Paula 1195. Sábado 12 de marzo de 2016.
Él, alto, con la barba, negra, tupida y las cejas y la nariz y la voz y las facciones y esas maneras algo divertidas, medio despreocupadas, algo inseguras, enredadas, con el hablar atropellado que delatan su pertenencia a la familia Gumucio, nos espera en su taller en la calle Julio Prado, vestido con un traje de lino azul con las bastas deshilachadas. Y a lo que uno entra es a un rectángulo de confusión y caos y suciedad y arte. A los tarros de pintura, de poliuretano, de barniz, a los frascos de pegamento y brochas tirados en el suelo que está chorreado con todos los colores y cubierto de pedazos de papeles, de fotos rajadas, de diarios, de cajas de cartón y hasta un molde de queque. Pero cuando uno levanta la vista, ahí colgados en la paredes están esos cuadros llenos de rebeldía que capturan, intrigan y que es imposible dejar de mirar.
"¡No mires!", grita Ignacio Gumucio. "Ninguna de estas cuestiones están terminadas".
Se sienta en un sillón, saca una mandarina del bolsillo, se la come, tira las cáscaras sobre una mesa inmunda, y luego de terminados los gajos, recoge las cáscaras y se las come también.
Lo que cuelga ahí son cuadros que termina y vuelve a terminar para la exposición que inaugura el 30 de marzo en el Museo de Artes Visuales (Mavi), donde también lanzará el libro La falsa modestia, en el que repasa los 20 años que lleva exponiendo, con textos propios y de la artista Natalia Bavarovic. Y donde también exhibirá sus propias películas, unos diálogos bizantinos entre profesores y alumnos sobre lo imposible que es hacer arte; Gumucio se gana la vida haciendo clases en la universidad.
"Tampoco soy miserable. No me estoy muriendo. Pero sé que el portonazo nunca me va a pasar y lo agradezco, encuentro que es terrible estar viendo las noticias y estar sintiendo que te puede pasar. Yo veo las noticias y me cago de la risa".
En los muros cuelgan sus clásicos sauces llorones, que nunca buscaron parecerse al árbol, sino que la forma surgió espontánea cuando jugaba a chorrear pintura sobre una tela: Gumucio quiere alejarse de las ideas a la hora de crear y volver al materialismo. "A la pintura, a esa cosa que cae y después se seca", dice. También hay retratos que desconciertan como uno del ex alcalde de Providencia Cristián Labbé y otro del lobbysta Enrique Correa con tres caras, que nace de la base de un famoso cuadro de Tiziano. "Puede funcionar que tenga tres caras porque es un tipo profundamente chueco", dice. "Pero no sé en qué va a terminar. Puede ser que en un mes más el guatón Correa no sea tan reconocible y se parezca a otra persona", dice.
¿Por qué quieres inmortalizar a alguien chueco?
Porque me fascina la gente chueca. Lo que me gusta de la pintura es que no tiene que ver tanto con las opiniones sobre el mundo, sino que con las ganas de saber más del mundo. Eso es lo que trato de preservar de la pintura. Porque uno ve de qué está hecha la cara del guatón Correa.
¿Y de qué está hecha?
De una cuestión media verde, otra medio roja, por ahí una cosa fofa y una cosa con carácter, pero al mismo tiempo con una cuestión sibilina. Qué sé yo. Pero eso es lo entretenido de la pintura, que congela tus opiniones, las destruye.
Hasta que no da el brochazo final, y el cuadro deja de alguna manera de pertenecerle, Gumucio es un artista inseguro. "Desde que empecé a pintar cuando era adolescente, no he podido deshacerme de esa sensación de estar hundiéndome. Nunca me he sentido lo suficientemente cómodo como para hacer cuadros que puedan decir algo con la voz completa, sino que apenas logro que el cuadro se parezca a algo", dice. "La situación del taller es siempre de desesperación. Tengo la impresión de nunca haber progresado, cada vez que entro al taller vuelvo exactamente a la misma situación de poca seguridad, de desamparo, de no saber en qué va a terminar, si lo voy a lograr. Cada vez que he hecho una exposición me pregunto si voy a poder hacer otra.
"SOY UN HARAGÁN"
Hablé con tu hermano Rafael.
Qué dijo el asqueroso. Me vas a torturar con mi maldita familia. Ese asqueroso Rafael vive desprestigiándome, ha sido su vida.
Me dijo que eras raro.
