“Poco antes de que empezara la pandemia y a casi tres años de haber recibido la aptitud para adoptar, me fui de viaje con una amiga. Recuerdo que ahí hablamos sobre lo difícil que es ese tiempo de espera y de cómo poder ponerle un límite al proceso. Estábamos sentadas en una plaza tomando algo y yo no podía evitar llorar. Hace un tiempo que me estaba cuestionando hasta cuándo estaba dispuesta a esperar, porque la espera te hace postergar planes, algo que aunque lo haces de forma inconsciente, te hace ir dejando de lado muchas cosas. Y es que desde el inicio siempre piensas que ese gran día llegará mañana.
Hablarlo con mi amiga fue hacer una especie de luto. Verbalizarlo era comenzar a soltar la esperanza de ser mamá y asumir que había hecho todo lo que estaba en mis manos para lograrlo. Me sentía frustrada y con mucha pena, pero a la vez era raro, porque a pesar de este sentimiento, yo sabía que mi hijo estaba en alguna parte esperando, y esa pequeña esperanza era lo que me impulsaba a seguir. Era como una voz bajita que estaba en mi cabeza, aún cuando mi parte consciente me decía que era momento de dar un paso al costado. Pero decidí escuchar a mi corazón, escuchar esa voz interior que me decía que no soltara la esperanza.
Cuando volví de aquel viaje me llamaron de la fundación. Cada cierto tiempo te contactaban para actualizar información y conversar acerca de tu situación y de cómo estabas viviendo la espera. Por primera vez después de tres años les dije que lo estaba evaluando. Y ellas me contaron que lamentablemente no había cambios con los tiempos y que lo único que me podían decir en ese momento era que posiblemente tendría que esperar un año más. Estallé de angustia y me ahogaba en llanto. Sólo pude decir que no sabía si sería capaz de esperar otro año. En ese momento la trabajadora Social que estaba en la reunión no hizo nada más que contenerme y entenderme. Sin embargo, me dijo que no me veía preparada para tomar una decisión tan importante, que el día en que yo le dijera lo mismo sin que me afectara tanto podíamos conversar de cómo avanzar. Mientras tanto, me darían un tiempo para que yo pensara lo que quería hacer.
Así pasó el segundo año de pandemia en el que en un estado de rebeldía ante la espera había vuelto a estudiar, hice cosas que había dejado de lado y tenía mi tiempo 100% copado. A veces pensaba que si llegaba mi hijo en ese momento tendría que dejar todo botado porque el tiempo no me acompañaba, pero era un pensamiento que dejaba pasar para que no me afectara. Además, a mediados de 2021 mis problemas de útero se habían agravado al punto de que la histerectomía era un tema urgente y no podía esperar más. Si bien durante muchos años supe que no podía ser madre biológicamente, el enfrentarme a la cirugía trajo de vuelta todos los sentimientos de maternidad frustrada. La operación me dejó anímicamente golpeada.
Al día siguiente de mi operación, cuando todavía estaba en la clínica, me llamaron nuevamente de la fundación para una nueva entrevista. Ya había pasado bastante tiempo y querían saber en qué parada estaba ahora. Nos juntamos un mes después, cuando llevaba 4 años y 2 meses de espera. Conversamos de mi operación y les comenté que de cierta forma me sentía un poco afectada con el tema de la maternidad y que aunque aún seguía pensando que tenía que ponerle una fecha límite, en ese momento no estaba en condiciones de tomar ninguna decisión. En ese momento les pregunté si de verdad ellas creían que había alguna opción de que mi proceso avance, si había posibilidades para mí. La respuesta fue que sí, que había algunas opciones. Me hablaron de un par de niñas que eran casos difíciles y estaban en proceso de evaluación. Además como yo era soltera, había una prelación que la ley establece para los solteros. Entre medio de esta conversación, la directora de la fundación comentó que estaban súper complicadas y con mucha pena porque tenían a un niñito de 3 años con quien estaban gestionando empezar el proceso de adopción internacional porque hubo un llamado nacional a matrimonios chilenos y nadie respondió. El niño tenía un diagnóstico de microcefalia.
Cuando escuché esto me atraganté. Tenía la sensación de tener una bola de pelo de gato en la garganta. Algo me pasó, solo quería tener más información. Me contaron de su diagnóstico de microcefalia y también sobre un posible TEA. Lo increíble era que a pesar del diagnóstico había avanzado y se había desarrollado mucho. Encontré todo muy raro, nada me cuadraba. Trataba de recordar lo que había leído de microcefalia alguna vez en internet. Me contaron que se gestionó una atención con un neurólogo particular y que había muchas dudas del diagnóstico, sin embargo, el médico solicitó un examen para el niño que no fue autorizado por el sistema público porque había que anestesiarlo y, ante la negativa del médico del sistema público y el director de la residencia donde estaba institucionalizado, no se podía hacer nada. Yo podía dejar de hacer preguntas. En ese momento la directora de la fundación me preguntó si estaba interesada. Le dije que sí y accedieron a mandarme un poco de información médica, reservando la identidad y datos del niño. Esa noche pasé horas en internet intentando entender todo, en un cuaderno hice una lista de preguntas. A esas alturas ya estaba involucrada, él era mi hijo.
