A principios del siglo XX tener pelos en las axilas y las piernas era algo bastante común, sin embargo, las transformaciones en el mundo de los medios de comunicación y la moda implicaron también nuevas formas de percibir los cuerpos. La mayoría de las mujeres de aquella época no parecían sentir la obligación de afeitarse hasta que, en los años 20, algunas artistas comenzaron a mostrarse depiladas y la publicidad instaló la depilación como una necesidad femenina, reforzada por la aparición de prendas como la minifalda y el bikini, que terminaron por crear la construcción social de que un cuerpo sin pelos era sinónimo de atractivo y sensualidad.
Durante las décadas que siguieron la depilación no estuvo en cuestión. Salvo algunas excepciones como la artista mexicana Frida Kahlo, que decía no depilarse porque se gustaba tal cual era. Su postura fortaleció su imagen de mujer excéntrica, dado que la mayoría de las mujeres asumió la depilación como una obligación. Eso hasta ahora. El auge del movimiento feminista y su bandera de lucha por terminar con los estereotipos de belleza han puesto el tema de la depilación sobre la mesa. ¿Pero hay que dejar de depilarse para ser feminista?
Paloma Meléndez (29) partió depilándose cuando tenía 13 años. "Todas mis compañeras lo hacían, y como mi mamá no me daba permiso, me escondía para hacerlo. Seguí depilándome hasta que hace unos cinco años empecé con la inquietud de la ginecología natural. Asistí a círculos de mujeres donde conversábamos mucho. Varias no se depilaban y, aunque para estar ahí jamás me pusieron como requisito no depilarme, sola me lo empecé a cuestionar. Estuve mucho rato pensando si lo hacía o no. Lo primero que me cuestioné fue el dolor. ¿Quiero realmente sentir ese dolor? La respuesta inmediata fue no", cuenta. Belén Henríquez (31) la interrumpe: "¡Es que realmente duele mucho! Yo también partí cuando era una niña. Más encima tengo hirsutismo, entonces en mi adolescencia fue un gran tema porque no solo era peluda en las piernas, sino que también en lugares donde se supone que las mujeres no tenemos pelo, como la baja espalda o la barbilla. Mi mamá, por suerte, se dio cuenta y me llevó a todos los tratamientos posibles -incluidos láser y pastillas anticonceptivas- para que me sintiera bien con mi cuerpo. Pero sufrí mucho".
¿Paloma, cuándo tomaste la decisión definitiva de no depilarte más?
Paloma: Partí dejándomelos largos por una semana. Al principio incomodaba más a la gente que estaba a mi alrededor que a mí. Me decían: depílate, cochina, qué asco. Cuando partí andaba sin depilarme solo dentro de la casa o usaba ropa que me tapara un poco, porque me daba vergüenza. Pero con el paso del tiempo me fui sintiendo más segura de andar así porque no me quería exponer al dolor solo porque a otras personas les molestaran mis pelos.
Belén: Qué valiente. Para mí es un gran tema, porque participo de movimientos feministas donde conversamos al respecto. Aunque racionalmente sé que la depilación es parte de un estereotipo de belleza que se ha construido socialmente, y que nos han impuesto, apenas me empiezan a salir pelos siento las miradas de la gente y tengo que depilarme. No puedo evitarlo. Para mí es una contradicción a la que no le he podido ganar.
¿Por qué creen que es tan difícil?
Belén: Porque significa sacarse una historia de vida, ya que desde niñas nos dijeron que por ser mujer teníamos que cumplir una serie de características, y una de esas es la depilación. Es difícil porque todos -hombres y mujeres- estamos acostumbrados a ver a las mujeres depiladas, y si te sales de ese patrón te juzgan.
Paloma: Claro, no es fácil. Y de hecho hasta ahora -que llevo varios años sin depilarme- me cuesta. Cuando salgo a la calle me mentalizo con que no me tiene que importar lo que me puedan decir o que me miren por esto. Prácticamente salgo pensando "esta es una guerra que tengo que ganar". Y es ridículo, porque uno siente que está llevando la contra, y al final solo estoy dejando mi cuerpo al natural.
Belén: Igual es una decisión política el no depilarse. Porque ir por el mundo siendo todo lo contrario de lo que se espera de ti es tomar una postura. Y te admiro por eso. Hay que ser valiente. Yo no me pondría una mini con pelos, me supera. ¿Te ha pasado que un desconocido te comente algo?
Paloma: La gente desconocida solo te mira. Pero los cercanos, que se sienten con confianza, me comentan muy seguido. La mamá de mi pololo, cuando me presenta, dice: "Oye, ella es la Paloma, no se depila". Ahí tengo que empezar a explicar. Muchas veces me han dicho que es un asco no depilarse, a lo que respondo que el problema lo tienen ellos. No soy menos higiénica porque no me depile. Tampoco le ando comentando a la gente por qué usa cierta ropa o cierto peinado. Es mi cuerpo y yo decido.
Belén: Pero siento que en el caso de la depilación no hay mucha libertad de elección. Cuando te han mostrado solo una opción toda la vida, al final no estás eligiendo. No somos realmente libres, porque tenemos esa presión social que cuesta sacarse de que las mujeres bellas son mujeres depiladas.
¿Creen que algún día se logre eliminar ese estereotipo?
Paloma: Siento que de a poco lo he ido logrando. Me pasa que aún me molesta que me miren o me critiquen, pero ya llegué al punto en que veo el cuerpo de una mujer que no se depila y lo encuentro lindo. No me molesta visualmente.
