Paula 1177. Sábado 4 de julio de 2015.
Pero qué rico huele este té", le dice Andrés Benítez (55) a su mujer cuando esta llega con una bandeja con dos tazas de porcelana y una tetera humeante que deja sobre la mesa de centro, justo al lado de un libro de Mario Testino de portada provocadora. El living de la casa del rector de la Universidad Adolfo Ibáñez parece dispuesto como para una revista de decoración. Hay unos sitiales enjuncados con cojines tapizados en tweed. Un chaise longue bauhaus de cuero negro. Sobre una mesa lateral, un atril con una revista de moda abierta en la foto de unas botas de montar. Flores frescas. Piso de parqué. En las paredes, cuadros modernos y retratos familiares antiguos. Pero lo que domina es una gran fotografía de marco dorado, en la que un hombre mayor aparentemente enfermo yace en su cama, y una mujer joven –¿la hija, la nieta, la amante?– lo abraza con ternura, bajo las sábanas blancas.
"Todo el mundo me pregunta quiénes son, como si yo tuviera que decir mi abuelo y una tía", dice Andrés Benítez, economista de la Universidad de Chile, que antes de llegar a la academia desarrolló su carrera en el periodismo: fue editor de Economía y Negocios de El Mercurio y director de Las Últimas Noticias. Una pluma de derecha y liberal, que hoy se pasea en sus columnas en el diario La Tercera por entre la contingencia política y económica y temas más livianos como las exigencias de vestuario que un importante estudio de abogados les impuso a sus empleadas o el choque de un borracho Arturo Vidal en su Ferrari rojo.
"Él es Lucian Freud y ella es la Kate Moss", dice apuntando hacia la fotografía. "Con mi mujer nos gustan las fotos: esta la encontramos en Londres y nos pareció distinta, bonita. Fue tomada cuando él tiene cáncer y Kate Moss lo va a ver. Me evocó una cosa como paternal. Pero hay amigos míos que dicen: 'así uno debiera morirse'".
El pintor y la modelo, la foto pareciera representar el arte y la frivolidad todo junto.
Creo que eso me representa harto a mí. Yo me muevo en los dos mundos. Hojeo desde revistas de moda hasta The Economist, una mezcla rara.
Una mezcla con la que experimentó como editor en Economía y Negocios de El Mercurio en los noventa, en pleno boom económico, cuando en la portada del cuerpo B comenzó a poner modelos, artistas, gente glamorosa, y fueron desapareciendo los empresarios vestidos de traje gris y los gráficos. "Pensé, a la gente que lee economía, también debe interesarle otras cosas". También inventó una columna que él escribía bajo el seudónimo de Gordon Gekko, el protagonista de la película Wall Street. "Era un tipo absolutamente yuppie y muy arrogante, que criticaba y se reía. Fue un hit. Eduardo Aninat, quien era ministro de Hacienda en ese tiempo, me dijo: Gordon Gekko es un maricón. Y yo le respondí: Gordon Gekko no existe. Lo hice porque quería ampliar el público y para entretenerme, porque me aburría. Mientras los periodistas iban a cubrir la bolsa y la Sofofa, yo me dedicaba a escribir estas otras cosas", dice sonriendo. Lo cierto es que la apuesta de Andrés Benítez por mezclar lo serio con lo que no lo es tanto, le costó el puesto en El Mercurio y emigró a Las Últimas Noticias.
En un país como Chile, tan dolorosamente desigual, la frivolidad podría aparecer como insultante.
¿Qué es ser frívolo? ¿Que te guste la ropa? A mí no me parece. Está lleno de gente en el planeta, muy seria en sus trabajos, a la que le gusta vestirse bien y otros a los que simplemente no les interesa. A mí me gustan las cosas bonitas, las casas, la arquitectura, los museos, la fotografía, la ropa. Frivolidad es no preocuparse de los problemas que tienen los otros, o el país. Frivolidad es trabajar mal, es muchas cosas, pero no que te guste la ropa. No soy un tipo que navegue indiferente por la vida. Hace treinta años que participo activamente de debates públicos, tomo la palabra, me arriesgo y me matan en twitter. No me siento frívolo, sino que más bien, una persona con más intereses que algunos de mis colegas.
Te debes deprimir bastante.
¿Por qué?
Porque Chile no se caracteriza por ser muy estético.
Te diría que a mí cada vez me gusta menos Chile.
¿Por qué?
Me encanta viajar, siempre me ha gustado y siento que es una especie de postgrado. Viajar es como ir al futuro. Si voy a Nueva York o a Londres, me habla de cómo podríamos ser nosotros. Pero resultó que tener 20 mil dólares de ingreso per cápita no significa nada más que vivir un poco mejor económicamente. No significa que tengas la cultura de los países desarrollados, la estética. Hay algo como en el origen que está mal acá. Vuelvo cada vez más lateado.
