En una ocasión, hace ya diez años, estaba recorriendo a pie, junto a un amigo, un tramo de costa en el sur. Se nos ocurrió comprar una caja de vino para el camino, pero como la playa es vía pública, la llevamos oculta en una bolsa plástica de color negro. Después de la mitad del recorrido nos pusimos a tomar el vino a la orilla del mar y, en un descuido, la bolsa fue arrastrada por el viento. Nosotros ya habíamos caminado demasiado para nuestro nivel de sedentarismo, así que no hicimos gran esfuerzo por recuperarla. La bolsa se fue en dirección al sur. Después de tomarnos la mitad del vino apareció, desde el norte, también empujada por el viento, una bolsa negra similar a la que perdimos. Mira, le dije a mi amigo, la bolsa dio la vuelta al mundo y ya está de regreso.

Mi amigo dijo que esa historia había que escribirla. Yo ya la escribí dos veces. La primera vez: Tengo una obsesión con Bratislava. Nunca he estado ahí y tuve que mirarla en Google Heart para poder describirla en un cuento donde un padre y un hijo que se despiden para siempre, pierden una bolsa de papel que da la vuelta al mundo, y el niño manifiesta que, tal como esa bolsa que de manera impensada regresó, espera que su padre regrese. La segunda vez: Le tengo cariño a Clitemnestra. Considero injusto cómo la ha tratado occidente y escribí una obra de teatro en que cambio toda su historia por una que a mí me gusta más. Ahí, Clitemnestra, que la construí como un Agamenón travestido, le cuenta la historia de la bolsa a Menelao para que éste reconozca a su hermano que ahora usa faldas.

Hace unos pocos días, mi más habitual compañera de viajes me contó de madrugada en un aeropuerto una historia que le ocurrió a una paciente del hospital donde ella trabaja. Al final me explicó lo que esa historia significaba, porque mi compañera comprendía perfectamente que lo que le ocurrió a esa mujer era mucho más que una sucesión de hechos. Había en esa historia un vínculo entre libertad y muerte, y parecía, de alguna forma, que la paciente que protagonizaba la historia lo había planificado como su único posible final.

"Todos los pasos", el cuento que propicia que yo esté ahora contándoles esto, lo escribí como ejercicio de taller. El pie forzado era contar una historia sobre alguien que caminara a todos lados. Lo demás surgió de la intercalación de múltiples historias a las que les he estado dando vueltas y que en esta ocasión, juntas, producían, creo yo, determinado significado. Reconozco que estuve tentado de incluir un pasaje en que alguien perdía una bolsa a causa del viento y luego, tras aparecer otra similar, éste creía que la bolsa había dado la vuelta al mundo. Pero aquello no contribuía en nada a la historia y por suerte se quedó afuera de "Todos los pasos".

Estoy tratando de decir algo. No sé muy bien qué. A fin de cuentas, cuando tenía nueve años mi postulación a un taller de poesía fue rechazada y debí darle un significado a ese hecho: alejarme de la literatura era, por ejemplo, una opción. Yo, ingenuo, le di el significado contrario. Y seguí escribiendo. Pero retomo. Creo que lo que trato de decir es que, ya que me quedé en esto de la escritura, lo mío es hacer alegorías. Si las historias funcionan en ese nivel, yo creo que son bellas. "Todos los pasos" es una historia sobre un padre y un hijo que avanzan por caminos diferentes y, por tanto, el simple hecho de que compartan el ADN no los emparenta. Sólo una vez que recorran un camino común ellos podrán tener algo que los relacione. Creo, por tanto, que "Todos los pasos" no es, a nivel de significado, sobre los lazos entre un padre y un hijo. O al menos no es sólo sobre eso. Es más bien una alegoría sobre cómo establecer vínculos con el mundo en que se habita. Yo creo que esto funciona como simbolización de los lazos filiales que uno establece con los amigos, la vocación, las comunidades a las que se pertenece (desde las pequeñas hasta la comunidad nacional) e incluso la historia política del país donde uno vive. Todos esos lazos son el resultado de un proceso. No hay nada natural que garantice el lazo. Cada uno está ligado a su familia, sus amigos, su profesión y su nación como parte de una historia y no por decreto esencialista. Querer hacernos creer que estamos conectados de forma natural con un país, por ejemplo, sólo puede ser un ejercicio de presión y violencia. Si nuestra comunidad nacional ha sido violenta o indiferente con parte de sus miembros, estos no se pueden sentir ligados a ésta.

