No hubo persona a la que le contara que quería entrevistar a Marcelo Bielsa que no se riera en mi cara y luego esbozara un gesto de compasión. "No pierdas tu tiempo", me decían.

Antes de este encargo periodístico, yo, de Bielsa, no sabía nada, salvo que le decían El Loco, que ganaba un millón y medio de dólares al año por dirigir la Selección Nacional y que no daba entrevistas. Entonces, puse en marcha un plan que me ha resultado otras veces: rodear al objeto de mi deseo periodístico, aproximarme a él sin llegar a tocarlo hasta estar tan, pero tan cerca que, cuando finalmente llegue, él ya me esté esperando.

Luego a estudiarlo. Yo no veo fútbol y sólo pregunto la hora de los partidos para ir en ese momento al supermercado y encontrarlo vacío o manejar por Santiago sintiendo que el tiempo se ha detenido, como en la dimensión desconocida.

Desencuentro No 1: aeropuerto

Con el soplo de un periodista deportivo de La Tercera, –que me dio una breve clase magistral sobre el DT– llegué hasta el aeropuerto buscando a Bielsa, quien volaba a Japón. Llevé varios ejemplares de Paula para él. "El viaje es largo y, si se latea, puede leerme", pensé. Mi plan era entregárselos personalmente, sin pedirle nada. Eso no se hace en la primera cita.

Pero no lo encontré y nadie me pudo decir si lo había visto. "Ésa es información confidencial", me respondieron, hasta que un funcionario de la aerolínea se apiadó de mí: "¿Él está esperando estas revistas?", me preguntó. "Sí", le mentí. Entonces el amable caballero se llevó mi encargo sin siquiera una nota mía, mucho menos una tarjeta de presentación. "Jamás las recibirá", pensé.

Y me olvidé del asunto. Aproveché de seguir estudiando a Bielsa (en Google, su nombre aparece mencionado más de 300.000 veces). De todo lo que leí me quedé con lo siguiente: tiene 54 años, de joven no podía ser más buenmozo, proviene de una familia bien de Rosario (su madre es profesora; su padre, abogado; su abuelo, jurista; su hermano, ex canciller de Argentina, y su hermana, concejala), está casado, tiene dos hijas adolescentes, debutó como defensor de Newell's Old Boys en 1976 y, en sus palabras, fue un futbolista fracasado y frustrado, que cuando se percató de que no sería el mejor, decidió ser entrenador. Entonces, a fines de los años 70 estudió Educación Física (y mientras tanto tuvo un kiosco de diarios), dirigió varios equipos, entre ellos el mismo Newell's; Atlas y América, de México; Vélez Sarsfield, de Argentina. Pero su mejor y peor momento fue cuando estuvo a cargo de la Selección Argentina, entre 1998 y 2004.

En ese momento Bielsa dejó de dar entrevistas. Ha dicho que, para él, TyC Sports es tan importante como una radio de Salta, y que no hace diferencias. Entonces, salomónico, no le habla a nadie. El contacto con la prensa es, estrictamente, a través de conferencias multitudinarias.

Hasta ahí todo bien: un futbolista medio peloláis que se transformó en DT. Pero la leyenda recién nacía. Un mal día la selección argentina desclasificó en primera ronda para el Mundial de Corea-Japón 2002 y, tras el fracaso, lo hicieron parir. La derrota lo golpeó ferozmente y se fue hacia dentro, han dicho quienes lo conocen. Su voluntad de callar se hizo de hierro. Pasaron dos años desde el desastre del mundial y, dos semanas después de haber conseguido la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Atenas para la Selección Argentina (el único trofeo que le faltaba ganar), renunció aludiendo motivos personales.

Mordiendo el polvo, Marcelo Bielsa fraguó su máxima: la victoria deforma y el fracaso hace crecer. El éxito envilece y la derrota hace mejores personas.

