Día 1: “Estoy ansiosa. Llevo oficialmente 12 horas desde que cerré mis redes sociales en la mañana. Durante todo el día sentí que algo me faltaba y me costó suplir ese vacío con otra actividad”.
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Día 2: “Ahora sí. Llevo más de 28 horas sin Instagram, Whatsapp, Facebook y Twitter. Me he hecho trampas mentales todo el día y trato de distraerme con otras cosas. Me di cuenta que gran parte de la experiencia de meternos a las redes tiene que ver con un gesto o hábito que hacemos casi por inercia. Es la costumbre. La repetición”.
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Día 3: “Cuando me dan ganas de meterme, saco mi cuaderno y escribo alguna frase. Miro a mi alrededor. El resto del mundo está a un solo click de distancia. Eso no es así, pero lo siento así. No quiero ceder”.
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Día 6: “La ansiedad persiste. Menos que ayer. Volví a descargar Whatsapp por temas prácticos; mi mamá está lejos y me quiere hablar. Pero me mantengo firme sin las otras.
Hace dos días casi me meto a Instagram. Qué fuerte que esa me toca una fibra en particular. ¿Qué será? El famoso FOMO yo creo.
Me pregunté qué se estaba conversando ahí. No me basta con ver a mis amigos o con leer algo en internet. Quiero el chisme chico, las frases armadas, la cuña rápida, el meme, la tallita, el concepto viralizado. Me siento fuera de la conversación. También siento calma y alivio por eso”.
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Día 10: “Hoy no se me hizo tan difícil. Gran parte del día ni lo pensé. Estoy mucho menos ansiosa. Estoy mucho más presente. Veo los colores a mi alrededor con más fuerza y más ganas. Escucho lo que me dicen. Le dedico tiempo a las cosas. Logro concentrarme. Saco adelante una tarea en menos tiempo. No estoy atrapada en mi pantalla”.
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Esos son solo algunos fragmentos de la bitácora de Nerea Molina (32), quien hace 15 días decidió cerrar temporalmente sus redes sociales y hacer un registro escrito de lo que iba sintiendo. Su intención: lograr un ‘ayuno de dopamina’ extendido, una práctica que surgió en el 2020 en Silicon Valley, donde también se popularizaron, en su momento, los ayunos intermitentes, el consumo en micro dosis de LSD y otros tantos métodos cuyo fin es aumentar, en ambientes altamente demandantes, la productividad y el bienestar.
Esta en particular, como explican los especialistas, busca mejorar el funcionamiento del cerebro reduciendo de manera temporal los placeres potencialmente adictivos –entre ellos el uso de las redes sociales, el consumo de alcohol y drogas– con tal de regular la segregación de dopamina y poder volver a disfrutar de los placeres cotidianos sin necesitar cada vez más estímulos para lograr una sensación de satisfacción. ¿Por qué? Como advierten los especialistas, en tiempos en los que estamos rodeados de un exceso de estímulos, que compiten por capturar nuestra atención, nos hemos vuelto mayormente tolerantes a los efectos de la dopamina y ya nada pareciera generarnos el placer que inicialmente alcanzábamos sin mayor dificultad.
Marianne Cottin, PhD en psicoterapia y docente en la Universidad Finis Terrae lo explica así; “Al estar tan expuestos, solemos hacer más de una actividad estimulante a la vez. Cada una de esas hace que segreguemos dopamina; ir al gimnasio, recibir un mensaje, ver que nos pusieron un like, responder un mail, hablar mientras hacemos otra cosa. Una sobre posición de actividades que ha hecho que nos volvamos cada vez más tolerantes al rush de dopamina y que necesitemos cada vez más para volver a conseguir ese efecto”, señala. “Disfrutamos menos las actividades que antes nos saciaban esa necesidad y se ha vuelto más difícil estar motivados con el estudio, el trabajo o cosas más esenciales, porque hay demasiados estímulos que compiten por nuestra atención. El problema de eso es que necesitamos sentir ese efecto placentero porque es lo que nos mantiene motivados y lo que nos permite alcanzar metas”.
En definitiva, las adicciones funcionan así; se estrecha progresivamente el rango de actividades que generan placer y finalmente solo se logra alcanzarlo mediante esa única actividad a la que se es adicto, pero con tiempo la persona se vuelve más tolerante y pierde interés.
