Desmitificando la cirugía bariátrica: “Esto no es un cambio de look como un corte de pelo drástico que te cambia la cara”
En Chile existen 4 millones de personas con obesidad, según datos de la FAO 2017. Somos el segundo país del mundo con más población obesa (34%), y cada día mueren 36 personas producto de una de las 38 comorbilidades asociadas, según el Institute for Health Metrics. Buscar una forma para detener la obesidad es necesario, por eso, Mirelly Álamos, académica de Nutrición y Dietética de la UC y especialista del Programa de Obesidad, cree que “la cirugía bariátrica es una buena opción para los pacientes que tienen una obesidad mórbida de grado 3, o grado 2, con un índice de masa corporal sobre 35, y alguna patología de relevancia médica como lo son la hipertensión y la diabetes”.
Estos requisitos, necesarios para ser un candidato a operarse, se definieron en 1991 por la NHI de Estados Unidos, y son así de estrictos porque no es una opción para todo el mundo, y menos si el objetivo solo es mejorar la estética corporal. Claudia Cruzat, Vicedecana de la Escuela de Psicología de la UAI e investigadora de trastornos de la conducta alimentaria, explica que aclarar esto es importante, ya que “se ha comprobado en los estudios que es mucho más frecuente que las mujeres se hagan esta cirugía para verse mejor, pero después se encuentran con muchas frustraciones porque no es un objetivo garantizado“.
Esa era una de las metas que Elizabeth Casimiro (39) pensó que iba a conseguir saliendo del pabellón. Pesaba 180 kg en 2016, e inició un proceso de preparación para operarse con un equipo multidisciplinario de cirujanos, nutriólogos, nutricionistas y psicólogos. “Logré que me dieran el pase porque me dediqué durante un año a bajar el 10% de mi peso como me lo habían exigido, junto con un proceso de re-educación de la conducta alimentaria que estaba teniendo hasta el momento producto de una depresión. Todo salió bien en el pabellón, pero siete meses después, comenzó la peor etapa de mi vida, y adelanto desde ya que en esta historia, nunca logré concretar mi sueño de ponerme un bikini en paz”, cuenta.
“Todo partió cuando tiempo después de la cirugía se me cayó casi todo mi pelo, al punto de casi quedar calva. Además, estaba cansada y débil, y no podía pararme de la cama”, continúa Elizabeth. “Fui a ver a los especialistas, que descubrieron que me había dado una anemia severa. Tomaba todos mis suplementos y las vitaminas que me habían recetado de por vida, pero aún así no funcionaban. La tortura aumentó cuando me di cuenta que no podía comer ni siquiera comida picada con trocitos de carne o la proteína que me iba a aportar el hierro que necesitaba porque la pasaba vomitando. No tenía vida, no podía ni acercarme a un plato porque todo se me devolvía, e incluso, me ahogaba durmiendo”.
Elizabeth abandonó el tratamiento después de no recibir respuestas de por qué estaba atravesando estas consecuencias post operatorias. Mirelly Álamos explica que “los pacientes bariátricos pueden estar expuestos a déficit nutricionales. Si hay casos de anemia, es necesario una suplementación urgente de hierro o b12, hay vitaminas –politamínicos– que los pacientes tienen que tomar de por vida, pesar las comidas, entre otras cosas. Pero el problema real está cuando se abandona el tratamiento por desilusión y no se logran cambiar los hábitos, porque el déficit solo seguirá aumentando y se convertirá en un círculo vicioso”.
Los tipos de cirugía bariátrica son principalmente cuatro: Manga Gástrica, Bypass Gástrico, Balón Intragástrico y Banda Gástrica. La que se hizo Elizabeth fue el Bypass, que consiste en un recorte del estómago a nivel quirúrgico. Cuando volvió a intentar buscar respuestas para las consecuencias que éste le dejó, “los doctores dijeron que el reflujo se había provocado porque el agujero en mi estómago se había abierto, y que iban a tener que operarme de nuevo. Ya había gastado seis millones de pesos en la primera cirugía, más los 700 mil pesos anuales en suplementos de hierro y los 576 mil en remedios. Hoy creo que si hubiese sabido antes todo lo que me iba a pasar, habría pensado dos veces antes de no cambiar mis hábitos alimenticios”, dice.
