Roxana Madariaga Cárdenas, profesora de la Escuela La Ramayana en Olmué, lleva 28 años a cargo de alrededor de 12 niños y niñas de primero a sexto básico; un número que cada año va en descenso. En su larga trayectoria como docente, y viviendo en esta comunidad de no más de 250 casas, ha visto cómo la sequía ha mermado el paisaje y ha modificado la forma de vida de sus habitantes. Recuerda que hace unos años, en el patio de la escuela, cultivaban junto a los niños y niñas un jardín, en el que ellos se hacían cargo de la huerta y aprendían a plantar y cosechar hortalizas y frutales, que además los abastecía de alimento. Hoy, ese patio es una tierra baldía. “Ya no hay nadie aquí que trabaje en su huerto propio. Tampoco animales, aquí eran mucho de cabras, cerdos, ovejas y tampoco ya se ve mucho. Ahora todo está seco, seco, seco, todo pelado”. Hace varios años recibían el agua desde una vertiente que corría llena - incluso se perdía, dice- que el vecino le convidaba a cambio de energía eléctrica, y que les alcanzaba para todo tipo de consumo. Hoy ya no hay vertiente, se abastecen de un camión aljibe con 5000 litros por semana, que les alcanza siete días justo, sin jornada completa, y cuidándola bien. “Los niños no la toman esa agua, ellos traen agua de su casa, hervida. Solo se usa para lavado de manos, para aseo y para esas cosas”. La huerta y los cultivos debieron dejarlos morir.

Roxana fue una de las tantas profesoras, profesores y directores de escuelas rurales de Chile que participó en el estudio “Educar sin agua: una realidad invisible”, de Fundación Amulén, que busca establecer cómo incide la carencia del agua en la educación rural, para visibilizar esta problemática que afecta diariamente a las escuelas. Para elaborar este estudio, se levantó la información de 11 regiones entre Arica y Los Lagos, permitiendo evaluar a más del 94% de los establecimientos educacionales en zonas rurales en todo el territorio nacional más afectadas por la crisis hídrica. Arrojó resultados alarmantes: el 40,4% de las escuelas rurales del país no cuenta con abastecimiento de agua potable, con lo cual más de 27 mil niños y niñas se han visto afectados en su calidad de vida y en la continuidad de sus estudios. Más de 760 alumnos pertenecientes a escuelas con suministro informal pierden más de 15 días al año de clases por consecuencia del cierre de los establecimientos por cortes o mala calidad del agua. Porque el problema no solo es la conectividad al agua, sino también la calidad de esta y los riesgos que eso conlleva. Entre el 45% y el 48% de los directores no saben si el suministro cuenta con resolución sanitaria, y un 34,9% de las escuelas rurales con suministro informal no utiliza agua potable para la manipulación de alimentos. Considerando, además, que el rol de estos establecimientos en las comunidades no es solo educar, sino también un punto de encuentro comunitario y de alimentación para niños y niñas, la situación se hace más dramática. La sequía inminente, la falta de derechos de agua, y el difícil acceso geográfico son algunas de las causantes de esta realidad invisible, que en un proceso político y social de búsqueda de derechos básicos, se vuelve prioritario empezar a mirar.

La realidad de la escuela de Roxana se repite a lo largo de Chile. Hace no mucho se hizo noticia otra escuela en Petorca que debió suspender el retorno a clases presenciales debido a la escases de agua, afectado a 127 estudiantes. El sector vive la peor sequía de su historia, producto no necesariamente del cambio climático, sino de la distribución desigual de derechos de agua que beneficia a la industria de cultivos de palta. Nicolas Quiróz, director de la escuela básica Fernando García Oldini, del sector Hierro Viejo, catalogó en la prensa la situación de sus estudiantes como una “violación sistemática” de los derechos básicos de niños y niñas. “Lo complicado es que en Petorca no sólo se está violando el derecho humano al agua, sino que también se viola el derecho a la educación, lo cual es inaceptable”.

Y la lista sigue. Paradójicamente, las zonas más desérticas de Chile no son las más afectadas. La región con mayor acceso informal al agua es Los Lagos, concentrando un 62,3% de las escuelas cuya fuente de abastecimiento es pozo, camión aljibe, ríos o vertientes, debido a la lejanía de las escuelas, en zonas donde no llega el agua potable. “No solo tiene que ver con el cambio climático, sino con los problemas de gestión. La institucionalidad y la gobernanza no ha permitido agua a todas las comunidades. En el sur particularmente pasa que estas comunidades viven más alejadas y son más dispersas, entonces no es rentable para el Ministerio de Obras Públicas abastecer de suministro de agua potable, se priorizan otras zonas que sí tienen una rentabilidad por la cantidad de gente”, dice Antonia Rivera, Directora de Proyecto de Fundación Amulén y quien lideró el estudio.

“La carencia de agua potable tiene una relación directa con la vulnerabilidad social. Está afectando en la calidad de vida de las personas, tanto en la salud, en lo económico, en la equidad de género y en la educación”, afirman desde la Fundación, en la cual reconocen que el gran problema en este último ámbito es que los estudiantes y docentes, en vez de enfocarse en enseñar y estudiar, están preocupados de resolver las condiciones mínimas y dignas para ello. “Dentro de su percepción, los directores y profesores ponían como número uno en prioridad de sus preocupaciones el tema del agua, por sobre el acceso a internet, la calidad docente y los resultados del SIMCE. Finalmente son ellos, en compañía de los apoderados y también de los niños, los que se tienen que hacer cargo de resolver este problema, son ellos quienes en caso de que no llegue el camión aljibe tienen que estar acarreando agua como pueden para asegurar la continuidad de los estudios de sus alumnos”.

La cantidad de testimonios que indican cómo incide esta falta de agua en la educación es alarmante. Como resume Antonia: “Estamos en el 2022, se está hablando de descarbonización, y aún hay colegios que pierden clases porque no tienen agua”.