El amor después de enviudar
“A Santiago lo conocí porque mantenía una relación amorosa con una conocida. Desde el primer momento en que lo vi lo encontré un hombre estupendo, pero jamás pasó nada entre nosotros. Siempre respeté su compromiso con la otra persona. Sin embargo, después de un par de meses, la relación entre ellos terminó y Santiago se acercó a mí para buscar ayuda para volver con ella. Con el pasar del tiempo, ambos nos enamoramos.
Antes de mi relación con Santiago estuve casada con Rafael, de quien estuve enamorada profundamente pero que, a través de sus mentiras y decepciones, hizo que la ilusión de nuestro amor se fuera perdiendo en los últimos años. Rafael, consumido por sus propios problemas, decidió decirnos adiós de la manera abrupta: se suicidó. Y a pesar de que nuestro amor fue intenso, éste no murió con su muerte, sino años antes.
Habían pasado seis años desde mi viudez cuando comencé mi relación con Santiago. Con él sentí cosas nuevas, un amor y dedicación que eran de las mejores cosas que había tenido en mi vida. Él era una persona de piel, muy cariñoso. La palabra atento queda pequeña frente a todo lo que daba por mí y por nuestro amor. Nos tratábamos con sobrenombres: yo era su mona y él mi mono.
Cuando llevábamos tres años de relación, Santiago me comentó que años atrás le había salido una masa y que nunca había ido a que un doctor se la revisara. Y resultó que esa masa era un cáncer grado cuatro. Todo lo que estaba sucediendo me hizo recordar inevitablemente lo que había ocurrido con Rafael. Sentí que el mundo se paró. Producto del cáncer, adelgazó y sus ojos verdes destacaban aún más. Con el pasar del tiempo su salud empeoró, no se sentía bien. Sin embargo, él no tenía reparos en venir a verme, aunque eso implicaba viajar al menos dos horas seguidas porque vivíamos en diferentes regiones.
Dentro de nuestras conversaciones hablamos sobre cómo sería cuando fuera el último día en que estuviéramos juntos. Yo le decía `no pienses en el mañana, piensa solamente en el hoy´ Lloramos juntos por eso, nos entristecimos, pero no había nada que pudiéramos hacer.
El tiempo que compartimos lo dedicamos solo a disfrutar, a vivir el momento. Yo lo acompañé varias veces a realizarse sus chequeos y aprovechamos todas esas instancias. Mis sentimientos por él siempre fueron inmensos y sé que él sentía lo mismo por mí. Ambos queríamos un amor más largo, pero lamentablemente el cáncer limitó nuestras posibilidades.
Con mi familia decidimos irnos de viaje al extranjero y Santiago me apoyó en todo. Me incentivó a viajar, disfrutar y conocer otros lugares. Nunca fue egoísta con nuestros tiempos, a pesar de todo lo que estábamos pasando. Cuando llegó el día de mi viaje Santiago se encontraba grave, pero él lo minimizó para que yo pudiese ir tranquila. Me dijo que solo lo habían llevado a la clínica para mejorar su respiración y que pronto estaría nuevamente en su hogar. Yo pensé que solo quedaría en eso, en un mal momento de su enfermedad y que cuando volviera estaríamos nuevamente juntos, pero al día siguiente de mi viaje falleció.
Me enteré de su muerte cuatro días después y fue horrible. Entré en shock y mi corazón se cerró. No lloré. Cuando le conté a mis hijos lo que había sucedido me ofrecieron volver a Chile, que ellos costeaban mi pasaje, pero me rehusé a ir a su funeral. Santiago tenía su propia familia y yo no podía evidenciar un dolor tan desgarrador frente a ellos.
Al volver a Chile pensé que lloraría, pero no pasó. Silencié el dolor y la pena, pero mi psiquiatra me dijo que debía expresar todo lo que estaba sintiendo, que debía visitar la sepultura y, ante la presión, decidí ir a visitarlo.
Habían pasado dos años desde su muerte. Cuando llegué a su sepultura lo sentí, sentí su presencia a mi lado y cómo me abrazaba. Fue una conexión tan real, que me alegré de estar ahí porque en el fondo él también estaba feliz de verme ahí. Antes de morir me dijo `mona, te dejaré con mi hermana un escrito con todo lo que me suceda antes de morir`. Nunca la he podido llamar. Lo he pensado, pero nunca lo he podido hacer.
Durante los ocho años que estuvimos juntos, Santiago me hizo una mujer feliz. Nuestra relación fue espectacular, tanto amorosa como sexualmente. Él fue un caballero y siempre tuvimos una comunicación abierta y buena, algo fundamental para mantener vivo el amor.
Mi amor con Santiago fue desinhibido, real y con una confianza única. En una de nuestras conversaciones me planteó que no quería que estuviese sola, que cuando él ya no estuviera yo debía tener una nueva relación, a alguien que me acompañara. Pero no puedo. Santiago dejó la vara muy alta y nunca podría encontrar un amor tan grande y maravilloso como el suyo. Pese a su muerte, mi amor por él sigue intacto en los recuerdos”.
Patricia tiene 69 años y es educadora de párvulos.
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