en la televisión. Mira, ahora estoy haciendo un disco, lo acabo de terminar. Y, para mí, fue un tremendo desafío. Por primera vez escribí música norteña; hice temas con música y letras mías, y me junté con otros grupos, y estamos haciendo un CD que va a ir en beneficio de una institución que ayuda a gente que cruza la frontera entre México y Estados Unidos.
–¿Cuándo para?
–Nunca. Uno nunca debe parar. Por circunstancias de la vida, tienes que dejar de hacer ciertas cosas, pero tienes que liderar otras, más pequeñas, más personales, más propias…
"Estoy en un proceso que comenzó con la separación de mi hija Vivi. Para mí, eso fue un impacto. A raíz de eso me dio una neumonía tan fuerte que estuve 40 días en cama. Y justo antes de cumplir 60 años, tuve un choque muy grave en Miami. No me maté porque estaba en un auto muy bueno. Entonces, me dije: 'Son tres avisos juntos. Mi vida tiene que cambiar'. Y he cambiado, no hay duda".
–¿Quiere decir que se han gatillado cambios en usted?
–Absolutamente. Cuando cumplí 40 años en la televisión, el año pasado, organicé una gran fiesta. Cada uno de nosotros se quedó con un Rolex como regalo. Los que llevaban más tiempo, de oro; los otros, normales. Y yo me hice un regalo. Era una caja donde metí mi primer libreto y el video del último programa que había hecho, y les dije a mis compañeros que esta fiesta tenía como objeto reconocer a todos los que me habían acompañado, pero que para mí tenía un significado muy profundo. En esa caja guardaba los 40 años más importantes de mi vida. Pensé: Si duro 42, genial, pero estos 40 años no me los quita nadie. Entonces, por primera vez en la vida, me declaré exitoso. Tenía 62 años de edad.
–¿Tuvo que hacer un proceso interno muy duro para declararse exitoso? Porque, tengo entendido, usted siempre ha rehuido ese término.
–Sí. El proceso comenzó con la separación de mi hija. Para mí, como te dije, fue un impacto. A raíz de eso me dio una neumonía tan fuerte que estuve 40 días en cama. Y justo antes de cumplir 60 años, tuve un choque muy grave en Miami. No me maté porque estaba en un auto muy bueno. Entonces, me dije: "Son tres avisos juntos. Mi vida tiene que cambiar de aquí en adelante".
–¿Hizo terapia?
–He ido. Me encanta ir, y a los terapeutas les encanta hablar conmigo. Es lo más curioso que hay. No tengo idea de por qué. Pero esta vez fue sin terapia, más una decisión personal. Reflexioné mucho. Pensé: "Tengo una familia maravillosa, he viajado por todo el mundo, he logrado todo lo que quería, ¿hasta cuando? Tengo que poner un freno".
–¿Y cuál fue ese freno?
–Declararme exitoso. Desde entonces he estado dispuesto a cambiar, a delegar, a dejar de hacer cosas.
–Imagino que no ha sido fácil.
–Al principio no, pero una vez que lo logras, es gratificante. Porque ahora yo ocupo tres horas del día sólo para mí. Desde las 8 de la manaña hasta las 11. Hago deportes y después me meto al baño y me doy una tina. Empiezo a trabajar al mediodía. He cambiado, de eso no hay duda.
–¿Todos los días se da una tina?
–Todos los días, y me demoró una hora. Ahí aprovecho de pensar en las cosas que tengo que hacer en el día, reflexiono sobre mí, sobre lo que he leído, lo que he visto. Las cosas a mi alrededor me importan. Por ejemplo, cuando leo que aquí hay un problema de la política y la pedofilia, me quedo sacando mis conclusiones. No voy a hablar públicamente, pero empiezo a pensar. Cada día me preocupa más, a raíz de los problemas que yo he tenido, el tema de los rumores. Cuando a mí me acusaron de acoso sexual, yo me di cuenta lo que significó eso para mi familia y cómo mis grandes amigos fueron antes periodistas que amigos.