¿Qué te molesta?
En este momento me molestan los temas: son como repetitivos, no sé, llevo 52 columnas hablando de lo mismo. A lo mejor es culpa mía. Es como si estuviéramos atrapados en una cosa chica. Entonces sales y hay vida más allá de esto. Me da lata que la ciudad se ponga cada vez más fea, con menos calidad de vida. Si hasta el Transantiago está más feo. Partió con unas micros blancas con verde súper bonitas y ahora son de unos colores horribles. Me pregunto: ¿por qué en otras ciudades los buses son más lindos? No hemos conservado nada. Los edificios nuevos son más feos acá que allá. Me da la sensación de que nos desarrollamos, de que crecemos, que somos más ricos, pero cada día más feos. Lo único bonito de Chile es lo que no hemos tocado: la naturaleza.
¿Reina el mal gusto, entonces?
El mal gusto es un concepto raro. En Chile reinan las pocas reglas. Aquí cualquiera hace lo que quiere. ¿Cómo un señor va a instalar una torre como la del Costanera Center en la mitad de la ciudad? No hay un espíritu de ciudad. Andrés Benítez nació en Viña del Mar, la ciudad jardín, en una familia de derecha, católica, conservadora. "Son muy sencillos, muy familiares, súper austeros. No se enredan. No están preocupados ni de las modas, ni del consumo; así que no sé de dónde salí yo", dice riendo.
¿Quizás como respuesta a tus padres?
Puede ser.
Dice que fueron los viajes los que le hicieron despertar su gusto por la estética. El primero de ellos a los 15 años, cuando su padre lo mandó de intercambio a Estados Unidos. "Yo era tímido. El bicho de ver otras cosas me lo metió él", dice. Se casó joven. Tiene hijos de entre 26 y 5 años de dos matrimonios, el segundo con la arquitecta Magdalena Bernstein, que también aporta los suyos a esta familia ensamblada, condición que lo obligó a alejarse de la Iglesia Católica. "No podemos comulgar, no podemos confesarnos, somos como de segunda clase, y eso me dolió porque me consideraba un buen católico. Entonces, que de un día para otro me digan que vivo en pecado...".
¿Por qué te sorprende tanto, si la Iglesia siempre fue así?
Sí, pero parece que yo no cachaba mucho. Vivirlo es distinto. Ir a misa como invitado me da lata. Después vinieron todos los escándalos de la Iglesia y uno dice: ¿con qué ropa estos gallos me juzgan a mí, si yo tendría que juzgarlos a ellos?
UNA UNIVERSIDAD CUICA
En el mundo de las universidades y los rectores, eres bien atípico.
No sé.
No vienes del mundo académico.
No, en ese sentido, no.
¿Cómo te llevas con el rector de la UDP y columnista de El Mercurio, Carlos Peña?
Con él me llevo muy bien, le tengo mucho respeto y creo que es una persona muy inteligente. En cuanto a las universidades, estamos en la misma situación. Son dos universidades que les ha ido bien dentro del mundo privado. Él tiene una orientación, diría yo, hacia una universidad más pública, como la Universidad de Chile; eso le gusta más a él.
¿Y tú?
No. No veo a la Adolfo Ibáñez como una universidad pública, por nuestros orígenes: venimos de una escuela de negocios y hemos transitado hacia una universidad que ofrece pocas carreras pero todas muy vinculadas a los negocios.
¿Es una universidad para la elite?
Es una universidad para una elite, sí, porque es una universidad cara, y que recibe poco financiamiento, y las carreras que ofrece son un poco más de elite que otras. A mí me encantaría que fuera de la elite intelectual, ese es nuestro norte, sin importar de dónde vengan los alumnos, y con eso me refiero a origen social. Lo que pasa es que cuando tú vas subiendo los puntajes necesariamente te vas elitizando porque los puntajes, salvo algunas excepciones, están en los colegios particulares pagados.
¿No te produce contradicción educar a la elite y no abrirse más?
No tengo ninguna tranca por decirlo así: educar a la elite. Es bueno educar a la elite y ojalá educar a una elite más culta, porque yo creo que la elite tiene muchos problemas. Me imagino que tú te estás refiriendo a la elite económica, porque la elite cultural puede estar en cualquier parte.
A la crema de arriba de la torta. A los niños ricos.