No encuentro, para nada. Además, mira de quién sale, ¿cómo lo encuentras tú a él? ¿Lo encuentras normal? No. Rafael, en realidad, no es tan raro. Tiene mucho sentido común. El problema es que le tocó un país sin sentido común, y entonces, claro, se ve como un excéntrico. Además, ¿qué es ser raro? Ayer vi una biografía de Lucian Freud en la televisión y no pude dormir pensando en que yo estaba cagado, porque el nivel de aburrimiento de mi vida es como asqueroso, porque ese huevón era loco-así-enfermo. No puedes competir con alguien como él.
(Se para del sillón).
No me encuentro nada raro. No sé lo que dijo Rafael.
(Camina de un lado a otro).
Me estoy empezando a enojar. ¿Soy raro en qué sentido?
(Se sienta).
Más bien soy el más aburrido de mi familia. Soy considerado muy práctico. Para el estándar de mi familia soy un maestro carpintero. Todo el mundo es raro y todo el mundo es tímido. Que se vayan a la mierda.
Ignacio Gumucio, en ese taller caótico y sucio, con esa tenida de dandy en decadencia no puede escaparse de su linaje. Su familia, un popurrí pituco, progresista, cristiano, rebelde y original ha estado presente en el arte con sus propios cuadros, en la literatura y el periodismo, Rafael, su hermano escritor, ha publicado varias novelas, y en la política: también es primo del precandidato presidencial Marco Enríquez-Ominami y su abuelo Rafael Gumucio Vives, fue un destacado político del siglo pasado, que transitó desde el Partido Conservador hasta la Falange Nacional, que ayudó a fundar la Democracia Cristiana, que más tarde se convirtió al Mapu y terminó en la Izquierda Cristiana. Tampoco puede escapar al hecho de ser nieto de Marta Rivas, una magnética socialité que culturizó a los hermanos Gumucio Araya a la fuerza durante el exilio en París. La abuela que Rafael inmortalizó en el entrañable libro Mi abuela Marta Rivas González.
"Había esta especie de pacto que habíamos hecho con Rafael: él iba a escribir y yo a pintar, como si nos hubiéramos dividido el mundo".
Ahí dice que ella fue la que dijo que ibas a ser artista.
Sí. Yo no tenía razones tan poderosas para estudiar Arte, pero esa era una. Y había esta especie de pacto que habíamos hecho con Rafael: él iba a escribir y yo a pintar como si nos hubiéramos dividido el mundo. Ahora, es una división un poquito irritante para tus lectores, una división muy de cuicos: nos vamos a dividir las artes.
Me dijo Rafael que ustedes eran como Nicanor y Violeta.
Ah sí, claro, y él queda como Nicanor y yo como una huevona con falda y con florcita. Pero no. Yo admiro mucho a la Violeta. Lo que pasa es que mi abuela tenía un sentido muy exacto del deber y la responsabilidad formativa. La pintura, la música y la literatura son artes en que alguien te tiene que iniciar. Y ella me inició.
Lo inició a la fuerza metiéndolo a un taller de pintura, a los 15 años, al que nunca iba. "Era en La Casa Larga, adonde iban las cuicas de izquierda, donde estaba el taller de Nemesio Antúnez, de la Gracia Barrios, de José Balmes. Todos eran viejos y yo el único chico parado frente a una mina en pelotas que había que dibujar; me daba vergüenza".
Quizás su único acto de rebeldía fue especializarse en Grabado en la Chile, y no en Pintura como ella hubiera querido. "Fue una prueba de imbecilidad. Yo estaba entre Fotografía y Pintura. Había que ir donde el encargado académico y decirle. Estuve todo el pasillo pensando: Fotografía o Pintura y cuando llegué adonde el tipo de dije: Grabado. No sé por qué", dice.
¿Todas tus decisiones dependen de tu abuela o tu hermano?
Sí, porque la vida no es de uno, es de los demás. Soy un convencido de que uno se va liberando un poco de los demás, pero es un poco. Uno nace acompañado. Mis cuadros no son para mí, son para el enaltecimiento del ser humano. Hacer algo para uno lo encuentro medio obsceno. Ya me parece obsceno estar en este taller mientras el resto trabaja.