–Pero tiene un grupo de amigos, de compadres...
–Tengo un par de amigos, pero un tipo como yo no puede tener muchos amigos.
–¿Por qué?
–Porque no los puedes atender. Terminas de trabajar a las once de la noche. Te invitan a comer el miércoles, y no puedes porque estás grabando. El jueves estás cansado... Mira: todas las semanas recibo una cosa como ésta (extiende una lista), donde sale todo lo que tengo que hacer en el día, y todas las mañanas, en el hotel o en la casa donde esté, recibo un papelito parecido a éste. Yo no estoy acostumbrado a no tener nada que hacer un día. La otra vez fui de vacaciones y me aburrí. Entonces, me mandaron un papelito, pero era de vacaciones, y allí decía: "A las 9.30: levantarse. A las 10.30 ir a tal parte. Desde las 13.00 a las 15:00 almorzar", y así todo el día. Yo estoy acostumbrado a vivir así.
–¿Fue usted el que pidió que le mandaran el papelito?
–Claro, porque me estaba aburriendo, no lo estaba pasando bien porque no sabía qué hacer. Como el otro día, cuando mi hermano estaba de cumpleaños y lo llamé. Estaba almorzando con unos amigos en un restorán de Ñuñoa. Fui, y nos quedamos ahí hasta las 6 de la tarde. Hacía muchos años que no podía hacer eso.
–¿Y tiene refugios?
–Tengo un barquito. Antes salía a navegar mucho en él. Partía solo y paraba en alguna playa desértica. Y ahí me quedaba. Es que me gusta hacer canciones, poesías, escribir cuentos. Pero ahora ya no lo hago tanto.
"Soy súper desconectado. Porque a mí se me pierde todo. ¡Todo! En serio. Y en mi entorno todos lo saben. Por ejemplo, si tengo que llevar un cheque de un punto a otro, me lo meten en el bolsillo de la chaqueta y le avisan a la otra persona: 'oye, en el bolsillo derecho lleva el cheque'. Así es. Yo soy capaz de cualquier cosa".
DISTRAÍDO Y SUPERTICIOSO
–¿Es cierto que con los años se ha ido poniendo solitario, muy para adentro?
–Sí, mucho más. Soy bastante opaco, siempre lo fui.
–¿Se conecta con sus emociones?
–Sí, mucho. Mira, por darte un ejemplo: mi señora es cibernauta, y yo soy cosmonauta. O sea: no necesito andar en el computador porque ando siempre por el cosmos. Yo sueño mucho despierto, ando pensando en cosas increíbles. Esa capacidad es la que me ha permitido conectarme con mis emociones y también me ha servido mucho para inventar personajes, situaciones.
–Digamos que es un hombre bastante conectado consigo mismo.
–Pero también soy súper desconectado. Porque a mí se me pierde todo. ¡Todo!
–Mentira...
–No, en serio. Y en mi entorno todos lo saben. Por ejemplo, si tengo que llevar un cheque de un punto a otro, me lo meten en el bolsillo de la chaqueta y le avisan a la otra persona: "oye, en el bolsillo derecho lleva el cheque". Así es. Yo soy capaz de cualquier cosa y más... Soy tan distraído que puedo sentarme en el asiento de atrás del auto, en vez de sentarme al volante.
–¿Y es verdad que es supersticioso?
–Súper supersticioso.
–¿En qué?
–En todo. Cualquier superstición que te parezca posible, yo la tengo. Es que mis supersticiones no tienen explicación. No puedo entrar por donde salgo, no puedo salir por donde entro... Olvídate. Las tengo todas. Lo mío es terrible. Esas cosas me hacen hasta perder tiempo.
–¿Y cree en el mal de ojo y esas cosas..?
–No. Pero yo no uso nada que sea de animales que se arrastran. Ni de cocodrilos, ni de bicharracos, ni nada. Lo otro es que llevo siempre un palito en el anillo matrimonial... No sé, es como un apoyo.
