Mi historia es muy inusual. Soy Anaís, tengo 25 años y tengo la fortuna de decir –en un país donde las tasas de donación de órganos son bastante bajas: 8.6 donaciones por millón de habitantes en 2022– que he sido trasplantada de hígado en dos ocasiones. Todo comenzó en el año 2019, cuando me dio una Hepatitis Autoinmune Fulminante que me llevó a necesitar un trasplante de órganos de manera casi inmediata.

El llamado

Fue el 18 de febrero de 2019 cuando mi familia recibió el tan esperado llamado. Desde el hospital les informaron que habían encontrado un potencial donante, pero también les dijeron que había incompatibilidad sanguínea, así que debían tomar la decisión de si trasplantarme o no.

Hasta ese momento era una persona sana; nunca tuve ninguna enfermedad de base, por lo que todo esto para mí y mi familia, fue un golpe muy duro. Un día comencé a presentar varios síntomas que se fueron agravando: picazón en el cuerpo, malestar estomacal, sueño extremo al punto de preferir dormir que comer, entre otros. Cada vez que llegaba a urgencias me diagnosticaban diferentes enfermedades. Pasaron casi dos meses antes de que pudiesen detectar lo que efectivamente tenía.

Ese año, luego de volver de vacaciones en febrero, mis papás notaron que tenía muy amarilla la piel, por lo que decidieron llevarme a Urgencias del Hospital Salvador, donde después de varios exámenes, llegaron al diagnóstico de Hepatitis. Sin embargo, no sabían de qué tipo, por lo que me dejaron hospitalizada en observación.

Donación de órganos.

La enfermedad comenzó a avanzar rápidamente; en menos de tres días, terminé en la Unidad de Tratamientos Intensivos. Como el Hospital Salvador no hace trasplantes para personas con enfermedades fulminantes, sino más bien crónicas, me trasladaron a la Clínica Las Condes, donde después de varios exámenes llegaron al diagnóstico final: Hepatitis Autoinmune Fulminante.

En pocos días me deterioré tanto que los médicos decidieron inducirme al coma. En ese minuto, se le informó a mi familia que yo iba a necesitar un hígado urgente para salvar mi vida. Estuve en coma alrededor de una semana, sin tener donante alguno. Se evaluó incluso la posibilidad de buscar un donante en vida, que pudiera donar parte de su hígado, pero no fue posible por falta de compatibilidad.

Fue así como llegué a ser prioridad nacional en la Lista de Espera. Los médicos le advirtieron a mi familia que me quedaban pocas horas de vida. En este contexto es que llega esa llamada. Independiente de la incompatibilidad sanguínea, mis padres accedieron a la intervención con la esperanza de salvar mi vida.

La búsqueda del donante

Entré a pabellón y fui trasplantada exitosamente, a través de un procedimiento que no es muy común en nuestro país: el trasplante de un órgano cuando no hay compatibilidad sanguínea. Estuve tres meses hospitalizada en la Clínica Las Condes, con muchos altos y bajos, pues tuve varios rechazos durante el proceso.

Cuando me dieron el alta en abril de 2019, se me informó que este órgano sólo era de salvataje, es decir, podría durar muchos años o, al contrario, muy poco tiempo. Y así fue. Empecé a tener rechazos mucho más frecuentes y tuve que entrar nuevamente a la Lista de Espera para ser trasplantada por segunda vez.

En ambos trasplantes en una primera instancia se pensó en un donante vivo. La primera vez yo estaba en coma inducido, así que no fui consciente de ese proceso, pero luego me enteré de que se ofreció mi hermana pero no la dejaron porque los doctores dijeron que no iban a hacer pasar a mis padres por la angustia de ver a sus dos hijas entrar al quirófano. Después fue mi tío y mi prima los que se ofrecieron, pero me agravé tanto, que un pedazo de hígado ya no era suficiente.

Para el segundo trasplante yo no estaba en coma, y el tener que pedirle a un familiar que me donara parte de su hígado para salvar mi vida, me hacía sentir egoísta. También tuve mucho miedo de hacer pasar a un familiar por esa situación, porque siempre hay riesgos.

Otra vez fue mi tío el que se ofreció. Y aunque finalmente no resultó, él para mí siempre será un héroe.

Un gesto de amor

Al final estuve un año en la Lista. 365 días queriendo encontrar ese órgano que tanto necesitaba.

El 19 de abril de 2020, comenzaba la pandemia y el confinamiento, y recibí la llamada de una enfermera de trasplante de la Clínica Las Condes. Me hizo preguntas vinculadas al Covid. Al ver que yo no presentaba ningún síntoma me preguntó si quería trasplantarme a pesar de la pandemia, y la verdad es que no la dejé ni terminar y partí a la Clínica, aun cuando había toque de queda. Al día siguiente, después de un PCR negativo, fui trasplantada por segunda vez exitosamente.

Esta vez la recuperación fue mucho más rápida. Hasta el día de hoy estoy sana, gracias a mis dos angelitos que me salvaron la vida. Por ley uno no puede saber quién es su donante, pero aunque no sepa quién es, igual siento que hay una conexión. Incluso después de la primera cirugía, comencé a tener una obsesión por los olores a jabón, a glicerina. Y después de que me transplantaron por segunda vez, eso se fue. Pienso que quizás mi primer donante tenía esa obsesión por los jabones, no lo sé.

También estoy muy agradecida de la familia de mis donantes, porque si no fuera porque ellos tomaron esa decisión, a pesar de estar viviendo un gran proceso de pérdida, yo no estaría aquí. Gracias a ellos pude terminar mi carrera, soy técnico en enfermería, tengo un trabajo estable, y lo que hoy es mi mayor felicidad, en unos meses más seré mamá.

Es por eso que quiero dejar un mensaje: el ser donante es un acto de solidaridad y amor, porque le das vida a otros, y para que este deseo se cumpla cabalmente, es necesario que las familias lo sepan.

Según datos de la Fundación Cambiemos La Historia (@cambiemos.la.historia), actualmente hay 3.033 personas que se encuentran en lista de espera por un órgano y están luchando por una segunda oportunidad de vida. Con una persona que sea donante, se pueden salvar más de 8 vidas.