Llega el frío, los días se acortan y se tiñen de gris. En las mañanas se ve la neblina y, con ello, salir de la cama parece un obstáculo difícil de sortear. Desde que Muriel Rojas (27) se fue a vivir a Alemania, ese ambiente -que ahora estamos empezando a sentir en Chile con la llegada del otoño- se ha transformado en parte de su vida cotidiana. Y lo que podría parecer sólo un dato, en este caso no lo es: para ella el frío y la falta de luz sólo ha acentuado y deteriorado su salud mental.
Muriel cuenta que con el frío tiene menos energía, le cuesta hacer tareas simples y se siente con un estado de ánimo deprimido: bajoneada. “Con mi pololo llegamos en invierno y acá el día se acaba a las 4 de la tarde. Eso fue duro para mí porque el clima me influye muchísimo. De hecho, ahora que empezó la época de primavera, me he sentido mejor porque el sol me hace bien, y lo noto desde cómo me veo a mí misma hasta la ropa que uso”, relata.
Justamente en este período de cambio de estación andar más desanimado podría ser más común de lo que imaginamos. Los especialistas, de hecho, le han puesto un nombre a este sentir: Trastorno Afectivo Estacional o SAD por sus siglas en inglés de Seasonal Affective Disorder, y su aparición, creen los investigadores, tiene directa relación con la falta de luz solar que afecta el equilibrio químico del cerebro.
Como consecuencia, en las personas se manifiesta un bajón anímico. Se sienten desanimadas y con poca energía, pierden el interés en las actividades que solían disfrutar, se acostumbran a dormir y comer más de lo habitual e incluso comienzan a aislarse socialmente y a tener la sensación de querer hibernar.
Descrito por primera vez en la década de los 80 por el psiquiatra Norman E. Rosenthal, este trastorno -reconocido oficialmente en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM, por sus siglas en inglés)- afecta aproximadamente entre el 1 y 10% mundial, según una revisión publicada en Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría.
Si bien aún no se determinan con exactitud las causas específicas que lo originan, una de las más aceptadas tiene que ver con la respuesta cerebral desequilibrada ante la disminución de la luz solar, dice el Instituto Nacional de Salud Mental de Estados Unidos. “Estos cambios lumínicos que se dan al inicio del otoño-primavera varían alrededor de un 30%. Por tanto, las personas se ven obligadas a cambiar sus patrones de sueño y, si bien no es el único factor desencadenante, sí tiene un efecto importante en la asimilación de vitamina D y los neurotransmisores”, sostiene la psicóloga de la Clínica Las Condes, Paola Mallea.
Específicamente, lo que sucede es que la producción de serotonina -neurotransmisor que regula el estado de ánimo- se reduce con esta falta de luz natural, mientras que la melatonina -hormona que permite mantener el ciclo normal de sueño-vigilia- aumenta. Como efecto, el ritmo diario del cuerpo se altera, generando cambios en el sueño, estado de ánimo y comportamiento.
Paula Errázuriz, académica de la Escuela de Psicología de la UC, investigadora de MIDAP y co-fundadora de la Fundación PsiConecta, indica que hay personas que se ven más afectadas que otras con estas variaciones porque, en ciertos individuos, existe una predisposición genética que haría más viable tener estos síntomas o ciertas patologías de base que se empeoran con estas condiciones climáticas. Además, elementos como vivir en zonas alejadas de la línea del Ecuador también podrían hacer más vulnerables a este tipo de trastornos.
“Esto en sí mismo es una enfermedad de salud mental que requiere de atención. No es que a la persona le falte fuerza de voluntad, sino que hay un problema que necesita ser tratado”, dice. En ese sentido, indica que la psicoterapia, acompañada de farmacoterapia, podría ser una buena estrategia de intervención, aunque también existen otros elementos de apoyo: “Exponerse más a la luz solar -en los horarios de la mañana-, hacer actividades físicas al exterior, poner ojo a los patrones de sueño y alimentarse de manera saludable”, sugiere.
Otra de las estrategias de tratamiento que han sido usadas por los especialistas ha sido la fototerapia, cuyo objetivo es contrarrestar la falta de luz natural mediante la exposición diaria a luz artificial irradiada a través de una máquina de tecnología LED. “Se ha demostrado que en cuadro clínico leve a moderado, tanto terapia lumínica como psicoterapia, tendrían un efecto parecido en tanto resolución de síntomas, pero en el largo plazo, la terapia cognitivo conductual permite un tratamiento más completo, sobre todo si se trata de algo más grave”, asegura Paola Mallea.
Aunque confiesa que le ha costado realizar acciones para mitigar sus síntomas, Muriel -en su caso- está siguiendo un tratamiento farmacológico supervisado por un psiquiatra. Con eso espera estar más animada, aunque también tiene sus esperanzas puestas en la mejoría del clima en el hemisferio norte. “Ahora que el sol se está yendo más tarde y hace menos frío, me he sentido mejor y estoy empezando a salir”, dice. En Chile, en cambio, solo nos queda esperar un poco más.