¿Cómo evalúas el plan paso a paso?
Es muy positivo que contemple una transición, pero para que funcione tiene que ser con mucha participación a nivel regional, algo que no hemos visto mucho. En general, en Chile hay poca base participativa y por eso es necesario que se hagan medidas junto a los territorios. Los indicadores de esta enfermedad, como hemos visto, aún se están aprendiendo, y siempre va a ser arbitrario definir los umbrales de la transición. Y es que no hay una verdad revelada, porque no hay experiencia moderna sobre hacer confinamientos comunitarios. Mi única experiencia fue cuando trabajé durante el brote de SARS en China en 2003. Ahí aprendimos a que hay que ser flexibles en este proceso y los indicadores deben ir calibrándose. Lo que sí creo que es urgente durante el proceso de desconfinamiento es fortalecer la red asistencial, para dar un tratamiento adecuado a los nuevos brotes, y al sistema y equipo epidemiológico, porque la investigación de campo en esta pandemia partió muy atrasada. Lo ideal hubiese sido comenzar a prepararnos desde antes para recibir la pandemia.
¿Qué tan posible es que existan rebrotes?
Si aumenta la interacción entre personas, aumenta el riesgo de rebrotes. Lo que debe ocurrir es que sean pequeños, no como ha ocurrido en estos días en ciudades como Barcelona. Hay que ser humildes: estamos aprendiendo la dinámica de esta enfermedad y lo más prudente es fortalecer la investigación de campo, la trazabilidad y el mapeo de casos, en especial en Santiago. Es importante recordar otras epidemias. Cuando brotó el Ébola, en 2014 en África, se perdió la trazabilidad debido a la masividad, pero se siguió trabajando hasta lograr retomarla, se identificaron los casos y se fueron cerrando los brotes.
¿Cómo las diferencias territoriales y sociales de nuestro país pueden determinar los brotes?
Los grupos con menos recursos serán los más expuestos a rebrotes, sobre todo en Santiago, donde las personas de escasos recursos deben desplazarse a otras comunas en transporte público y viven en mayor hacinamiento. En países más desarrollados, los ricos también usan el transporte público, pero acá en Chile, más que nada en la capital, es muy clara la segmentación y la necesidad de largos desplazamientos desde comunas marginales. Eso genera mayor exposición al contagio que en las clases altas, donde cada uno anda en su vehículo.
¿Cómo deben abordarse las campañas de cuidado en este proceso de desconfinamiento?
En primer lugar, todos tenemos el rol de cuidarnos y cumplir con lavado de manos y mascarilla, pero evidentemente es importante tener en cuenta cómo se transmite el mensaje de los cuidados, porque en Chile hay mucha desigualdad en términos educativos y hay personas que efectivamente van a entender menos. Hasta el momento, veo que no se ha trabajado de forma correcta la estrategia de comunicación. Es necesario generar cambios de conducta a nivel país a través de una estrategia más integral e interdisciplinaria, que involucre también a cientistas sociales. En el brote de Ébola, recuerdo que se trabajó con antropólogos para entender la racionalidad de las personas y explicarles los cuidados. Así se generaron cambios en las conductas. No es culpa de la gente si hay rebrotes, sino de las estrategias. La respuesta a una crisis sanitaria es, por definición, interdisciplinaria.
Mirando en retrospectiva estos meses, ¿qué es lo que más te ha llamado la atención de esta enfermedad?
Sin duda que se transmita antes de tener síntomas y la transmisión dentro de grupos familiares porque, aunque hemos insistido, el aislamiento en Chile ha costado mucho y las residencias sanitarias han sido insuficientes. Muchos llegados de Europa, por ejemplo, no hacen aislamiento efectivo, contando con las condiciones en sus casas para hacerlo. Entonces si no hay un entrenamiento en este tema, con mayor y mejor información, toda la familia se contagia. También me ha impresionado cómo Europa se ha visto de rodillas, siendo que los países ricos cuentan con mejor sistema de salud y con los mejores indicadores de respuesta a emergencia. Eso hace cuestionar el desempeño de estos países, el rol de la OMS y los indicadores que tenemos para evaluar cómo se responde a una crisis. Todo eso se está replanteando, incluso el modelo de suministros médicos a nivel global. Hemos visto que hay poca autonomía: se cortan los tráficos y los países quedan desprovistos de lo básico. Tenemos que ser más independientes, generar más alianzas a nivel regional. Aunque existe la Organización Panamericana de Salud, uno ve que no existe un rol articulador importante. Me tocó antes trabajar justamente en eso, y con los brotes de influenza fue muy clara la articulación, pero en esta enfermedad no lo he visto. Muy por el contrario: en Latinoamérica hay un ambiente más de competencia que de colaboración.