La Real Academia Española (RAE), define al egoísmo como el excesivo aprecio de una persona por sí misma y que le hace atender desmedidamente su propio interés, sin preocuparse por los demás. En lenguaje coloquial “mirarse el ombligo”.

Mucho antes de esta definición, el concepto como tal no existía, pues, como muchos de los conceptos, son construcciones sociales. Y ésta es una más. Por allá por el siglo XVIII aparece la idea del ego, pues antes ni siquiera era un tema importante, pues no había tanta autoconsciencia, sólo se limitaba a algunos cultos y religiones. Y por supuesto a la élite. Con la aparición de la revolución industrial, aparece también el egocentrismo que conocemos actualmente. Desde entonces, pensamos que somos muy diferentes al resto y eso nos parece tan normal, tan evidente, tan humano. Sin embargo, en culturas más colectivistas, como las orientales, cuando se les pregunta sobre ellos mismos, no es inusual que te respondan que son igual a los demás. Y punto final, se acaba el tema de la conversación.

En la vida cotidiana manejamos muchas palabras con el prefijo ego (YO): Ególatra, egocéntrico, egoísta, lo que habla de esa individualidad.

Se han ido definiendo distintos tipos de egoísmos, como por ejemplo el egoísmo egocéntrico (¿redundante no?) que es el egoísmo evidente. Es el que genera una actitud que te aleja de los demás, donde soy incapaz de empatizar con otros y es un tipo de egoísmo fácilmente reconocible en RRSS. “Yo y mi tristeza por la crisis hídrica” “Yo y mi rabia contra el sistema político y la solución que yo puedo darle al país” así tenemos infinitos ejemplos al sólo dar un click.

Luego, distinguimos otro tipo de egoísmo que es el “consciente” del tipo “ayúdate primero”, tal como cuando el auxiliar de vuelo te dice “póngase la mascarilla antes de querer salvar al otro” básicamente, nos ayuda a sobrevivir.

Quiero detenerme precisamente en este tipo, que colinda con los peligros del excesivo autocuidado, donde pienso tantísimo en mí que lisa y llanamente dejo de ver al otro. Mi camino, mi sanación, mi verdad, mi deseo. Estamos en la era del autocuidado, que parece un pozo sin fondo, donde cada día aparece una nueva necesidad. Y es ahí donde la industria del autocuidado hace nata y crea necesidades de sanación, donde muchas veces, ni siquiera hay un problema.

Pero por otro lado, aparece la idea que el egoísmo es una característica deleznable, de la que desde que estamos en el jardín nos enseñan: “No seas egoísta, comparte” Recuerdo vívidamente la clase donde leímos “El gigante egoísta” de Oscar Wilde, en el que la profesora enfatizaba lo terrorífico que era comportarse de manera egoísta y nunca entendí bien esa satanización. ¿Desde dónde aparece este valor? ¿Por qué lo damos por obvio?

¿Por qué siempre medimos y se nos mide con esa vara? ¿Te hace peor persona no querer compartir? ¿Te hace vacío?

¿Siempre es malo ser egoísta? En la ficción, el egoísta siempre es el que queda solo, el freak, el que merece lo peor.

¿Qué pasa con esta característica que pareciera ser que todos la comparten (pero que pocos la practican)?

No tengo una respuesta desde mi disciplina, sólo creo que nos arrastra la marea de lo moralmente esperado y como si ser generoso, te convirtiera en mejor persona.

¿Podríamos hablar en otra columna sobre el generoso que espera una vuelta de mano? ¿no? ¿Es generoso realmente? Se me vienen mil ideas más a la cabeza.

* Dominique es Psicoterapeuta -sistémica, centrada en narrativas- y magíster en ontoepistemología de la praxis clínica. Se desempeña como docente universitaria y supervisora de estudiantes en práctica. Atiende a adultos, parejas y familias. Instagram: @psicologianarrativa.

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