A mediados del año pasado Carmen (42) comenzó una terapia. Llevaba casi diez años de matrimonio, pero hace al menos cuatro, sentía que las cosas no iban bien. Muchas peleas, falta de sexo y un doloroso distanciamiento eran las señales que la hicieron sentir que era momento de intervenir su relación. Habló con su marido quien justificó todo esto con su agotamiento producto del trabajo. Le restó importancia y le dijo que lo habitual en las parejas que llevan muchos años, es que el entusiasmo inicial decantara, pero que eso no significaba falta de amor. Sin embargo, ella no quedó conforme con esa respuesta. Lo invitó a que se asesoraran por un tercero y que comenzaran una terapia juntos.

Aunque su marido no aceptó, sí se comprometió a comenzar una terapia personal, cada uno en paralelo, y quizás más adelante si fuese necesario, podrían ir a algunas sesiones juntos. “Le incomodaba la idea de estar exponiendo nuestros problemas y discusiones frente a un tercero. Pero yo me quedé tranquila, porque confié en que su terapia personal le permitiría ver su falta de empatía y egoísmo, que para mí son el principal problema en nuestra relación”, confiesa. Carmen comenzó su terapia, la que en pocos meses se transformó en una rutina impostergable porque, según dice, con ella se fue transformando en una mejor persona.

En paralelo, y con la idea de complementar el trabajo interior que estaban haciendo los dos, comenzó a organizar situaciones que los sacara de la rutina. “Un día lo pasé a buscar al trabajo para que fuéramos a comer o a tomarnos algo juntos, otra vez de sorpresa compré unos tickets para ir un fin de semana a un lodge fuera de Santiago, y así otras cosas. Él agradecía todo y lo pasábamos bien, pero me empecé a dar cuenta que en el fondo yo estaba esperando que él hiciera lo mismo y nunca nació de su parte la iniciativa de hacer algo distinto. Si no era yo la que organizaba algo para salir de la rutina, nuestra vida era una taza de leche”, cuenta.

Pero no fue la “falta de detalles” las que terminaron por agotar a Carmen. “Un día, de casualidad, me enteré que hace al menos tres meses él había dejado la terapia. No sé muy bien cómo describir lo que sentí en ese momento. Me acordé de un texto que había visto hace días en redes sociales y que me había quedado resonando. Decía: “Si te dijo que no cree en los psicólogos, lo que realmente te quiso decir es: no estoy ni ahí con cambiar”. Y es que más allá de que sé que la decisión de estar en terapia es súper personal, en este caso fue una especie de trato para intentar mejorar ambos. Y era lo que yo estaba haciendo, descubriendo mis errores para poder corregirlos. Por eso me dio pena, porque ese día confirmé que en esta relación, yo estaba tirando sola del carro”.

Actualmente Carmen y su marido están separados y cuando ella mira hacia atrás, se da cuenta de que lo que mantuvo su relación fue su capacidad de ceder. “Las cosas funcionaron bien mientras yo me amoldaba a sus gustos y necesidades, cuando todo se trataba de él. Pero desde el momento en que yo empecé a priorizar mis intereses y necesidades, las cosas cambiaron porque él no estaba dispuesto a ceder en nada”, dice.

La psicóloga Loreto Vega explica que hay muchas razones por las que las mujeres suelen ceder mucho más que los hombres. “Tiene que ver con la manera en la que fuimos sociabilizadas y que tiene una larga historia en la que el rol de la mujer ha sido servir a un otro. Hoy las cosas no son así, pero quedan resabios de esa crianza que permean nuestra forma de relacionarnos con la pareja, con el trabajo y también con la crianza. Ponerse al servicio de un otro siempre implica un poco el ceder a nuestros propios deseos e intereses”, explica y agrega que también está el factor social que se le atribuye al hecho de estar en pareja. “El miedo a quedarse sola en una sociedad que está hecha para estar en pareja hace que muchas veces las mujeres, más que los hombres, sean capaces de ceder para evitar un quiebre. Una situación que se acrecienta en el caso de las mujeres que tienen una dependencia emocional o económica con la pareja”.

¿Qué esperar del otro u otra?

Cuando Carmen cuenta su relato, dice también que ella, de alguna manera, esperaba que su marido tuviera el mismo tipo de gestos que ella tenía con él. En un artículo de Psychology Today se habla de la palabra “suficiente” como un término que deberíamos analizar. Porque siempre podemos sentir que nuestra pareja podría darnos más, pero ahí está el problema: hasta cuándo vamos a exigir. “Creo que no tiene que ver con esperar de la otra persona grandes gestos románticos, porque cada uno demuestra el amor de la manera en que le enseñaron a hacerlo o como puede hacerlo. Tiene que ver con estar ahí, con el acompañamiento y la presencia en tiempos difíciles o cuando el otro necesita ayuda. Entender las necesidades de la otra persona”, dice la psicóloga.

Agrega que “el esfuerzo que podemos hacer para construir o mantener una relación es positivo, pero la dificultad surge cuando ese trabajo es asimétrico”. La característica de una relación asimétrica es cuando solo una de las partes es la que se esfuerza, cede y se sacrifica, lo que a la larga puede provocar agotamiento y sobre todo frustración, al sentir que depende solo de uno que la relación siga adelante. “Si los dos entienden que en una relación de pareja se deben considerar las necesidades de los dos y no solo las personales, ambos entregarán sus energías en equilibrio y como equipo, pero si es solo uno de los miembros quien lo hace, se pueden dar situaciones tóxicas, de desigualdad y abuso de poder”.

Por eso es importante que las personas se mantengan siempre con la suficiente lucidez para detectar este tipo de situaciones, porque sobre todo cuando las relaciones son largas y entran en juego otras cosas, como la paternidad, entonces es más fácil dejarlas pasar. Loreto dice que “a veces caemos en una disonancia cognitiva, nos autoengañamos y echamos mano a nuestras expectativas y creencias de que lo que nos afecta en ese momento, puede mejorar. Y eso le suele ganar a la idea de que en definitiva la relación no funciona, porque asumirlo implica salir de la zona de confort, lo que genera malestar”. Así entonces –concluye–, si alguien cree que su pareja no le da suficiente afecto o no se entrega de la misma manera, lo primero es hacerse preguntas a uno mismo y entender qué es lo que realmente necesitamos. Y, por último, también preguntarse si eso que yo quiero es algo que doy. Ahí tiene que haber un equilibrio. Porque más allá de lo que uno es capaz de hacer por el otro, siempre es importante que las personas nos sintamos bien en una relación.