Llegué de vuelta a la fundación con mi lista de preguntas. Hubo algunas que no pudieron responderme por tratarse de temas médicos, pero la directora de la fundación hizo la gestión y me consiguió una autorización para a hablar con el médico particular que había atendido al niño. El médico no me podría dar ninguna información, sólo responder mis dudas.
El doctor era un encanto. Partió diciéndome que sólo podía responder dudas médicas y me dijo que él también tenía dudas sobre diagnóstico, que no lograba entender por qué no le hicieron el examen que se había solicitado. Al final le pregunté cuál era el peor escenario: Me dijo que con los antecedentes que tenía podía decirme preliminarmente que fonoaudiología y terapia ocupacional un par de veces a la semana, como muchas mamás. ¿Y el mejor? ‘Un diagnóstico equivocado’. Me paré y le dije que iba a avanzar.
Salí de la consulta, llamé a mi hermano, a mi mamá y les dije: ‘¿voy a avanzar en el proceso me apoyan?’ El “SI” retumbó. Después llamé a la directora de la fundación para decirle que quería continuar con el proceso. ¿Cómo seguimos? le pregunté. Ella se reía. No daba más de la felicidad, pero me advirtió que esto no iba a ser fácil, que por ley existe prelación y el siguiente paso era adopción internacional antes que alguien soltera o soltero. Había que pedirle al Tribunal que se salte la prelación y argumentar muy bien porqué lo estábamos pidiendo. Hasta ese momento yo solo tenía un nombre, nada más. Pero ya amaba ese nombre, imaginaba cómo sería su cara, era mío.
El equipo de la fundación armó la estrategia para el juez. Parte de la estrategia era hacer un segundo llamado nacional. Si no postulaba nadie en el segundo llamado, la demanda entraba con una fuerza brutal, pero había la posibilidad de que algún matrimonio postulara y ahí había que evaluar a todos los postulantes de acuerdo con la ley. Me agarré la cabeza y sentí que me estaban quitando la ilusión, que me estaba resbalando y volviendo al inicio. Y solté. Creo que por primera vez en mi vida solté de corazón y sólo pedí que pase lo que pase, fuera lo mejor para el niño. Si no era yo la elegida para ser su madre, solo pedía que la familia que lo recibiera lo amara y lo hiciera feliz como merecía. Ahí fui consiente de que este proceso además me reconcilió con la fe y me aceró más que nunca a Dios.
Hicieron el segundo llamado. Y, aunque fueron pocos días, la espera fue eterna. Cuando se cumplió el plazo no había postulado nadie. Nadie. Presentamos la demanda y a los dos días me llamaron para decirme que el juez aceptó la adopción. Nadie podía creer lo rápido. Grité, lloré, corría por el departamento. ¡¡¡ERA MADRE!!! Trataba de imaginar esa cara que ya amaba con todo mi ser.
Al tiro empezaron a llegarme fotos. Fue la primera vez que le puse cara al nombre. Y empezó la bataola de prepararnos. Le hicimos un álbum para que nos conociera, corrí para armarle la pieza y comprarle ropa, no tenía nada.
Lo conocí el martes 22 de marzo. Cuando llegué a la residencia vi un niño chiquitito parado en la terraza y escuché un grito que decía ‘llegó mi mamá, llegó mi mamá’. Casi me muero, el corazón se me salía por el pecho. Al principio estaba medio temeroso, pero a los 25 minutos se soltó. Al irme le dejé un cojín para el cuello y le pedí que me lo guardara hasta la próxima vez que nos viéramos. No quería que pensara que yo no iba a volver. Y me fui feliz. Volví al día siguiente y al tercer día fui con mi mamá y mi hermano. Fue como si él hubiese vivido siempre con nosotros. Cuando lo trajimos a Santiago se vino feliz. ‘Me voy a mi casa’, decía. No lloró, no extrañó.
Las primeras semanas no fueron fáciles, me sentí permanentemente a prueba. Aunque uno se prepare mucho, los primeros meses están llenos de desafíos. Pero el amor todo lo puede. Estos meses borraron los 4 años 3 meses de espera, se fueron y hoy no imagino mi vida sin él. David es parte de mí, siento que siempre lo fue. Su nombre significa persona amada. Yo quería un nombre que le recordara lo amado que es, porque él fue amado desde antes de conocerlo, es amado por todos necesitaba un nombre que le recuerde eso.
Pienso que en algún minuto va a querer saber su historia y solo pido que cuando eso pase, él tenga fortalecido su corazón, porque cuando yo leí las condiciones en que llegó, fue terrible, pero al mismo tiempo estoy impresionada de lo que la estimulación puede lograr. Mi niño avanza a pasos agigantados y nadie entiende como, solo con amor.
En este tiempo descartamos todos los problemas médicos, nunca tuvo microcefalia ni TEA, fue un mal diagnóstico médico. Siempre pienso que fue por esos tropiezos médicos que nuestros caminos se cruzaron y que nos encontramos en el momento perfecto. Yo le decía a mi proceso mi Embarazo Elefante, este fue un embarazo elefante al cuadrado y terminó de la manera más hermosa. Pasaron 1.584 días para conocernos y hoy por fin lo miro y sé que es lo mejor que me pudo pasar en la vida”.
Francisca tiene 46 años y es relacionadora pública.
Lee la primera versión del reportaje aquí: https://www.latercera.com/paula/querer-adoptar-siendo-soltera/