El amor digital se siente real

Valentina Muñoz



“Pero el amor digital se siente real para mí”, canta Olivia Rodrigo en su canción inédita 21st Century Girl (Chica del siglo XXI), y puedo decir con total certeza que no solo habla por sí misma, sino también apela al sentimiento de toda una generación.

El lenguaje del amor en medio de la transformación digital es simplemente un universo nuevo: “Deben estar peleados porque se dejaron de seguir”, “borró las fotos con la polola, así que seguro no siguen juntos”, “subió foto con él, pero no lo etiquetó, seguro no es nada serio”.

Con las redes sociales, cada vez más personas publican sus relaciones o siguen de cerca el transcurso de otras. Subir fotos en pareja, etiquetarse en historias, enviarse memes y escribirse por mensaje directo, son algunas de las interacciones que muchos utilizan para conectar y demostrar la existencia de este tipo de vínculos. Incluso me atrevería a decir que todos hemos descubierto alguna vez que una pareja ha terminado por las ‘señales’ que ambos plasman en sus redes.

Así, el amor y sus demostraciones han mutado para calzar con este entorno. Entonces vale la pena preguntarse, cómo trazamos el límite entre el amor real y el amor digital ¿Es necesario? O, incluso, ¿se puede?

Según la neurociencia, el amor puede dividirse en tres categorías principales: la atracción sexual, el apego y el ‘amor romántico’. La atracción sexual es alimentada en parte por las hormonas sexuales (estrógeno y testosterona), mientras que el apego es fomentado por la oxitocina (relacionada al bienestar proveniente del contacto físico, como los abrazos y la lactancia materna) y la vasopresina. Por otro lado, el amor romántico provoca la liberación de diversos neurotransmisores, entre los que se encuentran la dopamina, norepinefrina y serotonina; relacionados al sistema de recompensa en nuestro cerebro.

¿Te suenan similares? Por supuesto. Y es que son los mismos que se liberan mediante el uso de las redes sociales. Y es que nuestros cerebros anhelan el ‘me gusta’ hasta un nivel de adicción. Sin saberlo, nuestra cabeza está entrenada para disfrutar de los clicks, emojis y comentarios positivos. De hecho, recientemente científicos de Stanford utilizaron escaneos cerebrales para medir las respuestas de los adolescentes en Instagram, revelando que los ‘me gusta’ iluminaron áreas asociadas a las recompensas, la cognición social y la atención.

De cierta forma, nuestro cerebro asimila las interacciones en redes sociales de la misma forma que el amor y por esa razón se siente tan real, pero ¿qué pasa con los otros aspectos que construyen el amor, como la atracción sexual y el apego? Si bien la atracción sexual puede desarrollarse mediante medios digitales, el apego tiene una base física que no es posible reemplazar de manera telemática.

La realidad es que los espacios digitales son una gran parte de nuestra vida, más aún en nuestras formas de relacionarnos con los demás. Y eso le da nuevos significados, connotaciones y desarrollos al amor.

Supongo que, así como luego de siglos de intentarlo aún no podemos definir qué es el amor, tampoco será posible definir tan fácilmente si el ‘amor digital’, o las interacciones y vínculos íntimos que generamos en línea puedan ser considerados como ‘relaciones reales’. Lo que sí podemos afirmar, es que nuestro cerebro las codifica como tal. Así que la neurociencia y yo apoyamos a Olivia Rodrigo.

Por mientras, continuemos el debate en relación al tema, porque el amor digital hoy lo vivimos en redes sociales, pero en cualquier momento lo estaremos viviendo con cyborgs o tecnologías de inteligencia artificial. Será en ese momento que tendremos que recordar con aún más fuerza cuáles son aquellas formas de amor que la tecnología, simplemente, no puede imitar.

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