Soy la única mujer de mis hermanos. En total somos 6 y yo soy la tercera. Muchos podrán pensar que crecer rodeada de hombres pudo ser difícil, pero hoy, que tengo tres hijas mujeres, hay muchas cosas que agradezco de mi crianza.

Soy fan de las mujeres y muchas veces -incluso de grande y teniendo hartas amigas-, he sentido la necesidad de una hermana mujer, de tener a esa persona a la que puedes llamar a cualquier hora para decirle cualquier cosa. Pienso además que siendo mamá tener a una hermana viviendo procesos similares sería lindo, aliviador y entretenido. Pero más allá de eso, he tratado de armarme mirando siempre el lado positivo de haber crecido con mis cinco hermanos.

Una de las primeras cosas que llamaron mi atención cuando chica fue ver cómo se tratan las mujeres. Lo vi primero entre mis primas y luego en el colegio, cuando en la enseñanza básica me tocó presenciar en vivo y en directo ciertas actitudes que de más grande vi fielmente retratadas en las películas americanas de adolescentes: los grupos aparte, el cuchicheo a las espaldas de quien es supuestamente tu amiga, las cartas en las que el grupo al que pertenecías te decía que “ya no querían seguir siendo tu amiga”. Y aunque gracias a dios nunca me tocó estar del lado de la víctima, sí veía con pena cómo gestos que parecen tan insignificantes podían herir de manera tan profunda a alguien. Muchas veces intenté tomar un rol conciliador y atajar ese daño que sabía venía de manera inminente, pero no siempre tuve éxito. Y es que cuando eres chica y ves que el riesgo es que te dejen de lado a ti, no es tan fácil pelear por lo que uno cree es lo correcto. Hay demasiado en juego.

Han pasado muchos años de eso, pero casi 30 años después veo lo mismos comportamientos en mi hija mayor, que vive permanentemente sufriendo cuando sus “amigas” no la invitan, la sacan de los grupos de WhatsApp o en el recreo se queda sola mirando cómo todo el resto parte a jugar habiendo craneado previamente hacerlo sin ella. Esto último por suerte este año no se ha dado debido al coronavirus, pero he visto que igual se las ingenian para dejarla de lado a ella y a unas cuantas más.

He pensado mucho al respecto y por más que estoy convencida de que es una etapa y que las razones que mueven a ese grupo no son más que cosas insignificantes y superficiales -porque mi hija es buena, amorosa y divertida-, me ha sido imposible hacer que entienda que eso es parte de una etapa y que con el tiempo se dará cuenta de que las amigas de verdad no están ahí. Pero claro, para ella es la vida, es su mundo, y todo lo que yo le pueda decir para tranquilizarla no es más que un consuelo que para ella no solo no tiene sentido, sino que no la ayuda en nada a aliviar lo que sé que siente. Yo por mientras trato de consolarme mientras me repito que estar ahí, atenta, al menos le dará la confianza de que no está ni estará sola nunca.

Siempre pensé que la adolescencia sería difícil, pero ahora que la estamos atravesando con mi hija mayor, más que difícil se me ha hecho una etapa dolorosa, frustrante y un proceso que como mamá me ha quedado grande. Grande porque me da impotencia no ser capaz de dar con la palabra precisa y porque verla sufrir me duele tanto como a ella. Trato de alegrarla, de inventarle panoramas diferentes y de que se distraiga para que lo otro pase más bien inadvertido, pero aunque me trato de hacer la loca, estoy consciente de que cada desaire que recibe, por más mínimo que sea, a ella le duele. Y eso a mí me enrabia y me desarma.

Y es a esto a lo que me refería al decir que crecer con hombres fue positivo, porque nunca vi en mis hermanos este tipo de conflictos. Y no creo que haya sido porque ellos sean más fuertes y ese tipo de cosas no los afectaran, creo que es simplemente porque entre ellos las dinámicas son diferentes. De alguna manera pienso que son más simples, menos enrollados y que si no se caen bien entre ellos no se pescan.

Siento que los hombres no se andan mandando cartas o eliminando de los chats. Al contrario, los veo y me doy cuenta de que incluso son capaces de dejar las diferencias y jugar fútbol siendo parte del mismo equipo con quienes no tienen afinidad. Y más importante, mientras entre ellos el más “cool” es el que juega bien a la pelota -y no el más guapo, flaco, taquillero o que mejor se viste-, me duele ver que entre las mujeres la que “la lleva” es la que puede liderar a tal punto de dejar a otra sola y triste.

Daniela (41) tiene tres hijas y es kinesióloga.