En agosto de 2011 Magdalena Camps se enteró de que estaba esperando a su primera hija. Tenía 24 años, llevaba ocho meses pololeando, y le daba terror la reacción de sus cercanos cuando les contara. Al contrario de lo que imaginó, su mamá saltaba de la emoción al saber que iba a ser abuela. Tanto, que para la ecografía de las 12 semanas, y motivada por ver por primera vez a su nieta, la acompañó al doctor. Fueron también su pololo y su suegra. "Partimos todos juntos porque estábamos muy ilusionados de que conocieran a mi guagua". Pero estando ahí el ecógrafo les dijo que algo estaba mal. "Se me apagó el mundo. No me acuerdo demasiado bien de lo que vino después, pero sí tengo grabada la imagen mía bajando a pie las escaleras de la clínica y gritando como una loca".
La translucencia nucal y el hueso de la nariz no se veían bien, pero para tener una respuesta concreta debían esperar a la semana 17. Recién ahí tendrían certezas. Durante esas interminables semanas, Magdalena se aferró a la idea de un síndrome de Down o alguna enfermedad compatible con la vida. Fueron días de mucha angustia y tristeza en los que quiso estar tranquila y sola. En los que lloró hasta sentir que se le caían los dientes de dolor. Finalmente llegó el diagnóstico: Sofía tenía trisomía 18, trastorno genético cuyo esenario es tan incierto como amplio. "Obviamente lo primero que hice -aunque me habían advertido que no lo hiciera-, fue meterme a investigar en Internet. Me encontré con información demasiado morbosa, pero de a poco la pena se empezó a transformar en aceptación y fui aprendiendo a vivir con esto. Aunque todo indicaba que mi guagua iba a vivir poco tiempo, siempre mantuve la esperanza de que los exámenes estuvieran equivocados y me aferré a la idea de un milagro. Eso me hizo vivir un embarazo muy tranquilo en el que incluso evitaba ir a lugares con demasiado ruido porque solo quería estar en paz. Quería que la vida de mi Sofi fuera lo más tranquila posible".
Durante el embarazo, Magdalena asistió al menos una vez a la semana a la clínica a pedir que le hicieran ecografías. Verle la cara a su hija y verla moverse, la mantenía en pie. A las 38 semanas, le hicieron una versión cefálica externa -dar vuelta a la guagua manualmente- para estimular el parto, pero cuatro días después dejó de sentirla. En la ecografía siguiente el corazón de Sofía ya no latía. Y después de una inducción y un trabajo de parto de ocho horas, nació. "Era la guagua más linda del mundo. Pesó un kilo cien gramos y midió 33 centímetros, y no era como las guaguas con su enfermedad que yo había visto en internet. Salvo unos deditos montados, era una guagua normal, mi muñequita".
Se estima que cada año en Chile mueren más de dos mil niñas y niños en gestación o durante el parto. Todas esas familias que enfrentan la pérdida deben lidiar con un profundo dolor y con una ley que hasta ahora no facilita el proceso en términos burocráticos ni tampoco emocionales. Actualmente, no se permite la inscripción del mortinato en el Registro Civil, lo que implica que sólo pueden figurar bajo la sigla N.N "El sistema actual complica todo, y esa complicación se suma al dolor que se siente al perder un hijo. Con mi pareja perdimos a nuestro hijo de 36 semanas y cuando fui al Registro Civil les dije que se llamaba Sebastián. La persona que me atendió me dijo: `su hijo no puede llevar nombre porque no respiró, por lo tanto no es considerado persona´. Me indignó tanto esa agresividad que viene de parte de quienes llevan el tema, que con mi mujer empezamos a involucrarnos. Ahí me di cuenta de que existían varias agrupaciones y fundaciones que estaban activas en tratar de mejorar el sistema", dice el sociólogo Andrés Bodero, quien además debió pelear porque el sistema reconociera la licencia que le dieron a Paz, su mujer, que cayó en depresión tras la muerte de su hijo. "Para respetar el postnatal completo tuve que partir al Registro Civil de Recoleta -donde nació Sebastián-, y pedir el certificado de nacido muerto, que es básicamente un papel escrito a mano por un funcionario y que se demoran tres días en entregar. Todos esos trámites son muy dolorosos, en un momento en el que uno está de duelo".
La Ley Mortinato: Tu nombre es mi recuerdo, fue presentada en agosto pasado y tal como la diputada Marcela Sabat -una de las que apoyó y firmó el proyecto- lo señala, "este texto viene a cubrir un vacío legal en Chile, como lo es la imposibilidad de inscribir en el Registro Civil a niños o niñas fallecidos en gestación o durante el parto lo que, consecuentemente, no permite realizar la sepultura con un nombre ya que no les dan los apellidos del padre y la madre, quedando como un N.N (No Name)". "De aprobarse la ley, se creará un registro en línea que hará que todos los trámites sean más fáciles para uno como papá. Y lo más importante; le voy a poder poner Sebastián a mi hijo. Él no es un N.N para nosotros. Con su muerte quedaron en el aire ilusiones y sueños. Esta posibilidad no hace que se te quite el dolor, pero sí es un aliciente el hecho de que se reconozca que nuestro hijo era una persona", dice Andrés. "Para mí es importante tener documentos oficiales donde salga el nombre de mi hija, y poder inscribir a la Sofía en la libreta de familia. Quiero tener ese derecho", agrega Magdalena.
Actualmente, el proyecto está en segundo trámite en el Senado y ya se citó para votar en la Comisión de Derechos Humanos. "Me acuerdo que cuando fuimos a buscar a la Sofi a la morgue de la clínica para llevarla al cementerio estaba 'etiquetada' como N/N. Pudimos ver su nombre por primera en su lápida. Fue fuerte, hasta el día de hoy lo es, pero me gusta. Me gusta que en algún lugar su nombre esté escrito. Que aunque sea en el cementerio, ella sea alguien, que tenga identidad", dice Magdalena. "Mi Sofi no es una guagüita que se murió, no es una N/N. Ella está ahí, mi hija, la primera nieta, la hermana mayor, la Sofía".