Paula 1114. Sábado 2 de febrero de 2013
A Lina Meruane (42) se la identifica literariamente con el feminismo, con lo experimental y con la crítica al sistema neoliberal. Sin embargo, en su última novela estos temas quedan en el fondo –no desaparecen– para narrar un asunto mucho más personal, que parte de su propia experiencia de ceguera: hace diez años, las retinas se le inundaron de sangre y durante meses vivió con la duda y la angustia de no ver nunca más. Tras recuperarse, intentó escribir una memoria del suceso, pero para lograr la potencia deseada tuvo que meter la ficción e inventar a una mujer furiosa, voraz, que se parece mucho a ella, pero que al fin no tiene nada que ver, seguro, con la persona sólida y profesional, de aspecto frágil y voz ágil que conversa con humor y ardor sobre sus convicciones férreas.
Lina estudió Periodismo en la Universidad Católica porque quería escribir, y a los 18 años pensó que era la mejor manera de hacerlo. Era tan matea y "seducida por los saberes" que en esa carrera le faltaron contenidos y por eso tomó todos los cursos teóricos de Sociología. Después de entrevistar a muchos escritores, leyéndose toda la obra para cada reportaje, y de intentar una vida en España (de nuevo, las universidades no fueron suficientemente exigentes para sus expectativas), volvió a estudiar para ganarse una beca y entrar al doctorado en Literatura Hispanoamericana en la prestigiosa Universidad de Nueva York. De eso han pasado doce años, y hoy Lina Meruane es profesora en la misma institución, en el departamento de Literaturas Globales. Su tesis doctoral, un extenso estudio sobre las escrituras del sida, acaba de publicarse, Viajes virales (Fondo de Cultura Económica). Y mientras escribía esa tesis también armó Sangre en el ojo (Mondadori), la ficción de su ceguera real articulada en fragmentos extenuantes y repletos de imágenes.
Me imagino que fue muy fuerte tu experiencia con la ceguera.
Fue muy duro, muy duro, pero quise escribir porque era un material muy rico. Al hacerlo me di cuenta de que los recuerdos que tenía de cuando no veía eran visuales, como si todo el rato hubiera estado viendo. La reflexión más interesante de la novela, que pensé iba a ser oscura y sensorial, es cómo funciona la memoria, que reconstruye, rellena el espacio vacío de la ceguera. Llegué a la conclusión de que siempre escribimos a ciegas, porque toda nuestra memoria está reconstruida. Ese fue uno de los juegos que traté de incluir en el libro, partir en lo biográfico y moverlo hacia la ficción. Por eso Lina Meruane es, en el libro, la mujer inventada.
En tus libros anteriores ya habías tratado el tema de la enfermedad, lo médico, el cuerpo. ¿Por qué este interés?
Mis padres son médicos, y yo tengo una enfermedad desde chica, diabetes, o una condición, como le dicen ahora. Me crié en una conversación médica, domino y me fascina ese lenguaje. Pienso que el cuerpo marca la manera de mirar el mundo. Siempre he prestado mucha atención a la conexión entre enfermedad, estigma, criminalización.
"Los estudiantes de ahora inspiran mi próxima novela, porque son creativos, articulados, pensantes, algo que mi generación no tuvo porque nos hicieron borrón y cuenta nueva: para qué pensar y quejarse, está todo bien. A nosotros se nos olvidó cómo era Chile antes, y estos estudiantes son la verdadera memoria, pero no como en un museo, sino nuestro recordatorio vivo"
¿Como si el enfermo fuera culpable, quieres decir?
En algunos casos sí. Susan Sontag explica que al canceroso, y sobre todo a la cancerosa, se les acusaba de haber creado su propia enfermedad por no haber sido capaces de expresar lo que sentían, como una enfermedad de la represión. Sentían culpa y no se atrevían a decir que tenían cáncer. En el sida la culpa es muy clara. La Iglesia lo convirtió en la demostración patente del pecado sexual. El estudio que hice muestra que en la literatura la enfermedad está conectada a un mal moral que la antecede, es la demostración de ese mal que se manifiesta en el cuerpo.
La enferma en esta novela es muy rabiosa.
De ahí el título. Quise revisar el lugar del enfermo en la cultura, la idea de que es víctima de la sociedad o de sí mismo. Esta enferma pasa de ser víctima a victimaria, su rabia justifica el uso de los otros. Se mueve de lo frágil y lo débil hasta lograr usar a los demás, tanto que su pareja se va sometiendo, es una relación amo-esclavo: si el lugar del enfermo es el del esclavo, que se deja manipular y acompañar, aquí se va invirtiendo. Este personaje, Lucina, es bastante siniestro, se va empoderando con lo que yo más critico, y en ese sentido la novela no es autobiográfica. Ella utiliza el poder en su propio beneficio, contra los otros.
