A fines de la década de los 70, el médico gerontólogo norteamericano Robert Neil Butler habló en una entrevista para el Washington Post sobre la construcción de un condominio de edificios en un sector acomodado de la ciudad. Había resistencia de un grupo de vecinos a la construcción y el doctor Butler, al ser consultado, explicó que en este caso, el problema no era discriminación racial hacia los nuevos vecinos —un grupo de habitantes mayores y afroamericanos— sino etaria. Lo que se estaba produciendo allí fue lo que por primera vez se conoció como ageism o edadismo: Discriminación hacia personas en relación a su edad.

El término, que fue acuñado por Butler hace más de 50 años, es hoy ampliamente utilizado en las ciencias sociales porque se trata de un fenómeno que ha permeado todas las esferas de la sociedad. No solo afecta el ámbito de lo privado sino que también, lo público. Porque las personas mayores son víctimas de discriminación a nivel estructural y eso tiene repercusiones que van más allá de lo formal.

El edadismo se construye sobre los cimientos de la imagen eminentemente negativa que como sociedad tenemos de la vejez, asociada a una etapa de deterioro, vulnerabilidad e improductividad. Y esto hace que una de las manifestaciones quizás más serias de este fenómeno sea la vulnerabilidad en la que deja a los mayores que son vistas como personas de una categoría diferente en razón de su edad. De acuerdo con el informe Edadismo: Imagen social de la vejez y discriminación por edad elaborado por el Observatorio del Envejecimiento UC, uno de los efectos del edadismo o ageism es precisamente el maltrato y violencia que se ejercen contra las personas mayores producto de estas creencias nocivas respecto de la vejez. Y es que la situación de vulnerabilidad bajo la que viven muchas personas mayores es tal, que la Organización Mundial de la Salud ha tipificado el abuso contra este segmento de la población como una forma de violencia específica que considera las características, riesgos y la fragilidad propia de la vejez y lo ha denominado elder abuse o abuso a los mayores.

La OMS estima que 1 de cada 6 personas mayores sufren de algún tipo de abuso en razón de su edad y que no solo abarca el plano del maltrato físico. En Chile, según el reporte del Observatorio del Envejecimiento UC se estima que alrededor del 30% de las personas mayores en el país ha sufrido algún tipo de maltrato. El informe explica además, que el mayor maltrato se ejerce dentro de la misma familia, siendo el más predominante el de tipo psicológico (35%), seguido de la negligencia (9%) y el abuso patrimonial (8%).

Sara Caro Puga miembro del Centro UC de Estudios de Vejez y Envejecimiento, Ph.D en Psicología y Magister en Trabajo Social, confirma que efectivamente una de las características del maltrato en la vejez es la cercanía con los abusadores. Y que esa también es una de las principales dificultades al momento de identificar situaciones de abuso. “Lamentablemente son personas de confianza y la mayor parte de las veces hijos, hijas, parejas y cuidadores quienes cometen el maltrato”, explica Sara. “Y esto es lo uno de los aspectos que también ha sido estudiado en términos psicológicos como una de las causas del gran daño que produce el maltrato a las personas mayores”, agrega la especialista. Explica que, al ser perpetrado por una persona de confianza hay un vínculo muy estrecho de por medio que se quiebra. “Es una persona que además se supone que es quien te está cuidando. Te está entregando seguridad, confianza, te apoya en el cuidado del día a día incluso cuando se trata de personas con dependencia”, agrega Sara. En estos casos, los abusadores son quienes también han estado a cargo de resolver las necesidades básicas como la alimentación, la movilización e incluso la higiene personal. “Entonces que esa persona que realiza esas tareas te esté maltratando es súper difícil de comprender, en súper difícil de visibilizar. Incluso a veces a las personas mayores les cuesta mucho develar esta situación y les cuesta mucho denunciar porque hay confusión. ‘¿No será que yo estoy entendiendo mal?’ ‘¿Quizás lo que me está diciendo mi hijo en realidad es para mi bien porque cómo mi hijo me va a querer hacer daño? ¿Cómo él va a estar aprovechándose de mí?’”, comenta Sara.

En todos estos casos es muy difícil no solo lograr una denuncia sino que identificar que existe una situación de abuso ya es tremendamente complejo. Porque, tal como explica el reporte de la UC, la mayor parte del abuso no es físico y las secuelas tampoco lo son. Pero eso no significa que puedan pasarse por alto. Sara, quien además se ha especializado en diseño e implementación de políticas públicas para personas mayores, explica que precisamente un problema estructural en relación al abuso en la vejez está en el tratamiento de las consecuencias del maltrato. O la falta de este. “Hasta ahora tampoco tenemos espacios de reparación para las personas mayores”. La especialista explica que, a diferencia de lo que ocurre con el maltrato infantil, en el caso de las personas mayores no existen instancias que permitan el tratamiento de los efectos y secuelas que deja el abuso en las víctimas. Y si bien los recursos son escasos, la explicación más probable nos devuelve al edadismo. “Tenemos pocas políticas para las personas mayores”, comenta Sara. “Pero también hay una mirada edadista que influye mucho”, explica. “Porque en el caso de los niños tenemos una vida por delante que salvar o que reparar”. Pero en el caso de las personas mayores esa visión es distinta.

En el informe emitido por la UC, Paulina Osorio, antropóloga especializada en temas de vejez y envejecimiento, explica que otro de los efectos que tiene el edadismo es el de reducir a la persona mayor. “Ya no es un ciudadano con derechos y responsabilidades, es decir, no sólo se invisibiliza o se pierden determinados derechos, sino que también se invisibilizan sus deberes, convirtiéndolo en un sujeto pasivo y al que no se le escucha”. En el informe se explica que una de las consecuencias de esta mirada sobre los mayores es que los deja desprovistos y susceptibles a ser vulnerados. Sara Caro explica que no se trata necesariamente de que la vejez nos vuelva vulnerables, si no más bien de una sociedad que ha construido esa narrativa. “No hay algo que sea propio de la vejez como etapa de la vida que nos vuelva más vulnerables al abuso”, aclara. “Tiene más que ver con algunos hitos que suceden en esta etapa de la vida que como sociedad hemos considerado como títulos o situaciones que son de menos poder o de menos estatus, como por ejemplo salir del mercado laboral”, comenta. Y es que pareciera ser que la clave de la relación entre envejecer, vulnerabilidad y abuso está en el cómo vemos la vejez y no en la vejez propiamente tal. La vejez nos hace vulnerables porque hacemos una valoración negativa de esta etapa de la vida. “Si vemos la vejez como una etapa de pérdida de poder, de pérdida de estatus, ¿cómo esa persona va a reclamar o pedir que se le trate con el mismo respeto que a los demás?”, comenta Sara Caro. Y mientras nuestra visión de la vejez no cambie, combatir el abuso hacia los mayores seguirá siendo una tarea cuesta arriba.

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