Así habló Bielsa frente a estudiantes del Colegio Sagrados Corazones, su ex colegio, mientras aún era DT de la Selección Argentina. "Los momentos de mi vida en los que yo he crecido tienen que ver con los fracasos; los momentos de mi vida en los que yo he empeorado, tienen que ver con el éxito. El éxito es deformante, relaja, engaña, nos vuelve peor, nos ayuda a enamorarnos excesivamente de nosotros mismos; el fracaso es todo lo contrario, es formativo, nos vuelve sólidos, nos acerca a las convicciones, nos vuelve coherentes".

Bielsa es como esa gente que, cuando le sucede algo bueno, lucha contra la felicidad, porque está segura de que algo malo vendrá a continuación. De ahí su permanente cara de preocupación o sufrimiento. De ahí su convicción de que para triunfar hay que perder y de que en cada victoria se pierde algo.

Si me da la entrevista, le preguntaré por qué lo pasa tan mal. En 2001 fue elegido Mejor Seleccionador Nacional del Mundo; en 2004 salió nombrado como el segundo mejor y en 2008, como tercero. El 13 de agosto de 2007 fue presentado ante la prensa nacional como el nuevo DT de la Selección Chilena. O como la gran esperanza del fútbol.

Primer avistamiento

ANFP. Martes 9 de junio, a las 19:00 hrs. Bielsa está a tres metros de distancia de mí.

Se me olvida que hay un mundial de fútbol por el que medio Chile se desangra. Estoy en la conferencia previa al partido con Bolivia y el salón está repleto de periodistas y camarógrafos.

Ahí viene Marcelo Bielsa, siempre súper sport. Es la primera vez que lo veo. Se sienta cabeza gacha y no mira a nadie. Sin ser descortés parece lateado, como si estar frente a los periodistas fuera un suplicio.

"En el fútbol, como todo en la vida, el exceso de confianza nunca genera buenas consecuencias. Que no nos gane nunca la vanidad y, por otro lado, que la inhibición no nos coarte. Trataremos de equilibrar estos dos ámbitos para hacer una buena competición. Los que nos dedicamos a esto profesionalmente no nos dejamos engañar ni por la alegría ni por la tristeza", sentencia.

Un colega toma la palabra: "¿Qué opina del reportaje que saldrá por las pantallas de Mega este jueves, mostrando su lado íntimo, su lado B?". Los presentes murmullan; todos saben que no hay que preguntarle por temas que escapen del fútbol, que te puede dejar con la boca cerrada o, lo que es peor, te puede humillar con su silencio.

–Opino que tienen mucho material. Gracias, buenas noches–responde mientras se para y se retira como un rockstar.

Segundo avistamiento

Estadio Nacional. Miércoles 10 de junio. Partido Chile versus Bolivia.

Superando mi desinterés por este tipo de eventos, voy al estadio sola. No veo el partido, busco a Bielsa con la mirada y estudio sus movimientos: se agacha y camina sobre su propio eje como león enjaulado. Escupe, maldice. Se sienta. Toma agua. Se para, grita. Maldice.

Chile hace cuatro goles y la hinchada no puede más de felicidad. Bielsa no festeja. ¿Por qué le carga ganar? ¿Por qué todo le parece un calvario? Y rememoro: el éxito-traiciona-engaña-deforma. ¡Por Dios, si esto es sólo fútbol!

A la conferencia de prensa Bielsa llega con su habitual cara de pescado. Es recibido con aplausos. Los periodistas de deportes lo aman. Y él, como si lloviera.

Son las 23:25 hrs y estoy en primera fila. "Que me mire, que me mire, que me mire", repito como un conjuro mientras reparo en una mancha al lado derecho de su cara, cerca de la nariz. Un colega le pregunta y apela al hombre, al ser humano… "¿Qué piensa de lo que vive el pueblo de Chile, ávido de triunfos, que sueña con llegar al Mundial..?". Hasta yo me emociono con la pregunta.

