Barbie es sin duda una de los juguetes más emblemáticos que muchas —y muchos— disfrutaron durante su infancia. A fines de la década de los 50, comenzó a venderse en Nueva York, la muñeca diseñada por la empresaria Ruth Handler que se convirtió rápidamente en el emblema de la belleza americana pero cuya fama y popularidad, no solo se confinó a los límites geográficos de su país, sino que la llevaron a convertirse en un clásico infantil y adolescente a nivel global.
Afamada, entre otras cosas por sus infinitas facetas y estilos, un reconocido novio y sus controversiales proporciones (se estima que una muñeca Barbie a escala humana de 1.75 metros de altura tendría medidas de cintura y cadera de 46 y 84 centímetros respectivamente según información publicada por un documento de la Universidad de Chapman), en sus orígenes Barbie estuvo lejos de ser un personaje representativo de una adolescente o una mujer real. Y sin embargo, se convirtió en el ícono de feminidad de miles de niñas.
El Foro Económico Mundial estima que aún nos quedan 132 años de implementación y refuerzo de políticas de paridad para alcanzar la equidad en términos de género. Y, cuando se habla de estos temas, el foco suele estar puesto en el desarrollo laboral y profesional de las mujeres, su participación en cargos políticos y acceso a la educación formal. Sin embargo, existe una noción, con base en la evidencia científica recopilada hasta ahora, que propone que la brecha de género entre mujeres y hombres parte mucho antes. Con un concepto que se popularizó bajo el alero de la misma marca que vio nacer a Barbie. Se trata del Dream Gap o la brecha de sueños. Esta noción, definida según el OECD Forum como “la creencia limitante que desarrollan las niñas respecto a ser menos inteligentes que los niños”, impacta en sus elecciones e incide en las aspiraciones que tienen para sí mismas, algo que genera una notoria diferencia entre los logros con los que un niño se atreve a soñar y lo que una niña se limita a creer son futuros posibles para ella.
El amplio currículo laboral de Barbie
A casi 60 años de su creación y muy lejos del contexto socio político que la vio nacer, Barbie es hoy un referente distinto al de la adolescente plástica de cuerpo perfecto. Con cerca de 200 profesiones diferentes a lo largo de su vida, la reconocida muñeca ha ocupado roles tan diversos como médico, rapera, chef, policía y hasta candidata presidencial. Y esta multiplicidad de ocupaciones, talentos e intereses es quizás una de las contribuciones más grandes que Barbie ha hecho a la sociedad y, sobre todo, a las niñas que ha visto crecer.
Diversas investigaciones científicas han mostrado que las niñas, a partir de los 5 años de edad, comienzan a desarrollar pensamientos limitantes vinculados a sentirse menos capaces que sus pares hombres. En una investigación conducida por el profesor de psicología de la Universidad de Nueva York, Andrei Cimpian, que recopiló antecedentes de 192 niños y niñas, se logró comprobar que a esa edad las niñas ya comienzan a adoptar teorías de identidad en base a lo que otros les comunican como atributos propios de hombres o mujeres. A partir de estas nociones aprendidas, tanto ellos como ellas, tendían a asociar la inteligencia a un atributo eminentemente masculino. Además, uno de los estudios publicados por Ciampian en la revista científica Psychological Science, mostró que “la performance de los niños en distintas actividades fue afectada por la exposición a información que asociaba el éxito de esa tarea en particular con un determinado grupo social”. En otras palabras, frente al antecedente que los niños son buenos o mejores para ciertas cosas, las niñas no solo tienden a asumir esa información como cierta, sino que, además, genera un impacto en los resultados que lograrán obtener en la tarea en cuestión. Por razones como ésta es que, el amplio currículo laboral de Barbie —que la ha llevado en 3 oportunidades al espacio—, no es solo un dato curioso.
Carla Ljubetic, psicóloga y Directora Ejecutiva de la Fundación Niñas Valientes, explica que la brecha de género se tiende a asociar con una problemática laboral o que se da en el ámbito político. “Los avances en esta área, en general, se han focalizado siempre pensando en el mundo adulto”, explica la especialista. El problema, agrega, es que de alguna forma las consecuencias de estas brechas ya han afectado e impactado a las personas cuando se combate desde ahí. “Llegamos tarde”, aclara. La organización dirigida por Carla surge precisamente para relevar la importancia de abordar estas brechas y desigualdades desde la niñez y adolescencia. “A los 4 años los estereotipos de género ya se instalan y si no empezamos a trabajar en estas materias desde temprana edad, seguirán profundizando las brechas”, enfatiza. Y es en este contexto que el Dream Gap o la brecha de sueños entre niñas y niños se vuelve muy importante.
La especialista explica que, hoy sabemos que a los 4 años los estereotipos de género se instalan en la mente de una niña y que a los 6 años ellas ya comienzan a distanciarse de áreas como las ciencias y matemáticas producto de estos estigmas. “Entre los 10 y 12 años estas diferencias en los intereses y trayectorias educativas ya empiezan a ser definitivas y a traducirse en decisiones”, explica Carla. La información del OECD Forum lo respalda: en los países miembro de la organización solo 1 de cada 3 graduados de carreras vinculadas a la ingeniería es mujer. Cuando se trata de ciencias de la computación, la proporción de mujeres en el área es todavía más baja. “Tenemos evidencia clara del impacto que tienen los estereotipos de género y parte de ese impacto es el dream gap, que podríamos decir, funciona como base o sostén para el resto de las brechas y desigualdades de género que se presentan a lo largo de la vida de las niñas, jóvenes y mujeres”, explica Carla.
Porque la brecha no está en las capacidades reales, sino en las percibidas. El último programa PISA conducido por la OECD para evaluar la educación y la formación de los estudiantes en diferentes países, mostró que las diferencias entre los resultados obtenidos por alumnos y alumnas son marginales. “Las niñas de 15 años registran puntajes levemente menores que los niños en matemáticas y obtuvieron resultados pares en las áreas científicas”, explica el organismo. A pesar de esto, es a partir de esa etapa que comienzan a gestarse las brechas sobre todo en carreras STEM. Este fenómeno observado en el área de la tecnología es replicable a cualquier otro sueño femenino. Porque según explica Carla, el impacto del Dream Gap en el desarrollo de una niña es multidimensional y muy profundo. “Permea todas las dimensiones de la vida. Tiene impacto a nivel individual y psicológico, como la falta de autoconfianza de las niñas en sus propias capacidades en determinados ámbitos como STEM, pero también afecta en términos de autoestima y salud mental”, explica. La especialista agrega que se vuelve un factor determinante en las trayectorias educativas, laborales y profesionales —las carreras históricamente feminizadas también han sido las más precarizadas en términos de condiciones laborales— o la falta de opciones y redes para los roles de cuidado a nivel familiar, entre muchas otras consecuencias vitales.
Si bien la equidad de género es un tema que tradicionalmente se ha abordado en las instancias más formales a nivel mundial, paradójicamente parte importante de la solución está en subsanar la brecha de sueños. Un concepto que se vincula directamente a prácticas mucho menos serias pero no menos importantes como el juego. “Mayor representación, el rol del juego y de los juguetes inclusivos son una parte del puzzle de la equidad de género”, explica un documento de la OECD. Carla confirma que actividades lúdicas cumplen un rol clave y que los espacios de socialización y formación tanto formales como informales son responsables fundamentales para poder avanzar en que las niñas y adolescentes puedan crecer sin limitaciones impuestas por los estereotipos de género.