La PSU estaba a la vuelta de la esquina. El verano también. Y los planes. Como cualquier adolescente de 17 años, Nicole Duarte tenía muchos para su vida después del colegio. Lejos de las clases, del jumper.

Los dolores comenzaron en medio de la noche. Estaba casi dormida, pero eran demasiado fuertes. Tanto, que se paró de la cama para despertar a sus padres. La llevaron rápidamente a la clínica. Su hija había tenido un accidente cardiovascular que la arrastró hacia el coma.

“Cuando desperté, se dieron cuenta de que me había afectado el cerebelo”, cuenta Nicole, hoy de 34 años, cuya vida inspiró la película El despertar de Camila (2018), patrocinada por la Fundación Nacional de Discapacitados.

“Me había afectado el habla, lo motor, el equilibrio. Perdí la comunicación, no podía comer. Tuve que empezar de cero”, dice.

Salió de la clínica siete meses después. Había hecho buenos avances. Caminaba un poco mejor, hablaba más. Pero lo peor ni siquiera había empezado y Nicole lo sabía. Porque no alcanzó ni a rozar la libertad de la mayoría de edad antes de tener que depender de otro ser humano para hacer absolutamente todo.

“Vi la realidad al salir, fue sentir que no había otra salida, no había más caminos. Me fue mal”, recuerda.

Su familia insistió en que siguiera haciendo una vida lo más normal posible. Que no se hundiera, que se moviera, pero Nicole se sentía derrotada incluso antes de intentarlo. Iba a cumpleaños, salía con sus primas. Nada la motivaba mucho.

En una de esas salidas conoció a Roberto. Tenía 18 años, como ella. Estudiaba Mecánica. Él se acercó, pero ella se sentía pequeña: necesitaba ayuda para caminar, para comer. Le costaba hablar.

“Lo más normal posible”

“Nos hicimos amigos, yo pensaba que era imposible que pasara algo. ¿A quién le iba a llamar la atención así?”, dice.

Comenzó a recibir mensajes cariñosos de Roberto, emoticones. No se lo creía, tampoco le interesaba. “Estaba en otra”, repite.

Siguieron siendo amigos hasta que la relación llegó a más. Y ese nuevo amor, asegura, fue clave para su rehabilitación.

“Yo estaba muy mal, no creía que alguien iba a estar mirándome. Pero no fue así. Me escuchó, yo estaba depresiva. Me hacía reír, cambió mi percepción”, cuenta.

La rehabilitación física avanzaba, pero la mental pasaba por momentos oscuros. Nicole sentía que se sumergía a veces en un agujero del que no podía salir. Era más fácil, en ese momento, romper con todos. “Apartas y alejas a las personas. Les echas la culpa de todo. Yo estaba bien y a veces estaba destruida. Todo mal. Y él aguantaba eso. Me tiraba buena onda, fue mucho su apoyo”, cuenta.

También la rondaban distintos tipos de inseguridades. Por estar con él, igual de joven, pero sin ningún tipo de impedimento físico, dispuesto a cuidarla todos los días. “Era extraño al principio, pero al pasar el tiempo todo fue haciéndose más normal. Él fue conociendo más cosas de mí y yo me sentía más segura. También con sus amistades. Todos me cuidaban. Era más un tema para mí que para él”, dice.

Lograron llegar también a entenderse en el terreno de lo sexual, cuenta Nicole. Su meta era vivir la vida como cualquier otra persona. “Igual teníamos precaución. No temor, porque yo quería lo más normal posible, pero igual un poco de cuidado”.

Hoy Nicole y Roberto no están juntos. En el camino tuvieron dos hijos. Se llevan bien. Comparten la crianza como dos viejos amigos.

“Ahora que ya pasó todo, ya no es primordial para mí el amor en pareja. Pero en ese momento en que estaba muy, mal fue clave”.

Después de esa larga relación, Nicole persigue otras conquistas. Tiene metas con sus hijos, objetivos laborales. Hace un tiempo, trabajó en una gran empresa de cosméticos, y ahora quiere estudiar, tal vez viajar. “Prefiero disfrutar de mí misma, de mis hijos”.