Destinados a estar juntos

Hilo rojo



“Conocí a Felipe hace casi 20 años. Fue en la época del colegio cuando nos vimos por primera vez, en una micro. Todavía era el tiempo de las micros amarillas, cuando uno le pagaba directo al chofer y éste, a cambio, te entregaba un boleto. Fue uno de esos diminutos papeles el testigo del comienzo de nuestra historia de amor. Un día, justo antes de llegar al paradero donde se bajaba, me pasó uno completamente enrollado. No me lo dio la primera vez que nos vimos, diría que fue después de un largo periodo en el que, prácticamente todos los días, hacíamos cambio de luces en el trayecto de vuelta a casa.

Cuando me lo pasó, no supe qué hacer. No le dije nada, solo escondí la mirada y esperé a que se bajara de la micro para abrirlo. Había escrito su número de teléfono. Me puse nerviosa y lo guardé rápidamente en un bolsillo pequeño de la mochila hasta que llegué a mi casa. Una vez ahí me encerré en mi pieza, seguía nerviosa. Me acuerdo que mi mamá me fue a tocar la puerta porque pensó que me había pasado algo, pero no; sólo moría de nervios porque, con ese acto, Felipe había dejado todo en mis manos. Bajé a tomar once y luego, al volver a la pieza, tuve que tomar la decisión. Le di muchas vueltas. Pensé que si no lo llamaba, al día siguiente cuando nos viéramos en la micro, iba a ser una situación incómoda. Pero también lo sería hablar con él, no tenía idea qué decirle.

Finalmente le marqué. Para mi sorpresa la conversación fue muy fluida. Él ayudó a que fuese así. Con los años me confesó que había ensayado bastante, tenía una lista de temas de conversación por si aparecía algún silencio incómodo. Pero no fue necesario, todo fluyó a tal nivel, que meses después comenzamos a pololear. Y así fue también durante los cuatro años que estuvimos juntos. En ese periodo ambos salimos del colegio y entramos a la universidad. Pero las circunstancias no ayudaron a que nuestra relación perdurara. Al segundo año de universidad Felipe tuvo una crisis vocacional que terminó en que se cambiara de carrera y también de ciudad. Se tuvo que mudar al sur porque allá estaba el cupo y la especialidad que buscaba.

Después con los años entendí que esa crisis algo tuvo que ver con nosotros también. Nos conocimos siendo niños y ese tránsito a la vida adulta trae muchos cambios y experiencias que quizás las personas debemos vivir solos, o al menos un tiempo. Así que decidimos terminar la relación, con mucha pena, pero sin sufrimiento. En ese momento no entendí muy bien por qué esa separación no fue tan dolorosa. Hoy tiendo a pensar lo que muchos cercanos me han dicho, y es que quizás en algún punto, sabía que nos volveríamos a encontrar.

Y así fue. Hace tres años, un día mientras tomaba un café con amigas, nos encontramos. Habían pasado más de diez años sin vernos, sin saber nada de él. Me levanté de la mesa al baño y en ese angosto pasillo volvimos a coincidir en tiempo y espacio. No lo podíamos creer. Y es que si ya la historia del boleto de la micro había sido particular, este reencuentro parecía mágico. Esta vez compartimos el contacto a través del celular y una semana después nos juntamos para ponernos al día. En esos años en que no nos vimos, cada uno tuvo sus propias historias. Yo varias parejas, pero nada tan serio; él un matrimonio y un divorcio.

Tal como la primera vez, a los meses de ese reencuentro comenzamos una nueva relación. Y cualquiera diría que esos más de diez años separados nunca hubiesen existido. De hecho, muchos me dicen que nuestra historia es como la del hilo rojo, esa leyenda que afirma que aquellos que están unidos por el hilo rojo, están destinados a convertirse en almas gemelas y vivirán una historia importante; que no importa cuánto tiempo pase o las circunstancias que se encuentren en la vida, el hilo rojo puede enredarse, estirarse, tensarse o desgastarse, pero nunca romperse. Pero yo prefiero pensar que, más que el destino, estar juntos fue una decisión. Me cuesta creer en la idea de que el amor es una especie de fuerza que te une o te ata para siempre. Reconozco que en nuestros encuentros hubo algo de suerte, que el destino nos ayudó, pero que fuimos nosotros los que decidimos comprometernos y amarnos honestamente. Cada día trato de ser consciente de eso, no quiero confiarme en el hilo rojo; hacerlo nos podría llevar a desatender las necesidades del otro y las propias, algo que para mí es la base de una relación sana”.

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