Pero no quiero clausurar las lecturas del cuento. Esta es sólo una posibilidad: la que me gusta a mí. Pero tal vez alguien pueda decirme que yo no entiendo mi cuento. Esas cosas pueden suceder y no son un problema. De hecho, que sucedan es parte del juego. Me gustaría sorprenderme en el futuro con algo que de momento no he visto en "Todos los pasos".

Pero ya no hablo más de "Todos los pasos", porque en el libro que hoy nos convoca aparecen once cuentos. Los diez restantes aún no los leo, pero estoy seguro de que los leeré sintiendo algo parecido a la pasión. Ya que se me ha permitido hablar, ojalá pudiera decir algo más sobre cada uno de los textos restantes que hoy son premiados. Ricardo, Mario, Antonio, María Paz, Eduardo, Carlos, Arelis, Leonardo, Mauricio y Alfonso discúlpenme que no pueda hacerlo. Sería interesante que pudiéramos discutir con detención sobre los once cuentos. Propongo que quizás podríamos quedarnos más rato y hablar largo y tendido hasta que nos vengan a apagar la luz. Sería entretenido. Lo que quiero decir es que hoy, más que premiar a un cuento, se está presentando un libro. Ya habrá alguna lectura que se atreva a establecer conexiones entre los distintos textos que lo componen. Me gustaría hacer un intento que no quiero llamar "lúdico" pero que de algún modo es un juego. Les cuento. Tengo un amigo despistado que, al comenzar la lectura de un poemario, confundió el índice del libro con un poema. Su explicación del supuesto significado del poema "imaginado por él" fue delirante. Podríamos probar qué pasa si hacemos un ejercicio igual de despistado con los títulos en el índice de este libro.

"Hienas" "Fantasmas" son

"La fuerza del mundo" "En pedazos"

"Quiltras"

Con "Tatuajes" como "Los mapas de mi padre"

por "La experiencia formativa"

En "Todos los pasos" de

"Los tigres" "Puertas adentro"

Bien. Parece que no funcionó. Parece que estuvo bien que me rechazaran a los nueve años en el taller de poesía al que postulé. Yo sólo quería homenajear a todos los cuentos.

Mejor paso directamente a los agradecimientos. Quiero agradecer a Revista Paula por organizar este concurso cada año y al jurado por leernos y juzgarnos. Quiero agradecer a todos los escritores que contribuyeron con sus cuentos a la realización de este concurso y a la concreción de un libro. Y ya en lo personal, mis agradecimientos son para María Hecht, mi primera lectora, y también para Gustavo Zurita, que a diferencia del padre de "Todos los pasos" sí me llevaba a todos lados cuando yo era un niño. Agradezco a Gabriela Lobos que me llevó a las Torres del Paine a un viaje hermoso y exigente en esfuerzo físico. Ahí también supimos de alegorías. Quiero agradecer a Angélica Zurita y a las lindísimas Sofía y Antonia González. Y a mis amigos Marco Valdés, Felipe González, Paula Peña, Héctor Rojas, Pablo Soto, Daniel Berríos y a mi Compañía de Teatro La Perpetua. También le doy las gracias a Alejandra Costamagna, maestra en más de una ocasión y compañera de doctorado. Por último, a todas y todos los que vinieron hoy a celebrar a once escritores, muchísimas gracias.

Federico Zurita Hecht