“Él tiene 29 años y yo 38. Él es acuario y yo leo. Nos encanta ser idiotas juntos, salir, quedarnos en casa, cocinar platos que no sabemos, conversar por horas sobre cualquier cosa, hacer el amor y dormir sin fin. A mí me gustan los deportes y a él los juegos de mesa, a mi las películas raras y juntos las de suspenso, a mí me gusta leer y a él escucharme hablar de libros.
Nos conocimos un 14 de noviembre en una disco y luego de un rato de conversar mi corazón se sintió seguro y me dijo “acabas de encontrar lo que llevas buscando por años”. Sentí algo cálido en mi pecho, una familiaridad en su rostro, en su forma de hablar. Sé que suena ridículo, de hecho mis amigos también lo vieron así cuando unos días después los llamé para contarles que había encontrado a mi novio pero que él no estaba al tanto. Se rieron a carcajadas, sobre todo porque no me había vuelto a llamar. Pero yo estaba segura. Y así fue, a los pocos días me llamó y empezamos a vernos.
Decidimos tomarlo con calma, solo salir para divertirnos, porque yo me iba a vivir a España por un año; queríamos aprovechar el poco tiempo que teníamos juntos. El día de año nuevo él se iba a un viaje de solteros a Buenos Aires, pero por cosas de la vida el mismo día que viajaba me enteré que tenía Covid. No supe de él en el resto del día, organicé mi año nuevo sola, compré ostras, champaña, me vestí bien y me lo imaginé en Buenos Aires con esas chicas bellas y más jóvenes que yo. Me dolía el corazón. Sin embargo, poco antes de las 23:00, sonó mi timbre: era él con su maletita, pidiendo lugar donde pasar la cuarentena porque también se había contagiado. ¡Que situación más extraña! ¡Que felicidad egoísta! Pasamos el mejor año nuevo, hasta las 6 am bailamos, terminamos sin ropa en el balcón, muertos de la risa. Conversamos de todo, armamos un puzzle, cocinamos, tuve el mejor sexo y fueron las mejores dos semanas de mi vida.
Después de eso nos volvimos inseparables… hasta la fecha de mi partida. Ninguno se atrevía a hablar del futuro y quedamos en que me iría a visitar. No le creía mucho, pero bueno. Me fui a España, y no me pidan explicarles cómo lo logramos. Mucha comunicación, muchas fotos picaronas, mucha ternura. Me fue a visitar dos veces. Aún así, me decía que no sabía “qué hacer conmigo”. Yo le pedí que se fuera a vivir a España, pero no era tan fácil. Me amaba, pero en su cabeza no sabia qué hacer: le daba mucho miedo proyectarse conmigo, por nuestra diferencia de edad. Pasaron unos meses y decidí volver a Chile, antes de tiempo, para salvar nuestra relación. El dolor físico por seguir separados me ganó, me dio un burnout completo. Él me recibió con los brazos abiertos. Pero yo quiero volver, que nos vayamos juntos a España.
Así hemos pasado un año y medio juntos. Hoy estamos más enamorados que nunca, pero cuando hablamos de irnos él entra en pánico. Está con problemas de sueño, preocupado. Con el tiempo su pánico le ha empezado a pasar la cuenta. Sus episodios de insomnio empeoran y lo noto muy nervioso. ¿Qué haremos en el futuro?, me pregunta. Y yo muero de ganas de que se de cuenta de que hay que hacer lo mismo que hace todos los días conmigo: vivirnos
Decidimos ir a un terapeuta de pareja y allí han salido todos los problemas de nuestra diferencia de edad: él tiene miedo de que yo envejezca más rápido que él, él no quiere tener hijos hasta sus 35 y a esa edad yo ya no podré. También tiene miedo de tomar la decisión de irnos juntos a otro país, teme que fracasemos, que me termine enamorando de alguien de mi edad. “¿Y si no funciona? ¿Y si lo que sentimos no es real y nos estamos engañando? No logro dormir con todas estas preguntas”, le dijo al terapeuta. “Y no logro avanzar. Todo mi ser quiere estar con ella, pero me salen ronchas. Temo fracasar”.
Lo entiendo, lo escucho. Y duele.
Pienso que nunca nadie me había querido tanto como él. Sin palabras, solo con actos, con respeto, con preocupación por mi bienestar, con su admiración, su cariño, su amistad, su deseo por mí. Jamás me dejó un visto, jamás me levantó la voz, jamás trató de manipularme, controlarme, hacerme sentir menos; jamás no respondió a mis preguntas, o mis angustias, sin importar el tiempo requerido, habla conmigo hasta que estamos en paz. Jamás no me quiso.
Pero no me queda otra que ser paciente, no creo en Dios, pero sí en nosotros. Tengo fe de que saldremos juntos porque desde que lo conocí que lo sé. Los problemas, las discusiones, las dudas, los miedos, yo lo puedo entender en él, pero yo nunca he sentido miedo con él. Nunca me sentí tan segura, admirada, amada.
Así que crucen los dedos por nosotros”.
Sabine tiene 38 años y es asistente comercial y de marketing.
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