Marta Rivas no solo lo inició en el arte de la pintura, sino que también lo ayudó a forjar su inseguridad. "Era muy terrible, yo resentía, porque me veía como un acompañante de Rafael, me minimizaba mucho. A veces era muy cruel. Rafael desde que tiene tres años que dejó de ser un niño. Mi papel en el mundo fue ser el niño que lo acompañaba", dice.
¿Ella te hacía sentir tonto?
Me hacía sentir tonto, claro. Bueno, tampoco era tan inteligente, tenía un poco de razón. Además, yo tenía muy poco que hacer en ese mundo aristocrático del que ella descendía. En cambio Rafael sí, él era un duque, el heredero, un tipo sofisticado, culto, que lee. Yo soy un iletrado.
Eres el primer filtro de sus novelas. Algunas se las has botado.
Eso es cierto. Él tenía la mala costumbre de pasarme los manuscritos, y yo que soy muy inculto, prácticamente todo lo que he leído en mi vida han sido cosas escritas por Rafael. Entonces me imagino que a él le interesa mi punto de vista porque soy increíblemente especialista en su tema.
¿Y qué papel jugaba tu primo Marco Enríquez-Ominami?
Marco siempre tuvo un puesto aparte. Injustamente bueno. No podíamos creer que fuera tan querido porque lo encontrábamos completamente imbécil cuando era chico. Él lo ha repetido muchas veces, por eso me atrevo a decirlo, pero lo encontrábamos lo más huevón del mundo, vulgar sobre todo: le gustaba Superman. Lo que pasa es que mis abuelos se impusieron hacerse cargo de su situación de huérfano, vivían mucho con él. Mi abuela se impuso también esta misma tarea cuando mis padres se separaron.
Pero una vez que creció, el papel que su abuela le había asignado a Ignacio Gumucio cambió. "Tenía que hacer sufrir a Rafael. A él lo destronaron, cayó en desgracia y me pusieron a mí. Ahí yo tuve mi edad de oro. Pero fui un poco un sustituto de Rafael.
También era un asunto de sanidad, mi abuela consideró que Rafael no podía estar siempre cerca de mí, si no se iba a convertir en un sicótico", dice.
Me dijo que soñaban los mismos sueños.
Sí, es verdad. A Rafael lo he pillado varias veces contando anécdotas que en realidad ya no sé si le pasaron a él o a mí. Además, dormíamos en la misma pieza, después nos fuimos a vivir juntos. Como Rafael es medio insomne, hemos tenido muchas conversaciones entre sueño y vigilia; es muy confuso. La voz, además, la tenemos parecida.
Han hecho intercambios. Como cuando su hermano trabajaba en La Nación y no soportaba llamar a los entrevistados. "No le daba miedo hablar con los tipos y decirles las insolencias de siempre, pero le daba miedo concertar la cita. Entonces yo tenía que llamar haciéndome pasar por él. Imitaba su voz y pedía las entrevistas. Una vez, cuando trabajaba en la Municipalidad de Santiago, mi jefe me pilló hablando con Piñera".
¿Y qué hacía él por ti?
Él me ha ayudado mucho artísticamente. Todavía me pasa que no entiendo exactamente lo que pinto. Durante mucho tiempo hicimos sesiones en que él iba al taller y decía esto no, esto sí, y esa idea de que la pintura no fuera mía, me envalentona, me ayuda. Lo que enferma un poco la vida del pintor es esta relación sicológica e íntima con lo que hace.
Suena el celular. Un sonido vibrante sicodélico. Contesta. "Rafael. Te quiero decir que no soy raro, huevón. No tengo nada de raro. (...) Me están enrostrando unas huevadas increíbles que has dicho. (...) Hay una libreta roja llena de pelotudeces que dices de mí. (...) Más que terribles, huevón, muy tontas y falsas. (...) Me has dejado como un enfermo mental, como un huevón raro. O sea, ya me gustaría ser así, pero no. (...) Y, además, todo pensado, por supuesto para subirte los bonos, huevón: el animal raro que está al lado del genio. Además, el asqueroso estái vendiendo tu novela de la abuela de nuevo. Está lleno de citas, me está diciendo en la página 45, dice esa gran novela... (...) Puta la huevá, wanna be free. (...) Sí, ¿pero dónde estái tú? ¿En tu casa? Ya poh, hagámoslo. (...) Perfecto en el Liguria de Manuel Montt a la una. Listo".
Corta.
"Dale. No sabes cómo me gusta hablar de mí. Ya. Qué más. Ya va a aparecer algo sorprendente", dice.
