“Con mi ex pareja nos conocimos porque era del grupo de amigos de mi hermano grande. Aunque siempre me gustó cuando yo estaba en el colegio, en realidad nos conocimos mucho tiempo después y ahí empezamos a salir, hasta que nos pusimos a pololear.

Desde que partimos, sabíamos que probablemente nuestra relación no tendría mucho futuro. Yo siempre me he proyectado viajando y viviendo afuera de Chile, mientras que él nunca tuvo ese deseo. No solo por ser un poco más tradicional, sino porque tenía una hija y eso de algún modo te hace tomar otras decisiones. El rayado de cancha era diferente. Así que nuestro trato era: nos amamos, lo pasamos bien, así que estemos juntos hasta cuando tengamos que estar.

Cuando ya se abrieron las fronteras después de la pandemia, me fui 3 meses sola a Europa. Como no nos habíamos tomado vacaciones, en las últimas semanas se unió toda mi familia para seguir el recorrido, incluyéndolo a él. En el viaje, todo fue súper normal, estuvimos juntos en Barcelona y lo pasamos bien con mis papás, tíos y hermanos. Cuando ya nos teníamos que devolver, él se quedó unos días más en Madrid por el tema de la cuarentena, así que ahí nos separamos y nos volvimos a ver cuando ya llegó a Chile.

Me acuerdo que, a la semana, teníamos un cumpleaños de alguien en común, y él me dice: ¿Oye, te tinca que vayamos a una bar antes de ir? Y yo, obvio. Fuimos a un lugar en La Reina, pedimos cerveza artesanal y unas cosas para comer, y en eso, se me ocurre entregarle una serie de regalitos que le tenía guardados del viaje. Eran souvenirs de todos los lugares que había conocido, entre los que estaban unos vasitos de shots y unas cartas con las posiciones del Kamasutra que me parecían divertidas.

A penas terminé de entregarle todo, me doy cuenta que su cara se pone más seria y me dice que nuestro trato de amarnos y querernos hasta cuando fuera posible, ya no le estaba funcionando porque él quería ir más allá conmigo. Aunque más de una vez tratamos de conversarlo antes, nunca lo habíamos hablado en estos términos y tan abruptamente. Además, yo era más evitativa porque me daba mucha pena pensar en esta posibilidad. Al final, el viaje fue lo que empezó a pesar porque se dio cuenta que realmente yo sí me quería ir y él no iba a poder ‘darme vuelta’ para que me quedara en Chile, que yo creo que era su deseo interno.

Igual, yo tenía una sospecha que esto podía pasar porque varios en su círculo se estaban comprometiendo y justo cuando llegamos a Chile, su mejor amigo le pidió matrimonio a su polola. Ahí yo le dije a mi mejor amiga: me tinca que me va a patear, porque todos sus amigos están en esa onda y sabe que conmigo no puede. Ella me dijo que no creía, pero a los tres días de eso, terminamos: en un bar, con la mesa llena de regalos, yo llorando a mares, y de la manera más pública posible. Y es que todos al rededor se dieron cuenta que me estaban pateando. Fue tragicómico.

Yo creo que desde antes del viaje lo estaba pensando, pero quizás parte de él tenía la esperanza de que yo fuera a cambiar. Pero cuando nos encontramos en Barcelona, se dio cuenta que lo estaba pasando bien sola y que era un hecho que estábamos en paradas distintas. Que no era algo tan lejano como lo habíamos pensado al comienzo.

Al tiempo después me pidió que volviéramos, pero ya era tarde porque cuando terminamos, parte de mí se sintió liberada. Y es que me sacó un peso de encima porque no quería ser yo quien tuviera la última palabra. En ese minuto, obvio que lo estaba pasando bien con él, pero con la perspectiva del tiempo, creo que fue la decisión más sana para los dos”.

Valentina tiene 28 años.