Hace 6 años me convertí en mamá soltera. Quedé embarazada de un chileno con el que salí algunas veces mientras vivía en Estados Unidos. Por esos años, mi carrera estaba en su mejor momento: llevaba tiempo trabajando en una empresa chilena con presencia internacional y me habían trasladado a Estados Unidos con visa y todos los gastos pagados.

Cuando noté un pequeño atraso, me hice un test de embarazo. El resultado fue positivo y le conté de inmediato. No teníamos una relación formal ni amorosa, pero él me dijo que haríamos lo que yo quisiera, que me apoyaría. Sin embargo, él ya tenía que regresar a Chile en los próximos días.

Lo primero que hice fue tomar una hora con el ginecólogo. Y estando sola en esa consulta, en un país que no era el mío, recibí una pregunta que me dejó pensando: “¿Qué has decidido sobre tu embarazo? ¿Sabes que tienes aproximadamente ocho semanas más para tomar una decisión?”. A pesar de haber recibido una educación católica, no tenía reparos con el aborto. Y hoy, más que nunca, creo que las mujeres siempre deberíamos tener esa opción. Me tomé unos días para reflexionar. Y en ese tiempo surgieron preguntas sobre la maternidad: ¿Quiero? ¿Puedo cubrir los gastos de criar a un hijo? ¿Cómo afectará esto mi carrera? ¿Cuánto cambiará mi vida?

Finalmente, decidí continuar con mi embarazo.

Lo más difícil durante ese tiempo fue ir a los controles sola. Me invadía la tristeza al ver a otras personas en la misma situación, pero acompañadas. El resto del tiempo, sin embargo, estuve rodeada de buenos amigos, tanto gringos como chilenos, que hicieron esos meses más llevaderos.

Con el papá de mi hijo mantuvimos contacto telefónico mientras seguía en Estados Unidos. Cuando volví a Chile, con seis meses de embarazo, nos encontramos en la clínica para el primer control juntos. Después de la cita, fuimos a la cafetería y tuvimos una conversación que para mí fue crucial: ¿qué significaba para él la paternidad? Su respuesta, aunque vaga, fue que estaría presente, aunque no pudo explicar bien qué implicaba eso para él.

Irónicamente, al día siguiente me mandó un mensaje de texto diciendo que las fechas de mi embarazo no le cuadraban, por lo que decidió cortar toda comunicación. Le ofrecí hacer una prueba de paternidad, pero él se negó.

No supe más de él hasta cuatro años después. Me contactó por Instagram, tras haber sido papá nuevamente, diciendo que quería hacerse cargo de alguna forma de nuestro hijo. Decidí darle una oportunidad: le pedí que, antes de presentarlos, demostrara un interés constante y que, si quería ayudar, podía contribuir en algunos gastos. Nunca obtuve una respuesta.

Este año consulté a una psicóloga infanto-juvenil para que me ayudara a responder las preguntas que mi hijo, ya de seis años, comenzaba a hacer sobre la ausencia de su “papá verdadero”, como él lo llama. La psicóloga sugirió explicarle su origen con un árbol genealógico. Y así lo entendió: hay toda una parte de su historia que falta.

Desde entonces, muchas mujeres me han dicho, con cariño, “es mejor que no esté”. Incluso la psicóloga lo mencionó en nuestras sesiones. Y yo me pregunto, ¿de verdad es mejor la ausencia total de un padre? No solo para el niño, también para la madre que queda a cargo. La respuesta parece ser que una figura paterna ambivalente genera más conflicto que su ausencia total. Y, desde la perspectiva de la madre, al menos se cría sin conflictos, aunque eso signifique enfrentar todo sola.

He tenido la suerte, que no todas tienen, de contar con una red de apoyo increíble. Mi familia y amigos siempre han estado allí cuando los he necesitado. Recuerdo, por ejemplo, a la Javi, quien cuidó a mi hijo cuando tenía solo tres meses para que pudiera ir a una entrevista de trabajo. O mis papás, que siempre han hecho lo posible por echarme una mano. Mi hermana Paz, quien tantas veces ha cuidado a mi hijo para que yo pueda tener esos momentos de “salud mental”, como ella los llama.

Nunca imaginé que, al decidir tener un hijo sin estar en pareja, terminaría haciéndome cargo completamente sola. Una cosa es no criar en pareja, y otra muy distinta es que una parte desconozca toda su responsabilidad, dejando toda la carga emocional y financiera en una sola persona. La mayor parte del tiempo ni siquiera soy consciente de lo difícil que esto ha sido. Hay momentos en los que mis fuerzas flaquean. Pero aun así, hay algo de lo que estoy completamente segura: a pesar de las dificultades, elegí bien.

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* Soy Maria Jesús es lectora de Paula y tiene 37 años. Si como ella tienes una historia de maternidad que compartir, escríbenos a hola@paula.cl. ¡Queremos leerte!