"Pienso que las alegrías del fútbol son sólo un componente más. Que Chile tiene otros motivos para ponerse contento. Las celebraciones deportivas son muy efervescentes, pero el día a día es otra cosa", afirma con la mirada en el vacío.

Asistente encantador

Después de ese partido, Marcelo Bielsa se va casi por dos meses a Rosario. Continúo mi el reporteo en Juan Pinto Durán, el complejo deportivo donde entrena la selección y, también, su hogar. ¿Por qué vive donde trabaja? Anoto en mi libreta para preguntarle cuando me dé la entrevista.

En Pinto Durán hablo con Diego Reyes, su encantador asistente que, de entrada, me dice que Bielsa no me dará una entrevista. "Tengo que intentarlo", le contesto.

Diego me entiende y se compromete a decirle, cuando regrese, que ando detrás de él y a entregarle un nuevo set de revistas. Esta vez le dejo una nota en la que le advierto que escribiré sobre él. No le hablo nada sobre una posible entrevista. Aún es prematuro.

En las sucesivas visitas descubro que Juan Pinto Durán es otro desde que Bielsa llegó. Ahora las instalaciones son de película. Él supervisa personalmente el largo del pasto y mandó a sacar todos los espinos para que los jugadores no se rasguñen las piernas. "Bielsa los cuida, sabe que sus piernas son todo", me dice un funcionario bajo estricto anonimato. También me cuenta que quiere poner arcos de aluminio para que los seleccionados no se peguen fuerte y que, si bien no tiene un contacto cercano con sus pupilos, ellos lo respetan a ciegas porque perciben el respeto que él les tiene.

Advierto que cuando él no está aprovechan de enchular, pintar y hacer arreglos. No le gusta que ande tanta gente dando vueltas. "El profe no puede ver una colilla en el suelo. Es así, muy profesional", asegura otro trabajador. Me confidencia, además, que apoya clubes infantiles sin que nadie lo sepa.

Un periodista que mantiene trato cercano con él me cuenta que una vez Bielsa fue al bar Liguria, en Providencia, y se sorprendió por lo barato de la cuenta. Al otro día, luego de examinar el detalle, llamó al restorán para pagar la diferencia. Efectivamente le habían cobrado de menos.

En la Asociación Nacional de Fútbol Profesional me recibe un señor muy amable. Le cuento mi objetivo. –A ver, –me dice iniciando un juego–, yo soy Marcelo Bielsa. ¿Qué querés?

Me quedo de una pieza. No entiendo. Él insiste: "Ya poh, ¿no te crees tan gallita? Imagina que soy Bielsa. Dale".

–Bueno… Eh… Hola Marcelo– le digo al ficticio Bielsa.

– Hola, ¿qué querés?

–Eh… Una… ¿entrevista?

–No.

–Pero…

–¡NO! ¿Acaso no entendés?

–Ya, pero no se ponga pesado–, le digo abandonando el juego.

–Mijita, Bielsa es así. No se olvide que le dicen El Loco.

Vuelvo a ensayar con el señor de la ANFP varias maneras de abordarlo y, en todas, me deja con la boca cerrada.

Epifanía

El reporteo a Bielsa me tiene mal. Nadie me pesca y él todavía no regresa de Rosario. Reviso mi correo. Alguien de apellido Estévez me escribe con el asunto: respuesta de Marcelo Bielsa: "Lorena, te adjunto carta de Marcelo Bielsa. Saludos".

Epifánico. Bielsa acusa recibo de mi existencia justo cuando mi ánimo decae:

"Estimada Lorena: Le escribo para informarle que he recibido todo los ejemplares de la revista Paula que me ha enviado, incluyendo los que me dejó en el aeropuerto.

Le saluda respetuosamente, Marcelo Bielsa".

