“No aguanto más dormir contigo”, le dijo Fernanda a André después de meses de problemas para descansar. “No es que haya dejado de amarte, pero roncas demasiado y yo me despierto con facilidad”, le explicó.
La solución que encontraron: dormir en piezas separadas. Para ellos era posible hacerlo, no tienen hijos y viven en un departamento de dos habitaciones. “Desde entonces ya han pasado más de 10 meses y tanto mi sueño como nuestra relación ha mejorado muchísimo”, comenta André.
La situación vivida por Fernanda y André no es rara. A fines de 2023, la actriz Cameron Díaz dijo el podcast Lipstick on the Rim que ella y su marido no dormían más en la misma pieza. “Y creo que necesitamos normalizar piezas separadas”, destacó entonces. Sus declaraciones recibieron el respaldo de muchas personas en redes sociales que decían que hacían lo mismo o que les gustaría, si tuvieran más de una habitación en sus casas.
El fenómeno tiene un nombre “sleep divorce” (divorcio del sueño en español) y llevó a la Academia Americana de Medicina del Sueño (AASM) a realizar un estudio en 2023. La investigación reveló que más de un tercio de los estadounidenses duermen ocasionalmente o regularmente separados de sus parejas para mejorar su calidad de sueño.
Un dato destacado por los especialistas fue que la tendencia es mayor entre los millennials: 43% indicó dormir separado, frente a 33% de la Generación X (nacidos entre 1965 y 1980), 28% de la Generación Z (nacidos entre 1997 y 2012) y el 22% de los baby boomers (nacidos entre 1946 y 1964).
En otros países ha pasado lo mismo: La National Bed Federation, de Reino Unido, descubrió en 2020 que 15% de las parejas británicas dormían separadas. Poco más de 10 años antes, en 2009, el mismo estudio mostró que solo 7% lo hacían. Es decir: en una década esa opción se duplicó.
Para muchos expertos, se trata de un cambio cultural.
Eliana Heresi M., psicóloga y académica de la Facultad de Psicología de la UDP, recuerda que antiguamente (sobre todo antes del siglo XIX) las parejas no solían dormir en la misma habitación o en la misma cama conyugal, siendo común que sus piezas estuvieran incluso muy distantes unas de las otras. “Dormir en la misma cama corresponde más a una noción que surgió en la modernidad, lo que se ha vinculado con los espacios más reducidos propios de las ciudades. Los cambios históricos dejan en evidencia la presencia de determinantes sociales y culturales que prescriben hasta la forma en que las personas deben dormir”, comenta.
“Hoy, con los procesos de individuación y subjetivación propios de la posmodernidad, existe una mayor diversidad en la forma de construir la vida en pareja. Esto ha implicado desafiar premisas y convenciones transmitidas culturalmente, que no tienen correlato con la experiencia particular de las personas”, dice Eliana Heresi M.
En ese sentido, como dormir bien es una función fisiológica esencial para el descanso y la reparación física y emocional, “su alteración tiene un impacto significativo en la salud mental y bienestar subjetivo individual y de pareja”, añade la experta. Si, como ocurría con André y Fernanda, uno de los miembros de la pareja considera que el otro es la causa de su dormir mal, esto “puede llevar a mayor negatividad y conflictividad relacional”.
Cada caso es diferente
Para Francisca Venegas, psicóloga clínica y terapeuta de familias y de parejas, la pregunta “¿qué pasa si dormimos separados?” forma parte de la cotidianeidad de muchos. Pero la imagen de que, frente a una discusión, una pareja que duerme junta termina mandando al otro al sillón, ha fomentado el estereotipo que dormir juntos es sinónimo de estar bien y separados es sinónimo de estar mal.
En opinión de la también creadora del Podcast Sana Incertidumbre, vale la pena que las parejas que no se sienten cómodas durmiendo juntos intenten hacerlo separados. “Vean qué les parece, si a alguno de los dos no le gusta o piensa que es increíble, hay que hablarlo porque uno va a sentir que el otro demanda espacio y el otro puede sentir que la pareja está muy encima”, recomienda.
Además, menciona la experta, cada pareja encuentra soluciones distintas. Ella recuerda el caso de un cónyuge que se movía mucho en la noche y el otro que tenía insomnio y esa combinación generaba muchas dificultades para el segundo dormir bien. “No tenían posibilidades de dormir en diferentes piezas y tampoco era algo que buscaran activamente. Lo que sí hicieron fue ahorrar un poco para comprar una cama más grande para el tema del movimiento. La persona que se movía podía tener más espacio y la otra podía irse más a un rincón. Fue una alternativa interesante”, comenta.
Por otra parte, hay parejas que sí logran y quieren dormir juntas toda la noche. La neurociencia ha demostrado que sentir la piel de una persona significativa cerca de uno puede disminuir los niveles de estrés. También hay evidencia científica que muestra que en parejas de larga duración a lo largo del tiempo se va generando una adaptación positiva entre los dos, lo que les permite acoplar sus ciclos de sueño. Cuando eso ocurre, la falta o ausencia de uno de los miembros de la pareja puede significar dificultades de conciliación del sueño, así como sensación de inseguridad e insomnio.
Verlo de manera más natural
Eliana Heresi M. defiende que la expresión “divorcio del sueño” no es adecuada para el fenómeno de dormir separado, porque la palabra divorcio tiende a ser “asociada a significados y creencias negativas respecto a la relación amorosa”.
Francisca Venegas coincide: “No se trata de un divorcio, no es una separación efectiva, no es un término de relación, no es querer menos al otro. Es algo más bien práctico que incluso puede tener beneficios para la pareja, porque si empiezan a dormir mejor, van a tener más energía, puede que aumente el deseo, van a tener un mejor rendimiento en otras actividades, no le van a echar la culpa al otro… Está la posibilidad de que genere beneficios y por eso lo importante es probar”, comenta.