Con Aldo llevamos 15 años juntos. Empezamos a salir cuando yo tenía 21 y, a los seis meses, ya estaba embarazada. Fue todo súper rápido porque además, tuvimos dos niños seguidos, con 11 meses de diferencia. Cuando nació la primera, decidimos irnos a vivir juntos y tener un estilo de vida más tradicional. Sin embargo, con el paso del tiempo optamos por separar nuestras piezas.
Tomamos la decisión por un tema de practicidad. Aldo es fotógrafo y músico, y sus horarios eran muy distintos a los míos. Él llegaba todos los días muy tarde a la casa y yo me levantaba temprano para ver a los niños. Y nos empezó a costar compartir nuestro espacio. Teníamos dos guaguas y él necesitaba descansar para salir a trabajar en la noche. Fue bastante caótico y desgastante en su momento, hasta que, de manera muy natural, él empezó a dormir en el escritorio, que también tenía una cama.
Poco a poco ese lugar fue convirtiéndose en su espacio. Yo creo que él necesitaba tener algo solamente suyo, porque nuestra pieza en común era muy mía. Tenía mis cosas por todas partes; mi ropa, mis productos para el baño, mis discos. Cuando se cambió, él pudo armar su mundo. No fue una separación tan conversada, se fue dando paulatinamente y de manera muy natural. Tampoco fue por un tema ideológico. Sin embargo, le fuimos agarrando el gustito y nos acomodó mucho esta sensación de libertad.
Nosotros siempre hemos sido muy independientes. Para mí es demasiado importante no ser como esas parejas que se mimetizan y terminan haciendo todos juntos. Yo no quiero que seamos un pack porque siento que esa libertad abre un espacio para el asombro, el enamoramiento, la sexualidad. No creo que el amor tenga que ver con compartirlo todo. Incluso ni siquiera estamos casados. Creemos que el matrimonio es un tema institucional y para nosotros nuestro compromiso es tan fuerte, que no necesita un reconocimiento social.
Esto no quiere decir que no convivamos. Mi pieza sigue siendo el lugar de reencuentro de los dos. Es la matrimonial. No es que lo hayamos establecido, pero aprendimos a movernos así. Cada uno tiene su espacio, pero también habitamos el del otro. Sin embargo, creo que hay que tener muchísima precaución y saber llevarlo, porque la libertad tiene su precio. Hay que tener muy claro que uno está en pareja y que la relación no es de roomates.
Hace un tiempo pasamos por una etapa de distanciamiento. Nos dimos cuenta que nos habíamos alejado un montón. Pienso que fue porque cada uno se empoderó con esa independencia y, sin darnos cuenta, terminó por invadirnos. Para que este espacio, tan necesario, resulte, es importante aprender a manejarlo, ya que si no puedes perder bastante como pareja. En ese minuto fue muy heavy para mí darme cuenta de las consecuencias de esto, y ser consciente de que olvidamos que estábamos juntos.
Lo conversamos un montón e implementamos algunos cambios para mejorar la convivencia. Y ha funcionado. Estamos tratando de dormir mínimo tres veces a la semana juntos, pero hasta ahora, no hemos querido renunciar a la idea de piezas separadas. Hay que encontrar un balance entre la libertad y compartir. Se puede, pero siempre preocupándose de que este distanciamiento físico no se convierta en uno emocional. Implica más trabajo, pero si hay amor, se logra.
Si me pongo a reflexionar sobre los orígenes y el por qué me gusta tanto esta libertad, yo creo que es porque nunca la tuvimos. Nuestra relación partió teniendo hijos y pienso que la separación de piezas ha sido la manera simbólica de sentir que seguimos teniendo nuestro propio espacio y seguimos siendo individuos. Unos que se quieren y optaron por construir una vida juntos.
Beatriz O`Brien tiene 36 años y trabaja en el área de marketing en una revista masculina.