Es un desafío interesante, porque esos niños, esas personas, van a seguir dirigiendo el país por mucho tiempo, hasta que no cambie todo, hasta que no mejoren otras cosas. Me parece un desafío interesante educar a los futuros dirigentes. El punto es que parte de esa educación y los intentos tienen que ver con una suerte de integración de estos grupos a otros sectores, y nosotros tratamos que sea así.
Casado dos veces, Benítez es de una familia de derecha, católica y conservadora: "no sé de dónde salí yo", dice.
¿Cómo?
Con becas. Tenemos mejores becas que en las universidades públicas. Un 20 por ciento de nuestros alumnos viene de colegios municipales o particulares subvencionados.
¿Cómo describirías a esta elite que educan?
Son normales, no creo que sean de una manera u otra. Lo que tratamos de hacer es abrirles la mente. Todos los alumnos de la universidad estudian Historia, Política, Filosofía. ¿Sabes lo que nos motiva? Formar ciudadanos. Personas que entiendan su país, que desde el sector privado puedan hacer un aporte a la sociedad. Si podemos hacer eso en esta supuesta elite que todavía es económica nomás –porque no han demostrado que sean la elite intelectual– creo que sería un gran aporte para Chile. Si nuestros empresarios fueran hombres más completos, con más visión, tendríamos la mitad de los problemas que tenemos hoy.
¿Como cuáles?
Siento que, en general, los empresarios no tienen una visión país, tienen una visión de la empresa y el país lo amoldan a esa visión. No hay un sentido de comunidad. ¿Por qué tenemos que hacer una reforma laboral? Porque bueno, a lo mejor han sido miopes en no tener mejores relaciones laborales, si no no habrían problemas. Me gustaría que las empresas, antes de instalarse en un lugar, hablaran con las comunidades, pero que no se las compraran. Me parece realmente insólito que haya empresas del grupo Luksic que le paguen a un parlamentario una especie de mesada como pasó con Jorge Insunza. Muchos han criticado a Insunza, pero a mí me tiene horrorizado, ¡horrorizado!, o sea, ¿qué estaban pensando en el grupo Luksic cuando le pagan a un diputado que preside la comisión de minería? ¿O el grupo Angelini que parece que le pagó el sueldo a Peñailillo, o SQM o Corpesca a Jaime Orpis? Lo que se ha demostrado es que la clase empresarial chilena anda muy perdida. Perdida en la forma cómo se relacionan con la sociedad. Los tenían comprados a todos. Tengo una visión muy crítica de los políticos que aceptaron todo esto, pero a mí me parece que el político es mucho más vulnerable. Y es algo que yo lo vinculo con la universidad, porque si nosotros fuéramos capaces de sacar otro tipo de empresario, creo que haríamos un gran aporte. Y ahí sí estaría orgulloso de educar a esta elite. Y me encantaría que se integraran más personas, pero hay gente que no quiere ir a la Adolfo Ibáñez.
"Me da lata que la ciudad se ponga cada día peor, más fea, con menos calidad de vida. No hemos conservado nada. Nos desarrollamos, crecemos, somos más ricos, pero más feos. Lo único bonito en Chile es lo que no hemos tocado: la naturaleza".
¿Porque la encuentran muy cuica?
Sí, porque es cuica, porque queda muy lejos, a los alumnos de escasos recursos les cuesta movilizarse.
Hay ciertos prejuicios con estas universidades.
¿Por qué?
Porque quedan lejos, porque no son diversas, porque siguen repitiendo los patrones sociales tan marcados en Chile. Nosotros probablemente tenemos el cuerpo de profesores más diverso que existe en una universidad en Chile, profesores que han colaborado con todos los gobiernos. ¿Qué es ser universidad? Si ser universidad es solo que los alumnos sean diversos, en ese sentido no lo somos. Pero sí nos hemos asegurado de que los alumnos estén expuestos no a una sola línea como lo hacen muchas otras universidades. Somos más diversos, incluso que la Universidad Católica. No hay ningún debate prohibido. Si hay una elección vienen todos los candidatos, si es del aborto, se habla del aborto. Perdón: no soy la Universidad de los Andes, que es de una congregación, o la Universidad del Desarrollo, que está más ligada a la UDI y a grupos de derecha. No pues. Somos una universidad, es cierto, vinculada a una familia, que es la familia Ibáñez, pero que en su interior es muy diversa. Yo creo que hay que reconocer esas cosas, porque si no uno queda como si esto fuera una especie de burbuja.
Una de las cosas que has criticado de Chile es el clasismo. ¿Cómo se enfrenta eso cuando se educa a la elite?
