“Me caían lágrimas en un tren de París a Berlín. De esas lágrimas que no se pueden contener y que las miradas ajenas no logran avergonzar, porque simplemente caen, aunque parezca irracional. Esas lágrimas se desprendían después de un viaje perfecto de un mes por Europa con mi pololo. El itinerario contemplaba que él regresaría dos semanas antes. Por eso yo figuraba en ese tren, llorando, pues mi lado infantil ya extrañaba los momentos que habíamos pasado. Aunque nos fuéramos a reencontrar en Chile en pocos días, me costaba despedirme de todas esas aventuras que me tenían con ojos de felicidad y corazón contenido.

Ahora miro hacia atrás y pienso que ojalá mi acompañante de tren hubiera sido el experto en dependencia emocional, el psicólogo Arun Mansukhani, pero obvio que la vida no funciona así y solo había un asiento vacío que me recordaba que por primera vez en semanas, la mano de mi pareja no estaba sobre la mía. Muchas veces la única compañía de nuestra mano derecha es la de nuestra mano izquierda, pero hay veces que el cuerpo se acostumbra físicamente a otra presión que te acompaña y no te deja ir. Esta imagen, real, es una metáfora de la dependencia emocional de la que me informé gracias a la charla TEDx del psicólogo Mansukhani. Allí decía que, a diferencia de lo que se creía hasta recientemente en la psicología, no es que pasemos de la dependencia absoluta de la infancia a la independencia absoluta en la adultez. ‘Cambiamos el tipo de dependencia. Cuando somos pequeños tenemos lo que llamamos una dependencia vertical en la que hay una persona que cuida y otra que es cuidada. Una persona que provee y otra que recibe. La dependencia no desaparece, lo que vamos cambiando es la capacidad de depender hasta el punto de tener una dependencia horizontal. Donde uno cuida y otro recibe, pero también el que recibe cuida y ambos dan. Esta sería la relación de dependencia ideal entre adultos, la interdependencia’, dice el experto.

Sin embargo, aunque lo entiendo, tener relaciones horizontales me cuesta mucho. Pasé por una en la que yo cuidaba, y por otra donde yo era cuidada. No me quejo de ninguna, fueron hermosas experiencias que me sirvieron para encontrar el camino que busco. Historias con finales muy dolorosos, porque mi dependencia emocional fue parte de la ecuación.

La charla de Mansukhani no me llegó en esos minutos de máxima dependencia, me llega ahora. Y espero que estas palabras aterricen en los oídos de quienes lo necesiten escuchar y estampar en sus sistemas: ‘Las relaciones sanas de dependencia entre adultos son las horizontales’, como dice el psicólogo. ¿Y qué hace falta para tener relaciones horizontales? Dos cosas: Autonomía e intimidad.

La autonomía es cuando tenemos las herramientas para regularnos de manera individual. Si somos capaces de estar bien solos, es porque tenemos capacidad de autonomía. Si podemos regularnos también con ayuda de los demás, tenemos la capacidad de intimidad. Hay personas que son muy buenas con la autorregulación y muy malas con la corregulación, por lo que tienden a aislarse en procesos dolorosos. Al mismo tiempo, hay personas con gran capacidad de corregulación y menor capacidad de resolver sus conflictos de forma independiente. Estas personas más codependientes tienen un miedo básico a ser abandonados. Abandonados real o emocionalmente y en general –y aquí hablo en plural– no somos conscientes de ese miedo. ‘Su miedo es a que los dejen de querer. Estas personas se están esforzando constantemente para que los quieran. ¿Cómo? Cayendo bien, olvidándose de sus propias necesidades y fijándose en las necesidades de los demás’, explica Mansukhani.

En el polo contrario están las personas contradependientes o evitativas. ‘Si los anteriores tienen miedo a la autonomía, estos tienen miedo a la intimidad. Si el miedo de los anteriores es a ser abandonados, el miedo de estos otros es ser invadidos, perder su individualidad, perder esa autonomía que atesoran’, explica. Y así se van alejando; marcan una distancia con los demás y, a veces, también consigo mismos, siendo incapaces de reconocer sus propias emociones.

Esta charla me hizo tanto sentido, pues creo reconocer muchos de estos desbalances. Los he vivido, sin llegar al punto de tener relaciones abusivas, pero sí desbalanceadas. Puedo aceptar que me falta autonomía y fácilmente me convierto en alguien codependiente que intenta agradar, que ve al otro como un trofeo cuyo amor tiene que ganar. Pero el amor no es algo que tenemos que ‘ganar’. Nos quieren por lo que somos. Sabiendo esto, lo principal es conocernos y mostrar orgullosamente nuestros matices, colores, heridas y todo lo que nos conforma.

A tres meses de bajarme de ese tren de París a Berlín, ya no estoy en pareja. Pero a diferencia de ese día, hoy puedo decir que ya no me caen lágrimas por la falta de esa extremidad que en realidad no era mía. Tomo mi propia mano y me siento segura y espero, con consciencia de quién soy, de qué me gusta hacer, de qué me conforma como individuo, a la próxima mano que me acompañe en mantener y potenciar mi autonomía y mi intimidad”.

Romina Díaz Herbas (28), periodista.