En mi casa escuchábamos a Víctor Jara despacito. Mi mamá tenía un cassette grabado, porque el original lo habían destruido. Yo no entendía por qué había música prohibida ni libros que teníamos que esconder. Su guitarra es el sonido de mi cuna, sus letras, ay palomay, son mi infancia rural de caminos de tierra y toques de queda. Había lucha en esos años, silenciada con metralleta. Se negaba la libertad, la opinión, el grito y la justicia. Había miedo, pero nunca olvido.

Ahora que volamos libres, siguen existiendo injusticias que algunos pretenden silenciar. Siguen habiendo dolores, muerte, hambre y sobre todo, sed. Y la ambición de algunos sigue siendo la razón, olvidando una vez más a los que tienen menos mientras los que están al mando son aplaudidos, premiados y alimentan su ego sacándose fotos y prometiéndolo todo en las pasarelas verdes.

Aunque de otro tipo, actualmente también atravesamos una batalla, una tiene como protagonista a la Tierra y a sus defensores. Porque creo que nadie podría decir que la lucha medioambiental no es una lucha. Tiene todo para serlo; tiene líderes y detractores, hay dinero, corrupción, abuso y muerte. Y la extraña sensación de que todo va a explotar. Planeta incluido.

Hay quienes la niegan y tienen opiniones que refutan las certezas que la ciencia evidencia. El cambio climático es una realidad y no importa lo que opine la gente. Así como no importa si alguien cree o no en la fuerza de gravedad, porque la gravedad actúa aunque alguien se atreva a negarla. Vivimos una batalla sorda y ciega para los que no quieren ver, y seguimos atetando contra el derecho de vivir en dignidad, igualdad y libertad. Que nos perdone Puchuncaví y su gente por cargarla con una termoeléctrica obsoleta que aún sigue funcionando y enfermando a los que no tienen la posibilidad de salir de ahí y correr a un lugar limpio.

La lucha medioambiental la damos todos. Y nos compete a cada uno. No es solo la cara de Greta ni la Leonardo Di Caprio. No es solo la que llevan dando por siglos los pueblos originarios en todo el mundo, que por sentir y vivir la Tierra la cuidan y la respetan porque es su casa.

Nuestra forma de vivir como dueños de la naturaleza nos hace creer que podemos dominarla completamente, pero ¿acaso podemos hacer que llueva? ¿Acaso podemos mover la cordillera y alejarla del smog que soporta día tras día? ¿Acaso podemos limpiar las aguas, el cielo y devolverle la vida a las especies que por nuestro actuar se han extinguido?

Tal vez no hemos gritado lo suficiente. Tal vez hay que hacerlo más fuerte, para que no nos engañen con discursos y para que de una vez por todas se firmen acuerdos como el de Escazú, se cierren las termoeléctricas y se planten los prometidos árboles por habitante. Y por favor, que por mí planten un canelo.