Belén: Yo no sé. Tal vez con el tiempo, pero actualmente no. A pesar de todo el rollo que hay detrás de la depilación, me gusta hacerlo. Siento que me veo mejor. Sé que quizás es porque la sociedad y la publicidad me han mostrado toda una vida lo que es bello. Pero aunque hago el trabajo de cuestionarlo, me miro las piernas con pelos y digo 'qué feo'.
Paloma: Yo tengo fe en el futuro. Más que sobre si nos tendremos que depilar o no, sobre el hecho de que la gente opine sobre las decisiones de otros. Para mí lo cuestionable es que las mujeres nos depilemos para otros, porque si alguna se quiere depilar porque se siente más suave o porque a ella le gusta, está bien.
Belén: Como está bien también no depilarse. Las dos opciones son válidas. El tema va más porque, gracias a mujeres valientes como la Paloma, una empieza a ver que existen otras opciones. Mientras más gente lo haga, más natural va a ser.
Una lucha constante, por Greta di Girolamo
Apenas sentí el olor dulce y quemado de la cera en ese pasillo lleno de mujeres; depiladoras fumando, viejas esperando y niñas en uniforme cuchicheando, empecé a apretar las piernas. Porque hacía cuatro meses que no me depilaba, después de un viaje en el que los pelos que he odiado toda mi vida se empezaron a teñir de dorado, al punto de que creí haberme reconciliado con ellos.
Pero de vuelta en la capital no aguanté más. Llamé a la Andrea, la mujer que me depila hace nueve años, la persona que más tiempo se ha relacionado íntimamente con mi cuerpo, la mujer que conoce cada episodio de mi vida. Porque la relación de una mujer con su depiladora no es banal. Menos si la mujer es peluda, como es mi caso, porque cuando una se encuentra una buena mano, la que saca los pelos de raíz, la que repasa y además hace que no duela tanto, no la deja ir. Y pasa el dato.
En el pequeño box me subí a la camilla donde me he tendido más de 100 veces. Acostada en sostenes y calzones, mirándome los pelos, preparándome psicológicamente para el dolor, escuché a otra clienta en el box del lado hablando con su depiladora. "Te juro, mi amiga no se depila en todo el invierno, se le arman remolinos. Yo le suplico que se saque los pelos porque me da asco, y me pasa la pierna peluda por la cara. Si te digo que es cochina".
Me acordé de una vez que, en el mismo box donde estaba, debutó con la depilación una niña de nueve años que ni siquiera alegó. Me acordé de cuando en el colegio, también a los nueve años, un compañerito de curso se dio cuenta de que yo tenía unos pelos negros sobre el labio. Desde ese día empezó a decirme "bigotuda". Mi mamá, pensando que era muy chica para depilarme pero preocupada por el bullying, llegó a la solución de decolorarme los pelos. Y viéndola aprendí a diluir el polvito del blondor, ponérmelo sobre la boca y sobre las piernas y aguantar desesperada los 15 minutos de picazón que producía mientras se transformaba en una espuma azul. Aburrida de las raíces negras que empezaban a asomar al poco tiempo de haberme teñido, al año siguiente debuté con la depilación con cera a manos de una señora que había depilado a mi abuela. Grité de dolor.
La peor época era el verano, porque llegaba un punto en que el calor ya no me dejaba seguir poniéndome pantalones. Me daba terror depilarme el rebaje, así que por años usé shorts como parte de abajo del bikini para esconder mis pelos. Un verano, por un descuido, una prima los vio. No me dijo nada, pero supuse que seguramente era lo más horrible que había visto en su vida. Tenía 11 años. Muchas veces dejé de tomar sol, dejé de bañarme en el mar, dejé de jugar y más delante de coquetear a causa de mis pelos. En la adolescencia empecé a pinchar con un chico que tocaba guitarra. Me compré unos guantes sin dedos porque la sola idea de que mientras me enseñaba acordes viera los pelos de mis dedos me daba angustia.
Qué absurdo suena todo esto al escribirlo, pero qué real es esa vergüenza y ese rechazo que los pelos nos producen a las mujeres. Pero nuestros pelos, no los de ellos. Porque nos enseñaron que los nuestros son los feos, los sucios, los que había que arrancar y pretender que no existen. Lo dicen las amigas, las mamás, las abuelas, las películas, los comerciales. Yo incluso llegué a tener sexo con calcetines, porque hasta nuestras fantasías sexuales son depiladas.
Odio depilarme porque me duele y porque no estoy de acuerdo con el trasfondo de la práctica, que, aunque está muy lejos de ser la peor, es una forma más en que el sistema violenta a las mujeres. Una forma más en que dicta cómo deben ser nuestros cuerpos para ser bellos, para ser aceptados. Y es que, queramos o no, la depilación coloniza este territorio del que debemos reapropiarnos.
Siempre doy la pelea. Intento aguantar lo máximo posible con pelos, que no me incomode mostrarlos, pero no sé si es algo de lo que lograré desprenderme completamente. Tampoco estoy dispuesta a que no depilarse se transforme en una opresión más. Creo que cada una tiene que hacer lo que más le acomode, entendiendo siempre, eso sí, que esa decisión lamentablemente no es libre, que está inevitablemente mediada por un violento factor político cultural. Lo que sí espero es que las niñas que vienen nazcan liberadas, que piensen con lejanía en aquellas mujeres que se torturaban depilándose, así como nosotras pensamos en las mujeres chinas deformando sus pies para transformarlos en lotos dorados.