Tampoco hay que pedirle a la universidad que resuelva todos los problemas. Eso a mi juicio tiene mucho que ver con el origen y con cómo te educaron. No puedo cambiar a un alumno en cinco años: esto no es un milagro. Tenemos las típicas cosas, trabajos sociales, que bajen a Peñalolén, que los alumnos hagan preuniversitarios y sumen a la gente de Peñalolén a las clases. Tratamos pero el tiempo es limitado; no puedo dar vuelta la mente de un tipo en cinco años.
¿Pero la universidad no se trata también de eso?
No. La universidad lo hace, pero en términos profesionales. La universidad no es el colegio. El colegio, en ese sentido, es mucho más formador. Tú tratas de desestructurarlos, pero hay valores, principios, que vienen tan arraigados que es un proyecto muy ambicioso cambiarlos enteros.
"¿Qué es ser frívolo? ¿Que te guste la ropa? No me parece. Frivolidad es no preocuparse de los problemas que tienen los otros, o el país (...). No me siento frívolo, sino que más bien, una persona con más intereses que algunos de mis colegas".
NO PODRÍA SER MINISTRO
El primer trabajo de Andrés Benítez al egresar como economista de la Universidad de Chile fue junto a Miguel Kast en el Ministerio de Planificación de Pinochet, gobierno con el que simpatizaba. Su quiebre lo tuvo en el año 1985 tras el degollamiento de los profesores Nattino, Guerrero y Parada. "Ahí tuve un despertar. Ahí dije: no puedo trabajar acá. Ese atentado fue totalmente extemporáneo. Ya a uno le habían vendido la cosa de la guerra civil, pero esto fue mucho, como que no había ninguna excusa, así que fui y renuncié", recuerda. Joaquín Lavín, entonces editor de El Mercurio, se lo llevó al diario donde asumió en Economía y Negocios y dio vida a Gordon Gekko.
Anochece en Santiago y su calle, una más bien tranquila en el Barrio El Golf, está atiborrada de autos que apenas avanzan "Quizás este no fue un buen día para acordar una entrevista", dice. En unos minutos más empieza el primer partido de Chile en la Copa América. No es que le interese mucho el fútbol, ni que quiera ver el partido completo, aclara, lo que quiere saber es qué pasará cuando entre Michelle Bachelet al estadio; se ha rumoreado que el público podría pifiarla. "Ahora lo único que quisiera es que a la Bachelet le fuera bien. No soy partidario de ella y hubo un momento en que dije 'que no le vaya muy bien'. Pero llega un punto en que dices, no, esto está demasiado malo. Lo menos que quisiera es que renuncie, lo menos que quisiera es que este país se siga deteriorando. Me viene como un espíritu cívico. Como decía antes: la ciudad está descontrolada, los empresarios están descontrolados, este es un país fuera de control. Mi impresión es que este país está llegando a un punto en que uno no se puede poner ni como opositor ni como partidario".
¿Tienes un corazón piñerista?
Sí.
¿Qué opinas de que sus empresas están involucradas en el financiamiento ilegal de la política?
Me parece mal, de la misma forma que me parece mal que esté Luksic, mal con Délano. Él tendrá que explicar lo que hizo.
¿Te molesta su silencio?
Me molesta más lo que pasó que el silencio. El silencio es una estrategia. Piñera como los otros tienen que aclarar lo que pasó, por ejemplo en el tema de Chilevisión.
Su mujer trabajó en el gabinete de Sebastián Piñera y su hermana, María Ignacia, fue su ministra de Medio Ambiente, pero a él no le acomoda el estilo de trabajo 24/7 del ex Presidente. "No podía haber trabajado en un gobierno así. Probablemente no podría ser ministro de nada. No sé si estaría dispuesto, aunque sea por Chile, a decir durante los próximos 4 años 'no voy a hacer nada más que ser ministro'. Me da un poquito de lata. Es como congelar la vida. A mí me gusta pasarlo bien".
En Chile la gente es bien trabajólica.
No creo que estemos aquí solo para trabajar. Por ejemplo, si voy por la universidad a un viaje, siempre me quedo dos o tres día más, para disfrutar. Siempre me doy espacio para hacer deporte, para ir a ver una exposición y sobre todo para estar con amigos. No voy a nada en las tardes, no voy a ningún cóctel, voy muy poco a Enade, no ando en el circuito, en el jet set, es muy raro que salga en una foto.
Pero vas a Palermo.
Bueno, porque lo paso bien. Porque me gusta el polo. Descubrí una cosa, fíjate que Palermo es como la final de la Champions pero en polo. Está al lado, no es ir a Alemania a verlo, es ir a Buenos Aires y Buenos Aires me encanta.
Y en Palermo se ven mujeres muy bonitas.
Yo estoy casado con una mujer muy bonita.