¿Fue doloroso vivir en el exilio?
No, doloroso es mucho decir. Es un poco siútico nomás, me da un poco de vergüenza, me carga cada vez que uno tiene que explicarlo porque quedas en un papel tan ridículo: mi infancia en París. Además, de vuelta en Chile vivía avergonzándome de este asunto del exilio. Nunca me he sentido confortable con esa situación.
Eres de izquierda, ¿cómo reaccionaste a la situación política ?
La reacción de muchos de mi generación es también una especie de saturación con la militancia. Tengo una enorme desconfianza al compromiso político. Me aburrí, pasé toda la juventud con esta labia rimbombante que es un poco lo que uno vuelve a ver ahora en el movimiento estudiantil. Estoy de acuerdo con todo, pero cuando me acuerdo de las reuniones: "lo que pasa compañero es que estamos confundiendo lo táctico con lo estratégico", me quiero morir. Quedé completamente saturado de estos tipos con tanta seguridad. Aunque mi generación de artistas es...
¿Medio fofa?
Sí, medio asquerosa, recibiendo premios de Eduardo Frei y con todo el entusiasmo, con esta mierda, claro, la plata, todo. Me reconozco de esa generación, pero me parece asqueroso, me parece mucho mejor la de ahora.
Y tu pintura, ¿cómo se inserta ahí?
Mi pintura no representa nada. No sé, más bien sí. Estuve todos los 90 haciendo cosas que tenían que ver con la banalidad. Y era feliz, me lucía. Chile era una cuestión medio perdida, y como a estos huevones lo único que les interesaba era estar en un mall, pintaba un mall, me quedaba increíble y todo estaba bien. Pero vino 2011 y todo fue terrible porque Chile dejó de ser completamente no interesante, todo era interesante. Y ¡ohh! traté de hacer una exposición tratando de subirme al carro y me di cuenta de que era incapaz de pintar esa cuestión. Llegaba al taller y decía "voy a hacer a Camila Vallejo sobre un montón de cenizas" y me quedaban ideas repetidas, fomes. Para soltar la mano agarraba un pincel, tiraba pintura y caía. Así se iba armando un sauce. Supe que hay cosas que no se pueden pintar, o por lo menos, que yo no puedo pintar.
¿Qué son para ti todos estos cuadros?
La pintura es la manera de acelerar las horas enormes. Pintando se me hacen mucho más cortas, y viendo televisión, lo mismo. La televisión es más fácil de explicar porque es una experiencia más universal, pero es parecido. Soy un haragán. Estos cuadros los he hecho con este dedo, la mitad del tiempo estoy sentado en este sillón escuchando música.
¿Cómo te va con la pintura?
No tengo éxito financiero. No puedo vivir de la pintura. Nunca lo esperé. No tengo demasiada expectativa.
¿Qué es el éxito para ti?
Plata, plata, plata. No. Plata, fama. No sé lo que es tener éxito. Oye, pusiste una cara odiosamente de sicólogo. Esa cara la cacho. Un silencio de como: usted rellene el término aquí.
Sobre el exilio: "doloroso es mucho decir. Es un poco siútico nomás, me da un poco de vergüenza, me carga cada vez que uno tiene que explicarlo, porque quedas en un papel tan ridículo: mi infancia en París".
¿No tener plata te importa?
Hay días que sí y días que no. Tampoco soy miserable. Pero sé que el portonazo nunca me va a pasar y lo agradezco; encuentro terrible estar viendo las noticias y sintiendo que te puede pasar. Yo veo las noticias y me cago de la risa, además me caen bien los tipos cuando están sacando el auto.
¿Crees que Marco sería un buen presidente?
Sí, puede ser. Lo que me parece que Marco hizo y es muy valioso es que se ha dedicado a deshacer algunas preguntas tramposas, que venían con respuesta incluida. Torcidas.
¿Y si se prueba que está metido en las platas ilegales de SQM, el yerno de Pinochet?
Lo encuentro terrible y no sé hasta qué punto está metido. Creo que ahí hay un asunto sobre cómo funciona la política que escapa de la pillería personal sino que es el sistema.
¿Te gusta la política?
¿A mí? Sí, pero no me siento cómodo con el poder, no me gusta tener poder en prácticamente nada. Soy un cagón.
Suena el celular. Un sonido vibrante sicodélico. Contesta.
"Rafael. (...) Sí. Voy saliendo".