Ok, no es gran cosa. Pero se ha cumplido mi objetivo número uno: Bielsa sabe que ando tras sus pasos. Dos, no me manda al carajo. Y tres: ¡recibió las revistas que le dejé en el aeropuerto!

En la mañana del 25 de agosto vuelvo a Juan Pinto Durán. "Dice don Diego que por favor lo disculpe, pero que esta vez no la podrá recibir porque está con El Profe", me dice el guardia por una rendija. Es la primera vez que vengo al complejo y Bielsa está. Le entrego un sobre con más revistas y una nueva nota que anuncia que lo sigo buscando.

En esos días me entero de que estará como expositor en Percade, un encuentro top de empresarios y me acredito para tantear terreno y, por fin, pedirle personalmente la entrevista. Es hora de dar mi segundo paso.

El final inesperado

Hace ya varios días que tengo mi celular malo y, para ver si me han llamado, de vez en cuando le pongo una batería de un móvil prestado. Logro hacer funcionar el aparato y descubro dos llamadas de un número que, pienso, pueden ser de la madre de un amigo. Llamo y me contesta un argentino muy pesado que, prácticamente, me cuelga.

Entonces, no sé por qué, se me ocurre googlear el número. Ahí está: Asociación Nacional de Fútbol Profesional. Vuelvo a llamar, a la vez que tomo un lápiz por si es necesario escribir algo. ¿Quién será?, me pregunto un poco nerviosa.

–Hola, soy Lorena Penjean, periodista de Paula, y no sé quién me llamó, pero necesito hablar con esa persona– digo de corrido, casi sin respirar, ansiosa.

–Ah, buenas tardes, Lorena. Fui yo, soy Marcelo Bielsa y quería hablar con usted.

–Hola Marcelo, qué bueno hablar con usted. ¿Cómo está?– le digo haciéndome la cool.

–Bien, gracias. Lorena, yo sé que su perseverancia persigue que yo la pueda atender y la llamo porque no quiero aprovecharme de eso. Pero el objetivo que usted persigue no será satisfecho: yo no la podré atender.

–Pero…

–Sepa que me manejo de esta forma, que esta decisión que he tomado ya lleva 20 años (eso entendí) y no cambiará. Con la prensa me relaciono sólo en conferencias y no quiero verla así, pensando que algún día su objetivo se cumplirá, porque eso no sucederá.

–Es mi trabajo, y al igual que usted, debo ser perseverante.

–La entiendo. El suyo es un objetivo legítimo y, por lo mismo, me siento incómodo sabiendo que no la voy a corresponder. Entiéndame: no quiero saber que sigue entusiasmada, ilusionada. Yo la respeto, pero sus esfuerzos no serán recompensados.

–¿Y qué sucederá el día que dé una entrevista y yo no esté ahí para hacerla?

–Eso no sucederá.

–Insistiré.

–No lo haga, entiéndame, yo soy así. Adiós, Lorena.

Antes de que lo buscara, Marcelo me buscó a mí para terminar conmigo al más puro estilo "no eres tú, soy yo", mientras yo me tengo que tragar las palabras que no le pude decir.

Epílogo

Estoy en Percade. Es nuestra despedida. Al menos, la mía. Apenas entra, Marcelo recibe aplausos que dice no merecer. Su conferencia transcurre repleta de frases para el bronce: que es un especialista en fracasos, que en la derrota se ve la consistencia del conductor, que lo mejor de los seres humanos sucede cuando el éxito los abandona, que el amor se evidencia en quien acompaña a alguien en la adversidad, que hay que ser querido para ganar y no ser querido por ganar y que cree más en el miedo que en la confianza. Los empresarios toman notas atentamente.

Siento que Marcelo me habla cuando dice que a los jugadores les están permitidas las copas de más, las vedettes y no sé qué otras cosas, pero lo que no tolera es que dejen de luchar. ¿Es una señal? ¿Debo seguir luchando? Marcelo, esto es algo personal.