Vivo en un barrio de élite. Por cosas de la vida estoy acá, por un tiempo, en la crème de la crème santiaguina. Probablemente a personas con menos rollos ideológicos les daría lo mismo, o les daría risa. Pero a mí me genera una curiosidad como de laboratorio. Igual que quienes descubren por primera vez la miseria de los barrios bajos cuando los visitan con afán solidario, yo me muevo por mi barrio de bienestar observando y contrastando. No puedo evitarlo, sobre todo en estos tiempos tan mezquinos.
Llevo a mi hija a la plaza y me siento en las bancas con las nanas de ojos rasgados que solo hablan en inglés y me tomo un café con medialuna un martes cualquiera en el centro comercial del sector, entre mesas de señoras que hacen vida social mientras el país trabaja. Escucho sus conversaciones. Y leo el diario: aumentar el sueldo mínimo a 300 lucas es una guerra política.
Las preguntas surgen con la misma rapidez con que las señoras de la mesa del lado relatan sus salidas a comer. ¿Cómo alguien puede vivir en Chile con 300 mil pesos? ¿Cuánto les cuesta el arriendo a esas personas? ¿Qué comen? Un mahi mahi maravilloso con costra de trufas, dice una señora con la boca llena de galletas. Salvaje, dice otra. ¿A alguien le importa que el sueldo mínimo no alcance para nada? ¿Sirve de algo la campaña del Gobierno para que el chileno se alimente mejor si el precio de las verduras está por los cielos? Tantas preguntas.
El momento en que cada semana la cajera del supermercado me dice el valor final de mi compra debería registrarlo con la cámara de mi celular porque solo se supera a sí mismo. Cada día compro menos cosas, pero la cuenta jamás baja de 40 mil pesos. 47 mil, la última vez. Las señoras han decidido que es hora del aperitivo. Preguntan si hay champaña. Leo en el diario los resultados de la última encuesta Casen: la desigualdad aumenta. Comento en Twitter que la vida está demasiado cara. Ironizo: nos transformamos en Tokio y no me avisaron. 100 comentarios, 200, 300. Me cuentan sus reflexiones, que en Londres gastan lo mismo o menos, que Chile tiene los precios de Dubái y los servicios de Uganda, que los supermercados inflan los precios a fin de mes, que los del barrio alto cobran el doble, que las verduras mejor en la feria, no, mejor la Vega Central. 700 comentarios.
Empiezo a arrepentirme de poner el tema sobre la mesa. ¿Cuántas personas ganan el sueldo mínimo en Chile? En Google encuentro un estudio que analizó los datos de la Casen 2017: 53% de los trabajadores gana menos de 300 mil pesos líquidos. Una bisabuela se acerca pidiendo plata. Cómo no darle. Tome una luca, señora, le digo, y me siento generosa. Su expresión se mantiene inmutable, sabe que el billete apenas alcanza para algo.
En 2015, con cifras del INE, se supo que los artículos de primera necesidad se habían encarecido hasta 74% en 5 años, me cuenta un economista por mensaje directo en Twitter. ¿Cuánto habrán subido en estos 3? ¿Nadie va a hacer algo: alegar, salir a la calle, exigir derechos del consumidor? Las señoras han decidido ir a almorzar a un restorán cercano, con champaña. Hay tiempo, dicen, antes de ir a buscar a los niños al colegio. Las veo alejarse muertas de la risa. Atrás, la vieja y su paso cansino, y yo, que me voy pensando en ese colegio de élite, que cuesta dos sueldos mínimos, y en los viejos. En nuestros viejos y en los viejos que seremos.