–¿Y eso lo heredó de alguien?
–No, nosotros mismos nos vamos creando las supersticiones. Por ejemplo, cuando hacemos las reuniones de Sábados Gigantes, todos nos sentamos en el mismo lugar de siempre, nadie se puede cambiar de asiento. Y si vienen invitados, hay un sector especial para ellos. ¿No es una tontera? Lo es, pero es así.
–¿Cree en la mala suerte?
–No. La suerte está en todas partes y hay que buscarla, ella nunca te busca a ti.
–¿Se ha visto las cartas alguna vez?
–¡Jamás! ¡Nunca lo permitiría! Mi señora una vez vio a una adivina y nunca quise escuchar lo que le dijo. No me interesa. No quiero saber nada sobre el futuro. Yo tengo mis cábalas, que es distinto. Por ejemplo, mira esto (y saca una billetera muy añosa del bolsillo trasero del pantalón). En esta billetera entró mi primer sueldo. Y aquí va a entrar el último. Está vieja, gastada. Cuando la mando a reparar, me dicen que vale más le pena comprarse una nueva. Pero yo hago que me la arreglen nomás... Cosas mías.
YA ENVEJECÍ
–¿Cree que ha logrado controlar al personaje de Don Francisco, o la simbiosis entre ustedes es total?
–Cuando eres un artista, te empiezas a dividir. Mientras más años pasan, más lejos está el artista de la persona. ¿Por qué? Porque Juan Pérez-artista no transpira, no va al baño, no tiene depresiones, no tiene eructos; en cambio, Juan Pérez-persona tiene todo eso y, además, deudas, emociones. Y cada vez le tiene que entregar más combustible a Juan Pérez-artista. Y va pasando el tiempo, y Juan Pérez-artista tiene siempre la misma edad. No envejece. Por lo tanto, Juan Pérez-persona está cada vez más distante. Siempre es así. Frank Sinatra-artista se comió a Frank Sinatra-persona.
–¿Cómo ha evitado que Don Francisco no se lo coma a usted? ¿O ya se lo comió?
–No, pero se lo va a comer... Se lo come al final.
–Supongo que podrá cambiar el final, si usted quiere.
–Conozco a muy pocos que lo han logrado.
–Pero debe ser tremendo saber que su personaje se lo va a terminar comiendo...
–Es que uno no piensa en eso.
–Digamos que, entonces, el retiro de la televisión no es tema para usted.
–No. Es que al final yo me voy a retirar, pero no lo voy a hacer voluntariamente. A mí me van a retirar las circunstancias, el físico...
–Alguna vez confesó que tenía temor a envejecer...
–Ese miedo se me pasó, porque ya envejecí.
–¿No hay una sensación de estar en el ocaso?
–No, he cambiado mi opinión. Pienso que no tiene por qué existir ese ocaso. La calidad de vida te la tienes que ir dando tú en la medida en que sepas adaptarte a tus nuevas circunstancias. O sea: tomarte un buen ubicatex siempre. No querer colocarte en una posición o hacer cosas que ya no te corresponden. Es que tú puedes continuar desarrollándote y ser un aporte para otros. Estoy dictando unas charlas que me interesan mucho en una universidad de Estados Unidos. Yo tengo mucha experiencia, y tengo vocación de transmitila.
–¿Cómo se siente esta nueva etapa?
–Es una etapa más tranquila. Estoy muy interesado en ser exitoso, en que me vaya bien, en hacer bien las cosas, pero también sé que he perdido condiciones físicas, velocidad, alerta mental. Siento que me he ido adaptando muy bien a estas nuevas circunstancias, pero quiero hacer las cosas con mucha dignidad.
–¿Cómo así?
–Quiero ser lo más digno conmigo mismo que sea posible. Quiero ser un tipo íntegro. En el fondo, estoy más guardando mi nombre para el futuro que para el presente.
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