La casa en que crecí está en una calle sin salida en la comuna de La Reina, a una cuadra de avenida Ossa. Originalmente el sitio donde está esa casa era parte de una quinta que compraron mis abuelos y en el que vivieron por muchos años, incluso cuando mi papá era niño. Yo llegué a vivir ahí con mis papás y mis dos hermanas cuando tenía tres años y nunca me he ido de ese lugar. Hasta el día de hoy, mi casa de infancia sigue siendo mi casa.
Cuando nos fuimos a vivir ahí en el año 1971, la casa recién había sido terminada, el patio era solo tierra y las ventanas aún tenían marcas en los vidrios que hicieron durante la construcción. Si bien es más bien pequeña, se sentía grande porque los espacios eran amplios. Tenía solo un piso, dos piezas, una sala de estar, cocina y living comedor pero todos en proporciones más grandes de las que nos hemos acostumbrado a ver en casas y departamentos modernos.
Nuestra casa por fuera era blanca de concreto con ventanales de fierro negro. Teníamos un patio grande y esa es una de las cosas que más me gustaba cuando era niña. A mi mamá le encantaban las plantas y tenía dedos verdes. Con ayuda de mi nana armaron un jardín tan lindo que parecía como si lo hubiese hecho un paisajista. Tenía distintos tipos de árboles, plantas de papiro, colas de zorro y flores. Incluso recuerdo que en el patio había un montículo de escombros de construcción que nunca se llevaron y que mi mamá lo cubrió de tierra y pasto para convertirlo en un pequeño cerro en la mitad del patio que nosotras usábamos para jugar y rodar cuando éramos chicas. En el verano almorzábamos afuera debajo de los árboles y mis papás nos armaban una piscina inflable que nos encantaba. Como vivíamos en una calle corta y sin salida, jugábamos mucho afuera con los vecinos. Recuerdo que en los días de calor venían nuestras amigas del barrio a nuestra casa a bañarse en la piscina y a tomar once con leche con plátano y pan tostado con mermelada de damasco que hacían en la casa con las frutas de uno de los árboles del jardín.
En el patio también teníamos una casa de muñecas que nos construyó mi papá y que causó mucho revuelo con las amigas del barrio. La disfrutamos muchísimo con mis hermanas y nuestras vecinas. A medida que fuimos creciendo nuestra casa siguió siendo un punto de reunión no solo para la familia y los asados de fin de semana o celebraciones como el 18 de Septiembre y Navidad, sino que también para los amigos, las fiestas con compañeros de colegio y después para las juntas de estudio y panoramas de universidad. Era una casa acogedora y cálida, siempre estaba abierta para recibir a la gente con comida muy rica que nos preparaba mi nana.
Cuando tenía 15 años mi mamá falleció y nos quedamos en la casa solo con mi papá y mi nana que con el paso del tiempo se convirtió en una segunda mamá para nosotras. A pesar de que el jardinero seguía a cargo de las plantas y los árboles, después de que mi mamá murió el jardín dejó de ser lo mismo. Parecía que todo crecía sin control, los árboles que mi mamá plantó como pequeñas ramitas ya eran enormes y nos aislaban de los edificios que se empezaron a construir alrededor. Con los años mi papá se volvió a casar y se fue a vivir a una nueva casa con su mujer, nuestra nana también compró su propia casa y se fue a vivir allí con su familia. Mi hermana mayor terminó su carrera universitaria y se fue a vivir con su marido. De a poco todos fueron emigrando de la casa de infancia menos yo. Cuando me casé mi hermana menor todavía estaba en la universidad y no quería dejarla sola así que fue como un paso natural el que mi marido y yo nos quedáramos viviendo allí. Ya llevo 47 años en la misma casa y no me imagino en otro lugar. Crecí aquí y formé mi propia familia. Mi hija tiene su propia historia aquí así como la tuvimos mis hermanas y yo. A lo largo de los años hemos hecho varios cambios y remodelaciones, porque mi marido y yo somos diseñadores y tenemos un estilo diferente al que tenían mis papás pero en el fondo la casa sigue siendo la misma. Todavía hay algunos objetos y muebles que eran de ellos y que nosotros hemos querido mantener. Cuando mi hija era chica y visitaba a sus amigas del colegio, le llamaba la atención que en sus casas todo era nuevo pero que nuestra casa era distinta. Una mezcla de lo viejo y lo nuevo porque si bien queríamos darle nuestro propio sello, nunca nos deshicimos completamente de lo que ya había.
Creo que nunca he estado lejos de mi casa más de tres semanas. Cuando salgo de vacaciones por muchos días inevitablemente termino echando de menos este lugar. A veces me doy cuenta de cómo ha cambiado el barrio y siento que este refugio se ve un poco amenazado por la modernidad y por los edificios que no paran de construirse alrededor: un cine, el metro, un mall. A pesar de que han pasado muchos años y que el entorno ha cambiado, mi casa sigue siendo para mí un lugar seguro y acogedor al que todos los días quiero volver.
Ximena Moncada (50) es diseñadora y le gusta coleccionar objetos y juguetes.