También eres muy crítica con la medicina, vas de la parodia al terror.
El discurso de la medicina, como todo discurso institucionalizado, es muy poderoso, autoritario, es muy difícil escapar de él. Al paciente se lo pone en el lugar del ignorante y se le retira la capacidad de decidir sobre su cuerpo. Luego está todo el asunto de la industria farmacéutica o los discursos de la eutanasia. Con esto no quiero decir que los médicos sean malas personas, es una mirada más abstracta a cómo funciona el discurso y el poder incuestionable de la medicina. Es importante recordar que uno tiene la posibilidad de decidir qué se va a hacer.
CONTRA LOS HIJOS
En el libro hay también un rechazo a la maternidad. Cito: "Intoxicada por el veneno materno"; "la trampa elegida de la maternidad"; la ayuda de la madre invalida.
Tienes razón. Es un rechazo a la sobreprotección que invalida al hijo. Pero también hay una mirada a esta madre con sus propios conflictos entre la mujer profesional y la maternidad, las culpas que acarrea. Porque la sociedad te dice que si no proteges al hijo, es tu culpa. La madre tiene que ser la mejor madre para poder ser profesional, controla para poder permitirse el otro espacio. Esa disyuntiva me importa y admiro muchísimo a las mujeres que han podido tener un trabajo que las satisfaga, pese a la oposición social, tácita y a veces explícita. Pensé en la madre como una prisionera de sus circunstancias, de excesos que tienen que ver con necesidades.
De hecho vas a publicar en México un ensayo que se llama Contra los hijos.
No es una reflexión contra los niños ni la reproducción, sino contra el lugar que ocupa el hijo en la cultura y cómo se lo usa contra la madre. Se ha puesto mucho énfasis en que la madre cuide, sobreproteja, haga la tarea, esos roles que le coartan ser feliz y desplegar sus intereses en otros lugares que no sean la casa. Mientras las mujeres se han vuelto más libres para ejercer ese rol, la sociedad lanza de nuevo su red para recogerlas de vuelta. Y si los hombres hoy participan de una manera mucho más activa, la sociedad reacciona imponiéndoles más roles: tiempo de calidad, tareas, reunión de apoderados y cosas por el estilo.
"Los meses de ceguera fueron muy duros pero quise escribirlo porque era un material muy rico. Al hacerlo me di cuenta de que los recuerdos que tenía de cuando no veía eran visuales, como si todo el rato hubiera estado viendo. Es interesante cómo funciona la memoria, que reconstruye, rellena el espacio vacío de la ceguera"
Me imagino que hay mucha literatura sobre el tema.
Esto lo dijo Virginia Woolf en los años 1920, cuando hablaba del ángel de la casa. Si la escritora se enfrenta a las dificultades de no tener cómo financiarse y no tener un cuarto propio para cerrar la puerta, el peor problema es que detrás de ella aparece este ángel, la figura de la madre ideal, que le dice por qué no estás mejor con tus hijos, con tu marido, cocinando o embelleciéndote, le recuerda sus roles sociales. Esa figura se ha reformulado y estoy investigando cómo otras escritoras rearticulan esa figura de la súper mamá actual que tiene que hacer todo bien y de repente colapsa.
También está el caso de la poeta Sylvia Plath, que se suicida pero les deja a sus niños el pan con mantequilla listo. Quiero decir, también la madre necesita cuidar a los hijos, y la sociedad impone otras exigencias.
Esa es una figura muy bonita. Si uno examina la diferencia entre los hombres y las mujeres, hay un consenso en que los padres necesitan estar menos con los hijos que las madres. Pero uno empieza a mirar hombres que también quieren estar con sus hijos mucho más, hay un cuestionamiento a los roles solo maternos. También es cierto que ahora las mujeres tienen menos hijos, y el hijo pasa a ser un valor grandísimo, nunca se le puede decir que no. En fin, en ningún caso quiero acusar a las madres, pero me interesan las nuevas trampas que van apareciendo ante las supuestas liberaciones. Y yo no tengo hijos, no es un tema y nunca lo fue.
CHILE FRESCO
Aunque vives fuera hace rato, mantienes una pata en Chile, publicas acá, vienes cada año.
