“Voy a sincerar algo por lo que puedo ser cancelada, pero supongo que este es un espacio para abrirse y mostrar, no sólo el lado lindo de cada uno, sino también nuestras sombras y esas experiencias que con el tiempo nos hacen crecer, aunque no nos enorgullezcan.

Durante muchos años de mi vida fui “la amante”.  Y no una vez, sino en tres ocasiones. Lo peor de todo es que conocía a sus pololas, eso era lo más terrible. No eran una mujer en el aire, a quien engañas y no te enteras: sabía perfectamente quiénes eran.

No entendía porqué, pero siempre me pasaba lo mismo: me terminaba enamorando de un hombre ya emparejado. Y no era solamente algo sexual, había amor involucrado, me hacían parte de su vida. No era que tuviera un affair y listo: me convertía en la segunda relación, una relación clandestina, con una adrenalina que lo encendía todo, porque siempre había que estar atentos a que nadie nos descubriera, era parte del juego. Pero para mí era más que un juego. Fueron hombres de los que me enamoré desgarradoramente, con los que tuve espacios de intimidad y confidencia, y por eso quizás aceptaba todo y me era tan, pero tan difícil salir de allí.

Esos amores los viví en silencio, sola, porque nadie supo de ellos, sólo mis dos amigas más cercanas. Me pasé esos años de juventud llena de rabia y de dolor de ver cómo para afuera estos hombres se presentaban como enamorados de sus mujeres, como parejas ideales para el resto, y paralelamente me miraban con amor y ojos cómplices. Era doloroso ver que ellos tenían una polola oficial y en segundo plano estaba yo. Escondida e insuficiente para subir a primer plano. Algo que secretamente siempre esperé, auto convenciéndome de que algún día ellos se darían cuenta de que estaban “atrapados” en su relación.

Yo no crecí en una familia en la que me enseñaran desde pequeña a valorarme y hacerme respetar, eso lo he ido logrando a punta de porrazos. Por lo mismo, cuando se trataba de amor, mi foco era sentirme amada por ese otro, y si eso significaba ser la amante, lo era. Quería sentirme amada a cualquier costo. Hoy ya doy vuelta la pagina sobre esa parte de mi historia, las cosas han cambiado. No solo para mí, porque logré dejar atrás esa forma de vincularme y hoy tengo una relación sana, honesta y transparente, sino porque veo cómo allá afuera se habla de sororidad y de apoyo entre mujeres. Yo no fui así en mi juventud, nadie me enseñó a respetarme y quererme, a darme valor por el ser humano que soy. ¿Entonces cómo iba a ser capaz de ver y respetar a esas otras mujeres que eran engañadas?

Ahora que tengo hijas me preocupo de entregarles esos valores que yo tuve que aprender pisando el palito, abandonándome en esas relaciones tóxicas, esperando amor y recibiendo sobritas de cumpleaños. A mis hijas hoy les entrego amor y les abro las puertas para que cultiven su amor propio desde pequeñitas. Trato de enseñarles la diferencia entre los vínculos tóxicos y sanos, porque quiero que ellas aprendan desde chicas a buscar lo que merecen, que no se den esa vuelta tan larga y dolorosa que me tuve que dar yo para aprender a respetarme y respetar a las demás”.

Carmen Soler es chef, y tiene 41 años.

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