En “El Banquete” de Platón, Aristófanes narra que al inicio de la existencia humana éramos seres completos con cuatro piernas, cuatro brazos y dos caras que miraban en direcciones opuestas. Desafiábamos a los dioses con nuestra fortaleza y orgullo, y por lo tanto, Zeus decidió dividirnos por la mitad. Desde entonces cada ser humano intenta desesperadamente reunirse con su otra mitad perdida, siendo el amor la búsqueda constante de la unidad original.
En 1987, Chile experimentó un año tumultuoso marcado por las protestas contra el régimen de Pinochet, la visita del Papa Juan Pablo II y el reconocimiento de Cecilia Bolocco como la primera chilena coronada como la mujer más bella del universo. A medida que diciembre llegaba con luces navideñas de fondo y la anticipación de un nuevo año, se percibía en el ambiente una sensación de renovación, cambios y jovialidad.
Unos días antes del 31, la familia de Gracia (20), una estudiante universitaria de Concepción, fanática de Madonna, fue invitada a pasar la víspera de Año Nuevo en la casa de unos amigos de sus padres. Aquella noche se preparó meticulosamente: arregló su cabello, se enfundó en unos pantalones blancos y se puso una polera adornada con lunares. Jamás imaginó, ni en sus sueños más fantasiosos, que en esa reunión, a la que asistirían obviamente otras familias, estaría el hombre con el que, actualmente, comparte más de tres décadas de matrimonio y con el que tiene tres hijos.
Al otro lado de la ciudad, Roberto, dos años mayor que Gracia, también había recibido una invitación para el evento. Sumergido en una serie de relaciones fallidas, al menos tres, se autodenominaba un romántico incurable. Siempre llevaba consigo un walkman y una colección de cassettes con baladistas como Lionel Richie, Air Supply y Phil Collins. Poniéndose los audífonos, se recostaba en el pasto de su universidad, dejando que su mente se perdiera en escenarios dignos de una telenovela llena de pasión y amores prohibidos.
Esa noche, en retrospectiva, recuerda que presintió que algo extraordinario pasaría. Para la fiesta, eligió una chaqueta de mezclilla, una polera roja con rayas que usó dentro de los jeans y zapatillas blancas. Su atuendo completo era nuevo, consciente de que la ocasión sería memorable y requería una apariencia a la altura de las circunstancias.
Las primeras personas comenzaron a llegar al evento alrededor de las ocho de la noche. Aunque la casa aún conservaba la decoración navideña, sobre una larga mesa que se extendía por el jardín había cotillón y estaba servido el ponche, vino y hasta champaña. En el salón resonaban risas y desde las primeras horas de la velada, los boleros ambientaban la atmósfera para los asistentes más adultos, quienes ya brindaban y compartían anécdotas destacadas del año que quedaba atrás
Gracia llegó al evento acompañada por sus padres y su hermana menor. Con casi un metro setenta de altura y unos zapatos de plataforma de última moda, hizo una entrada triunfante que provocó suspiros entre los jóvenes solteros. Además de su atractiva figura, lucía el pelo perfectamente rizado, un homenaje a su ídola, la reina del pop. Unos quince invitados se distribuían entre el jardín, el salón y la cocina. Pero como en las escenas de las películas, cada vez que Gracia salía al patio, Roberto entraba al baño, y si él estaba en la cocina, ella se sumía en conversaciones en el living con sus amigas. A pesar de la proximidad, las miradas de ambos aún no se habían cruzado cuando el reloj marcaba las once de la noche.
Incluso, mientras ella bailaba y dejaba sus mejores pasos en la pista, Roberto fue abducido por el dueño de casa, quien le hablaba de numerología y rituales que había aprendido en un libro New Age que le regalaron para Navidad. Y mientras el joven perdía la concentración entre las recetas para los baños de abundancia, la luz se cortó de repente y con ella se llevó la música y la fiesta.
Según recuerdan ambos, esa noche habría ocurrido un atentado en una planta eléctrica y por esa razón, el sistema tuvo una falla. O al menos eso fue lo que les dijo un vecino. Sin luces, sin música y sin tener idea de lo que estaba pasando, la dueña de casa se apuró en buscar velas y pilas para poner la radio. Gracia dice que es uno de los apagones más largos y oscuros que recuerda haber vivido, porque no fue sólo en las casas, sino que cuadras enteras estaban apagadas.
Las risas y los gritos se empezaron a diluir mientras se encendía la incertidumbre, y a cambio de eso, se instalaron los susurros y las suposiciones que hacían los más grandes sobre el incidente.
Mientras avanzaban los minutos -ellos recuerdan haber estado cerca de una hora esperando- los asistentes empezaban a renunciar al evento y de a uno iban dejando la casa. Cuando por fin la anfitriona consiguió velas con una de sus vecinas, ya eran más de las doce, y debido a la contingencia nadie se había dado el abrazo correspondiente con los buenos deseos.
El papá de Gracia creyó que devolverse a su hogar era una buena idea. La familia entera se subió al auto y siguieron escuchando la radio mientras cruzaban Concepción. Roberto caminó cerca de cuarenta minutos hasta su casa, completamente frustrado con el destino. El mismo que conspiró para que sus caminos no se cruzaran esa noche.
Esa celebración, o la ausencia de esta, se convirtió en una anécdota, y aunque algunos pensadores creen que el destino es el resultado de la búsqueda consciente del placer y la evitación del dolor, estos dos seres se volvieron a reunir. Diez meses después, en octubre del 88, la anfitriona celebró un cumpleaños en la misma casa en la que casi se conocieron, pero esta vez, sin ningún acontecimiento no planificado, Gracia y Roberto se miraron a los ojos y pudieron presentarse. Esa noche bailaron, hablaron de música, se recomendaron algunos cantantes y la química entre ambos era insólita. Según recuerdan sus amigos, y lo repiten hasta el día de hoy, había un aura especial que los cubría mientras hablaban entusiasmados de sus hobbies y sueños.
Antes de que se acabara la fiesta, la dueña de casa habló sobre el fallido año nuevo y ninguno de los dos podía creer que en esa misma casa, por culpa del apagón, estuvieron a punto de conocerse. Nunca más se separaron después de esa conversación. A los tres años se casaron, y hoy, instalados en Santiago, se sientan en el living de su hogar y recuerdan ese Año Nuevo. “¿Qué habría pasado sin el accidente? ¡Qué ganas de no haber perdido el tiempo!”, dice él. “¿Cómo no voy a creer en el destino, si al final de las cosas, terminó juntándonos igual?”, responde ella con una risa. “Él es mi otra mitad”.