Es en ese pensamiento es donde Claudia Cruzat explica que las expectativas pueden traicionar a los pacientes, porque “la cirugía es un tratamiento que efectivamente funciona, pero hay que ser cuidadosos con el tratamiento postoperatorio. Entre las consecuencias más graves, hay un alto porcentaje de personas que quedan con otras secuelas, y las frustraciones se producen porque no hubo cambios reales en la alimentación y en todos los ámbitos que la afectan, entre ellos, el psicológico”.
Después de que Elizabeth se operara de nuevo, el cambio psicológico se volvió más difícil todavía, porque se encontró con una de esas consecuencias. “Ahora peso 70 kg, y de hecho, cuando tuve que demostrar que era apta para la cirugía, logré bajar por mi cuenta 45 kg en un año. Eso me hizo darme cuenta que yo podría haber intentado hacer más para estar mejor antes. Pero ahora, cuando me miro al espejo, veo un cuerpo con excedentes de piel por todas partes, un delantal de piel en mi estómago que tengo que fajar todos los días, un cuerpo que pasó por cuatro cesáreas y una bariátrica, y que ahora, cuelga”, dice.
“Eso es definitivamente lo que más me ha afectado, por más que traté de hacer las cosas bien y por más que haga todo lo que pueda en el futuro, esa piel está muerta, no va a volver nunca a su lugar. Una cuando se opera tiene la fantasía de que quedará apretada, pero ahora solo tengo remordimientos conmigo misma y siento que antes no me quería, y solo me sentía feliz comiendo”. Esta es una transformación que puede provocar una baja de autoestima muy grande, por que, según Claudia, “la representación mental de nuestro cuerpo que entendemos como ‘imagen corporal’ va a una velocidad distinta del cambio corporal. Por eso el tema de quién era yo antes y quién soy ahora, no se puede hacer en soledad, tiene que ser con un equipo que prepare la mente para esta adaptación. Esto no es un cambio de look como un corte de pelo drástico que te cambia la cara, es bajar 30-40 kilos en un mes”.
Y esa anticipación es la clave para que en el proceso no haya un quiebre de las expectativas que se tenían respecto a la apariencia, y tampoco, una frustración tremenda con las secuelas que esta operación puede dejar en la salud. Mirelly Álamos cuenta que los estudios muestran que a los 4 años de cirugía, el 60% de los pacientes no adhieren bien al nuevo estilo de vida. “Por eso es tan importante que se aborde desde antes si la persona será capaz o si necesita mayor preparación, porque tal como influyen múltiples factores en la obesidad, en la baja de peso también, pero eso tiene que ser de por vida”.
Elizabeth hoy entiende que el cambio en sus hábitos debe ser permanente, y si bien tuvo que enfrentarse a frustraciones para las cuales no estuvo preparada, hoy tiene más esperanzas de avanzar hacia una vida más sana a través de la cocina de alimentos para pacientes bariátricos, diabéticos y niños con alergias alimentarias. “Pero si hay algo que creo que de verdad ayudaría, es que todos los bariátricos pudiesen recibir la misma re-educación respecto a sus vidas”, dice. “Es que es difícil encontrarse con pacientes que les ha ido mejor en las redes sociales, por ejemplo”, asegura. “En los grupos que yo sigo para informarme sobre la experiencia de los demás, se ha creado una especie de movimiento barinazi, donde quien pregunte en un post sobre si puede comer algo, es increpado con comentarios del tipo de ‘para qué te operaste si ahora vas a andar preguntando esas cosas’. No es que uno quiera hacerse daño o no seguir las pautas, pero tampoco sabe muchas veces lo que puede o no hacer”.
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