Por eso calibrar y restablecer los niveles de tolerancia frente a lo que nos genera placer puede ser un ejercicio importante. Se puede lograr, como sugiere Cottin, a través de la meditación, concentrándonos en una actividad a la vez, abriendo una sola pestaña, eliminando de manera temporal las redes sociales de nuestro celular o pasando un fin de semana sin teléfono. Y no es que dejemos de producir dopamina si nos salimos de las redes sociales, simplemente permitimos que la fuente que nos genere placer sea otra, una más simple. “Una buena conversación, por ejemplo”, explica.
En un artículo publicado en el 2020 en el medio El País, se explica que cuando el nivel de dopamina aumenta debido a influencias externas, el cerebro se ajusta ralentizando la producción de esa toxina. El psicólogo y precursor del denominado detox de dopamina, Cameron Sepah, asegura que esta práctica se basa en que las personas están condicionadas a segregar más dopamina de la recomendada, debido principalmente a la tecnología circundante. “Estas exposiciones hacen que nos volvamos más tolerantes a los efectos de la dopamina lo que ocasiona que el cerebro se sature y sea menos productivo. Es decir, como cuando una persona que toma medicamentos deja de sentir los efectos porque ya está acostumbrado”, reflexiona en el artículo.
Y es que las redes sociales en particular, como explica el psicólogo Cristóbal Hernández, profesor de la escuela de Psicología de la Universidad Adolfo Ibáñez, están diseñadas para entregarnos esa sensación –de manera constante e instantánea– con tal de mantenernos enganchados. Así lo explicó también en una columna para el NYT, el cofundador de Facebook, Chris Hughes, quien además de expresar sus preocupaciones acerca del extremo poder de la plataforma en términos de manejo de información –Facebook es dueña de Instagram y Whatsapp–, develó que el modelo de negocios se basa justamente en captar nuestra atención, de la forma que sea y permanentemente, para que sigamos produciendo y compartiendo información todo el tiempo. “La decisión es nuestra, pero no pareciera que tengamos una alternativa. Las redes sociales se meten en cada rincón de nuestras vidas para capturar la mayor cantidad de nuestra atención y, al no tener opciones, cedemos. Pero el costo es alto”, aseguró.
Eso Nerea lo sabe bien. Los costos, según reflexiona, tienen que ver con estar gran parte del día cautivados por una pantalla y un sinfín de comportamientos que hemos interiorizado de tal manera que ya ni los cuestionamos. Gestos y hábitos que hemos aprendido a realizar casi por inercia, y que nos mantienen a todos sumidos, de alguna u otra manera, en una especie de competencia inagotable, por ser parte, estar vigentes y no quedar atrás. Ese es el famoso FOMO (Fear of Missing Out), como explica Hernández, que es uno de los pilares fundamentales en el cómo operan las redes. “Juegan con algo muy importante y apelan a lo más básico; a nuestra emoción y al sentido de pertenencia. Por eso, salirnos de las redes puede generarnos ese miedo de perdernos de algo y estar excluidos”, explica. “En definitiva, logran que enganchemos porque por una lado nos sentimos validados y, por otro lado, constantemente conectados y en sintonía”.
Por lo mismo, según explica Hernández, los expertos de Silicon Valley saben que no depender de eso es fundamental; “Saben que los algoritmos están diseñados para generar ese chute de dopamina instantáneo y efímero, que nos mantiene enganchados y con miedo a no ser parte. Saben que nos podemos des-sensibilizar frente a las experiencias gratificantes menos intensas y cotidianas y que nuestra tolerancia se vuelve más alta”.
Por eso también, salirse temporalmente de las redes puede generar alivio. “Una vez que superamos la sensación inicial del miedo, de algo que se volvió muy estresante e impositivo, nos damos cuenta que en realidad la experiencia de las redes no nos marca tanto y que muchas veces nuestra dependencia tiene que ver con un hábito que hemos aprendido a realizar por inercia y no mucho más. Salirnos temporalmente de ahí puede ayudar a aumentar la concentración y el foco; a sentirnos presentes; y disfrutar de actividades simples y cotidianas”, profundiza Hernández.
También puede llevar a la soledad temporal, porque las redes han reemplazado ciertas conductas o acciones, como el compartir con nuestros amigos uno a uno. Pero eso se resuelve preguntando y en muchos casos no es más que un malestar inicial, explica el especialista. Si consideramos que de los 2,5 mil millones de usuarios de teléfonos inteligentes, un 10 % interactúa con su pantalla –entre swipes, toques, tipeos y clicks– unas 5.426 veces al día, se da cuenta de una serie de conductas habituales que han sido normalizadas a tal punto que ya no nos parecen sorprender. De todas formas, como reflexiona Hernández, vale la pena preguntarse cuál es la forma más responsable de usar las redes sin ceder frente al miedo y la potencial dependencia.