Desprenderse de los patrones dañinos de nuestra madre

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De alguna u otra forma la relación que establecemos con la familia o grupo de personas con quienes crecimos impacta en la manera en que nos relacionamos con otros y en cómo interpretamos el mundo cuando crecemos. Cuando se vive abuso emocional puede sentirse difícil, incluso imposible romper ese patrón tóxico que alguno de nuestros padres repitió toda la vida y que, de manera inconsciente, quedó grabado a fuego en nuestra forma de ser. Como si fuera un mal genético del que no se puede rehuir.

Esta es la historia de Amanda:

Organizar las cosas del supermercado, limpiar, estar pendiente de que haya comida, cocinar, ordenar, ir a buscar a su hermana al colegio, exigirle que estudie y cuidarla son las tareas que Amanda (23) ha tenido que asumir desde muy temprana edad en un hogar donde su madre es el principal sustento económico, pero no emocional.

“Crecer así ha hecho que muchas veces me sienta un poco ‘roba familias’. Me encariño mucho con las familias de otras personas y eso creo que es porque busco una cariñosa, con una buena relación, algo que nunca he sentido con la mía. Desde muy temprano la familia de mi mejor amiga fue mi referente. Estando en el colegio me di cuenta de que la relación que ella tenía con su mamá era muy distinta a la que yo tenía con la mía. Ella es más flexible, mucho más cariñosa, te escucha y está siempre ahí para todo. Finalmente siento que estoy más pendiente de familias ajenas que a la mía propia.

A mi mamá la quiero mucho y por eso es que tiendo a justificarla. Yo sé que no se hace cargo, pero también sé que trabaja todo el día y que es el único sustento de la casa. Creo que no entender por lo que ella está pasando es no contar la historia completa. Por eso mismo me es difícil priorizar e identificar eso que yo siento, porque siempre pongo las necesidades de mi mamá por sobre las mías. Y es que el problema es que toda la vida he sido su brazo derecho, soy una prolongación de ella y mis tiempos siempre están a su disposición. Es como si compitiera con mis tiempos, con las cosas que tengo que hacer y con el tiempo que quiero pasar con mi pololo, por ejemplo.

Me acuerdo que en medio de mi primera relación de pololeo seria mi mamá me comentaba a veces que él me quería, que no le tincaba para mí o que yo a él no le interesaba tanto. Mi pololo actual ya no quiere ir a la casa porque mi mamá es muy grosera con él, algo que me da mucha lata porque no sé cómo manejarlo. Siento que ella es una niña no solo por cómo se comporta conmigo, en cómo ve la vida en general.

Solucionar nuestras diferencias es difícil porque cuando lo he intentado, cada cosa que le digo se la toma muy personal, entonces tengo que ser muy cuidadosa con mis palabras. Me acuerdo que la primera vez que le dije realmente lo que pensaba para pararle los carros, se enojó y no me habló en una semana. Lo doloroso es que cuando me relaciono con mi hermana, veo esas actitudes de mi mamá en mí que replico con ella, como hacernos la ley del hielo, que es algo que hago inconscientemente, como por instinto. Cuando me doy cuenta de que estoy repitiendo los patrones, intento hablar las cosas para dejar de replicar la dinámica de mi mamá. Y es una toxicidad y una manera de actuar que veo que desde la relación que tiene mi mamá con mi abuela, que es muy poco sana porque siempre está ponderando los éxitos de mi tía y mi mamá, exigiéndoles perfección y haciéndolas competir, que es algo que mi mamá repite en mí.

He llegado a pensar que todo esto incluso es genético. Y eso ha sido doloroso porque me he cuestionado mucho si tener o no tener hijos. Me imagino que es esa la herida más grande que me dejó esta relación con mi mamá, el no querer que se repita la historia aún cuando me encantaría formar una familia”.

La psicóloga y terapeuta familiar, Catalina Baeza, explica que este tipo de dinámica repetitiva entre abuela, madre e hija, a menos de que se detecte algún trastorno de base, no se trata de algo genético, sino más bien una forma transgeneracional de repetir patrones que se aprendieron y que, de tanto practicarlos, quedaron permeados en el inconsciente. La pregunta, según la especialista, debiese ser por qué Amanda asume totalmente el papel de su madre.

“Es diferente que yo sea una hija responsable, que colabora en la casa y que lo hago por un tema funcional, a tomar el rol de madre ya que ahí hay algo disfuncional. Existe la probabilidad de que en estos casos donde un papá no cumple el rol asignado se esté desempeñando un rol de marido, aunque parezca loco, porque ella pasa a cumplir una función de cuidado y responsabilidad que podría ser una forma de cuidar a la mamá también. Faltando esa figura dentro de la familia se desocupa ese espacio, y es bien común que los hijos o las hijas lo pasen a ocupar. Un fenómeno muy común y peligroso para la relación, porque se generan disputas bien extrañas entre madres e hijos, que cuando las escuchas, pareciera que pertenecen mucho más a una disputa de pareja que a una de madre e hija. Y es que, en realidad, es una forma de abuso bastante común”, asegura Baeza.

Un artículo del Counseling Center de la Universidad de Illinois describe esta dinámica como un patrón abusivo recurrente en familias disfuncionales: “Cuando uno o los dos padres explotan al niño y lo tratan como una posesión cuyo principal propósito es responder a las necesidades físicas o emocionales de los padres, eso es un abuso que puede resultar en la dificultad del hijo para confiar en el mundo, en otros y en ellos mismos. Más tarde, como adultos, estas personas pueden encontrar difícil confiar en la palabra de otros, en su propio criterio y en su sentido de autoestima. Además, no es poco común que experimenten problemas en sus relaciones amorosas y con su propia identidad”.

Romper la cadena y terminar con esos patrones tóxicos, asegura la experta, es como hacer un trabajo de gimnasia: me doy cuenta de que los replico y lo dejo de hacer, así muchas veces hasta acostumbrarse y que se transforme en un nuevo patrón, en uno positivo. “Aunque es inevitable imitar algunos patrones, sí es posible identificar aquellos que parecen más dañinos y tratar de erradicarlos conscientemente, porque estos funcionan de modo automático de manera que estamos acostumbrados. Y es lo más cómodo. Una vez que ya fueron identificados, el trabajo que hay que hacer es darse cuenta de que esta reacción, que en algún momento de la vida me fue necesaria porque no conocía otra manera, ya no me sirve. De igual manera, es muy importante tomar una terapia familiar, donde la madre sea también partícipe para poder sanar y romper la cadena en conjunto”, concluye.

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