“Una vez al año el circo Boswell llega a Worcester. Todos los de su curso van; durante una semana se habla del circo y de nada más”, describe J. M. Coetzee en su libro autobiográfico Retratos de infancia. Busca dar cuenta de la relevancia de este evento en la provincia donde vive el niño protagonista. Él, su hermano y su madre, entonces, planean asistir a este importante evento la tarde del sábado, mientras su padre juega al críquet. Pero en la boletería, su madre escucha con asombro los elevados precios y se da cuenta que no lleva dinero suficiente. Compra la entrada para él y su hermano. “Entrad, yo los espero aquí”, les dice. En ese momento al chico se le quitan las ganas de entrar, pero la madre insiste.
Una vez dentro el chico se entristece, no logra divertirse; sospecha que su hermano se siente igual. Una sensación que lo persigue por varios días. El autor lo describe así: “(El protagonista) no consigue desterrar un pensamiento durante muchos días: su madre esperando pacientemente bajo el sol tórrido del mes de diciembre y él sentado en la carpa del circo para que lo entretengan como a un rey. Le perturba el amor ciego, abrumador, por el que lo sacrifica todo, de su madre tanto por su hermano como por él, pero sobre todo por él. Querría que no lo quisiera tanto. Ella lo ama de forma absoluta, y por tanto él debe amarla con la misma entrega: esa es la lógica que ella le impone. Nunca podrá devolverle todo el amor que derrama sobre él. La idea de una vida lastrada por una deuda de amor lo frustra y lo enfurece hasta el punto de que decide no besarla más, hasta rehúsa que ella lo toque. Cuando la madre se da la vuelta en silencio, herida, él endurece su corazón deliberadamente contra ella, negándose a ceder”.
Al parecer el sacrificio de esta madre, que espera pacientemente a sus hijos bajo el sol y que surge desde el profundo amor que les tiene, no consigue el efecto deseado, sino todo lo contrario ¿Vale la pena entonces sacrificarnos por los hijos e hijas? Según la psicóloga experta en el acompañamiento de mujeres en conflicto con la maternidad, Karin Inzunza (@la_oveja_negra_delamaternidad), el sacrificio que hacemos las madres por nuestras hijas e hijos tiene un origen cultural. “La frase ‘las madres somos capaces de sacarnos la comida de la boca para dársela a nuestros hijos’, es una muestra de aquello. Pero el sacrificio materno es mal entendido porque lo ideal sería que las madres se cuiden y se nutran y desde ese cuidado, surja el cuidado a sus hijos. Si las madres damos lo que no nos hemos dado a nosotras mismas, nos vaciamos”, explica.
Agrega que en nuestra sociedad existen muchos mandatos sobre el deber ser de las madres: que tenemos que darlo todo por los hijos e hijas, sino, entramos en la categoría de ‘mala madre’. “Y aún en lo cotidiano se refuerza esa idea cuando, por ejemplo, nace un hijo y las mujeres debemos reconfigurar nuestra vida laboral por ellos. Entonces desde ahí es normal que entendamos el sacrificio como parte de la maternidad”, señala.
Pero la idea nociva del sacrificio es muy perjudicial para la relación madre/hijo e hija. Cuando una madre deja de disfrutar para entregarse a sus hijos es probable que ellos, en vez de agradecer, se sientan en deuda. “El límite debería ser el deseo. Cuando una madre hace algo porque le nace y no porque es una obligación o un mandato, los hijos lo perciben así. Ellos sienten cuando la entrega de una madre es a partir del deseo y el goce, y al contrario cuando es por obligación o culpa”, dice. Y ni siquiera es necesario verbalizar esa molestia, porque cuando le das ese pedazo de pastel que en realidad querías comerte tú, se nota en la cara. No se les puede engañar con eso.
Es por eso que la psicóloga aconseja ser más complacientes con nosotras mismas. No exigirnos conductas que son parte del mandato de la maternidad, pues una mujer plena y tranquila, será también una mejor madre. “El disfrute y el goce es subjetivo y podemos encontrar goce disfrutando con los hijos e hijas de cosas que a nosotras también nos gusten”. Y es que en el libro de Coetzee, el caso del circo es un ejemplo. En otra parte del texto queda en evidencia que esa mujer añora su vida previa al matrimonio y a ser madre. “A muchas mujeres nos pasa eso, pero no porque no queramos ser madres, sino porque la maternidad en nuestra cultura está llena de mandatos y uno de ellos es el sacrificio”. Vivir en esa condición inevitablemente hará que los hijos sientan esa frustración y por tanto se sientan en deuda.
Otro típico ejemplo es la lactancia. Madres que sufren al dar pecho, pero como les dicen que es lo mejor para sus bebés, insisten y lo transforman en un sacrificio. “Esas madres no le están entregando placer ni beneficio a su guagua, le están entregando ansiedad”.
La maternidad debe ser a la medida de cada mujer. “Es importante que las madres entendamos que las maternidades son diferentes y que si para mí algún mandato se transforma en sacrificio, entonces deja de tener beneficios para mis hijos. Debemos poner límites respecto de lo que estamos dispuestas a entregar para que no se transforme en una maternidad sacrificada y culposa, porque así la percibirán también nuestros hijos e hijas. Finalmente, lo que a una madre le genera bienestar, también le va a generar bienestar a sus hijos, y al revés también”, concluye la psicóloga.