Me siento muy conectada con el presente de Chile. Veo a mucha gente que regresa con nostalgia, buscando el pasado, a los amigos de antes. Y, como a mí no me gusta la nostalgia, intento en cada viaje conectar con gente nueva. Trato de mantener una experiencia chilena activa, leo los diarios, vengo a tomarle el pulso a Santiago. Últimamente, por ejemplo, me encontré con Guillermo Calderón, soy su fan, y conversamos sobre sus obras, sobre el Chile actual, porque el teatro tiene una respuesta mucho más rápida sobre la realidad, la literatura es más lenta.
También instalaste tu propia editorial, Las Brutas, que funciona acá y allá.
En un comienzo estuvo ligada a la librería McNally Jackson de Nueva York, de las pocas que van quedando porque a las otras las quebró Amazon. Su librero, Javier Molea, es espectacular, y organiza actividades en español, es muy vibrante, muchos escritores pasan por ahí. Con dos alumnas chilenas de la universidad echamos a andar este proyecto, que es colaborativo, horizontal, sin fines de lucro. Me permite estar en la edición, que me interesa porque te conecta con lo que se hace ahora, con autores nuevos y consagrados. Hay crónicas de gente con miradas extranjeras sobre otros lugares, ojalá raros. Queremos sacar un libro de la Valeria Luiselli sobre Pretoria, por ejemplo, pero también hay un libro sobre Chile de la argentina María Moreno y el mexicano Yuri Herrera.
¿Se llama Las Brutas por la obra de Juan Radrigán?
No, más bien pensé en el adjetivo que se les da a las mujeres, ay qué bruta, como alguien torpe, poco profesional y poco intelectual, mostrar que la literatura es más artesanal y menos sofisticada, que uno lucha con sus materiales con fuerza bruta. Y me gusta el nombre en femenino.
¿Cómo ves la escena literaria actual en Chile?
Lo que veo es que en Chile solo se habla de Chile, y es un discurso muy autorreferente y a veces muy problemático. En los discursos
de la elite Chile es el país ganador, se lo distingue de Bolivia, Perú, Cuba, Argentina, bajo la premisa de que ellos lo están haciendo todo muy mal y que nosotros muy bien: un "somos lo máximo". Me parece una mirada muy insular y ciega. Aquí hay problemas muy urgentes, poblaciones muy pobres, discriminación histórica y un no querer ver nada de lo que quiebra el espejo del éxito. Y la prensa está detrás. La cobertura de la Feria de Guadalajara fue contar cuántos libros se habían vendido, no las aportaciones culturales, no lo que los autores pudieron aportar, su producción sólida y sus buenas plumas, su punto de vista crítico.
Acá se criticó tu novela por la pérdida de contenido político, te trataron de burguesa, de escribir para los mercados transnacionales y los premios.
A la crítica que tú señalas, Patricia Espinosa, la valoro porque pone la discusión en un lugar político. Pero ella plantea su crítica desde un imperativo marxista que exige cumplir con una lista cerrada de exigencias sin matiz. Pienso, sin querer defender mi libro, porque todo crítico está en su derecho a opinar lo que le parezca, que hay ahí una lectura rígida y en extremo localista, como si no se pudiera mirar Chile desde otro lugar y sobre todo pensar lo político de otro modo. Político no es solo tirarles piedras a los pájaros sino también, más sutil, diría Parra, tirarles pájaros a las piedras. Yo me otorgo todas las libertades que hagan falta
cuando escribo, porque escribir no es un trabajo remunerado y no se escribe para cumplir las normas de nadie. Se escribe para contestar las preguntas que una tiene en la cabeza. Esa es la única honestidad en la literatura. Y con esta novela yo me tomé libertades que antes no me había tomado. No reniego de mis libros anteriores, pero acá entró otro aire, un aire fresco.
¿En qué sigues?
Hay una novela cocinándose en la cabeza, tiene que ver con la educación, volver a los personajes infantiles. Todos mis libros tienen niñas que pasan a la adolescencia, las fisuras y disciplinamientos de hacerse mujer. Y para este tema me inspiran los estudiantes de ahora. Son creativos, articulados, pensantes, algo que nuestra generación no tuvo porque a nosotros nos hicieron borrón y cuenta nueva: para qué pensar y quejarse, está todo bien. A nosotros se nos ha olvidado cómo era Chile antes, y estos estudiantes son la verdadera memoria, pero no como en un museo, sino nuestro recordatorio vivo.