Una conquista fácil quita al amor su validez; una conquista difícil lo acrecienta. Esta es la máxima de un famoso tratado del siglo XII que define las normas del amor cortés de la época. Una prueba fehaciente de que la idea de que entre más difícil es el amor, más profundo será el sentimiento, lleva siglos asentada. Y aunque podamos pensar que estas doctrinas de siglos pasados ya no nos representan, la fusión entre amor y sufrimiento aún se ve en nuestra cultura. Se ha perpetuado a través de libros, películas, series, música, y todas las manifestaciones del arte, en cada época. Una educación sentimental que ha influido en nuestros vínculos reales y nos ha enseñado que sufrir es inevitable en el amor y está directamente relacionado con la intensidad y la profundidad de lo que sentimos.

La psicóloga clínica Rocío Pedrero atribuye el origen del mito sobre la necesidad del sufrimiento a ese concepto de “amor romántico” originado hace siglos, que instauró en nosotros un conjunto de ideas insanas. “Esta cultura nos ha transmitido que hay placer en el sufrimiento, habitamos la creencia de que para conseguir el amor verdadero hay que sufrir mucho, aguantar mucho y hay que pasarlo muy mal”. La comediante y escritora feminista Paola Molina, autora del libro Confesiones de una soltera, agrega a su vez el peso de la tradición cristiana, y no solo en nuestras relaciones amorosas, sino en todo ámbito. “Hay una concepción del extremo esfuerzo, del sacrificio, como si la vida fácil no tuviera tanto valor. Una cosa media cristiana, de sentir que hace falta sacarse la chucha para tener al final del túnel una recompensa. En este caso, el amor”.

Aunque nos sorprenda la antigüedad de estas concepciones, aún presentan vestigios identificables en los contenidos que consumimos. Basta con revisar las letras de las canciones más escuchadas en el último año. Mon Laferte, en su canción Tormento nos habla de una relación violenta que la consume “(…)Por ti tengo una enfermedad / te estoy llorando / no te vayas tan pronto de mí (…) / necesito dejar de sufrir. O Maluma en su canción Hawai, donde interpreta a un hombre cantándole a un amor perdido: La foto que subiste con él, diciendo que era tu cielo (…) sé que fue pa’ darme celos / No te diré quién, pero llorando por mí te vieron. “Se hace fácil encontrar ejemplos”, dice Rocío Pedrero. “Culturalmente tenemos muchísimas manifestaciones de la errónea analogía de amor-sufrimiento y esto se sigue perpetuando en los guiones de novelas, películas, series e incluso en la música que escuchamos todos los días”. Paola Molina evidencia también ese sufrimiento no solo en las canciones que escuchamos, sino en las teleseries y en las comedias románticas que vemos. “La cultura pop es un reflejo de estas macro estructuras que nos marcan la norma. Se nos instala como normal ver películas y escuchar música donde la conquista tormentosa es la manera de conseguir el amor”.

Rocío, cuya terapia se enfoca en la violencia de género, señala también que el hecho de que la cultura siga perpetuando esta mirada sufriente del amor conlleva una educación sentimental muy dañina para las mujeres, que tiene como repercusión directa la violencia de género. Desde jóvenes hemos percibido y recibido en diferentes medios de nuestro círculo cultural, la “enseñanza” de que amar conlleva un sufrimiento que tiene relación con cuán profundo y real es el amor que siento, naturalizando relaciones insanas y de dependencia patológica. Si concebimos y aceptamos que el amor conlleva sufrimiento y dolor, probablemente nos cueste mucho salir de una relación violenta, esto en virtud de que se nos enseñó que hay que luchar hasta el final por amor y que como en las películas y series, después de este sufrimiento vendrá ese amor perfecto, por el cual estoy esperando y sufriendo. Pero este nunca llega y nos quedamos estancadas en relaciones malsanas que inclusive en ocasiones tiene finales fatales para las protagonistas”.

Paola Molina también observa estos estragos en la dependencia que produce el amor sufriente en las mujeres. “Es muy heavy que aún no asociemos el amor romántico a un problema que tenemos que resolver de manera urgente. La consecuencia para las mujeres puede ser incluso la muerte. Algunas por no tener las herramientas económicas, sociales, emocionales ni psicológicas no salen de relaciones que las violentan, simbólica, física y psicológicamente. Hay que cuestionar cómo se están dando estos vínculos y ahí la cultura tiene cierta responsabilidad, porque lo está perpetuando”.

Rocío piensa que estos temas, gracias al movimiento feminista, se han puesto sobre la mesa y comienzan de a poco a cambiar. Soy dueña de mi vida / de ahora en adelante no se me olvida (…) sé que tu manera de poseerme, dependiente, nunca me va a hacer feliz / porque el amor no duele, el amor no duele, canta Denise Rosenthal en su último disco, una canción que muestra cómo el cuestionamiento sobre estos patrones está generando cambios en la cultura. “Se está abriendo el debate sobre reinventar los vínculos, pasando de las relaciones de sacrificio a relaciones de reciprocidad y disfrute, poniendo como prioridad generar una buena conexión con una misma, para reconstruirse en base al amor propio”.

Este cambio no solo se observa en la música, sino también en las producciones audiovisuales. Las clásicas producciones de Disney dejaron atrás protagonistas como las de La bella y la Bestia o La Sirenita, que aguantaban toda clase de sufrimientos para llegar al amor. En las series y películas más vistas de Netflix, además, destacan algunas historias que no se centran en los dramas de pareja, sino en otros vínculos amorosos o tramas. Paola Molina observa que se está comenzando a ver una cultura pop asociada a un cambio importante hacia las concepciones del amor. “Hay muchas más películas o series, escritas por y para mujeres, donde se centran en otros vínculos amorosos, sin sufrimiento, en la amistad, el encuentro entre las amigas y la búsqueda del amor propio”. Sin embargo, dice Paola, la mayoría de los proyectos de cultura pop siguen siendo los que abarcan un amor romántico más tradicional. “Hay una cosa bien disonante todavía, ambivalente, entre los cambios que estamos queriendo y lo que estamos haciendo. Las teleseries, por ejemplo, siguen siendo puros dramas amorosos, donde todos sufren. Somos una generación visagra aún, es difícil dar el salto de una”.

¿Cómo podemos comenzar a cambiar estos paradigmas? Lo primero, dice Rocío, es tomar conciencia de ellos y trabajarlos en conjunto. “El análisis debe ser a nivel macrosocial, colectivo y con perspectiva de género, pues el problema del amor-dolor es social. Lo romántico es político; nuestros problemas, nuestros dolores, nuestros sufrimientos y nuestras alegrías son colectivas, es un asunto sociopolítico. Las mujeres no tenemos por qué sacrificarnos por amor, renunciar por amor, perder nuestra libertad ni aguantar por amor. Ya que, cuando amamos de una forma sana, nos vinculamos a la otra persona sin sufrimiento.