Históricamente, las relaciones románticas heterosexuales han estado normadas por guiones culturales sobre lo que significa estar en pareja. Con nociones del amor romántico como que “el amor todo lo puede” o incluso que “el amor duele”, a las niñas nos criaron enseñándonos que debíamos encontrar a nuestra otra mitad, una que nos complete para ser felices para siempre. Así –y hasta no hace tanto– lo esperable para las mujeres en pareja era que volcaran su mundo hacia él, que ahora, siendo pareja, se transformaba en la piedra angular de nuestras existencias.
En nombre del amor vimos también cómo muchas mujeres que decidían formar una familia con sus parejas terminaban abandonando sus pasiones, carreras profesionales y su independencia económica para dedicarse a los cuidados de la familia, una expectativa tan normalizada dentro de este contexto como el mismo hecho de aguantar transgresiones. Por no romper el amor, por el qué dirán, por los hijos, por dependencia económica o emocional. Aguantaron para no quedarse solas. Pero no más.
El amor que queremos ha ido progresivamente cambiando, dicen las especialistas, a uno de igual a igual, donde la ternura y el respeto sean el pilar de un vínculo en el que ya no estamos dispuestas a dejarnos transgredir. Ya no tenemos miedo. Y es que la incansable lucha del feminismo ha rendido frutos, influenciando nuestras relaciones románticas.
La incansable lucha del feminismo ha rendido frutos, influenciando nuestras relaciones románticas.
Lo que hace 50 años la filósofa existencialista y feminista, Simone de Beauvoir, escribía como una profecía, hoy finalmente se comienza a materializar. “El día en que una mujer pueda amar, no desde su debilidad sino desde su fuerza, no para escapar de sí misma sino para encontrarse, no para rebajarse sino para afirmarse, ese día será para ella, como para los hombres, una fuente de vida y no de peligro mortal”, decía.
La deconstrucción del amor romántico: un despertar lento y progresivo
Carolina Aspillaga (@carolinaaspillaga), psicóloga y terapeuta de CIDEM, ha sido testigo en su consulta clínica del vigoroso interés de muchas en deconstruir sus antiguas nociones sobre el amor. “En muchas mujeres jóvenes hay un deseo de cuestionar y de salir de la idea de que la pareja debe ser nuestra relación más importante o de que hay que darlo todo por amor. Y es que el costo que este modelo de relaciones ha tenido para nosotras ha sido la desigualdad”, dice.
Fue precisamente gracias al rol clave que ha tenido el feminismo en este despertar lento y progresivo, que se han visibilizado las desigualdades de género tanto en la pareja como en distintos ámbitos de la vida cotidiana. Esto, asegura la especialista, le ha abierto la puerta a un mayor cuestionamiento respecto a temas como el lugar jerárquico que ocupa la pareja en nuestras vidas respecto de nuestros amigos o la manera monógama en la que nos vinculamos por norma.
“Ha habido cambios, pero son lentos porque cuestionar el modelo de amor romántico y la pareja tradicional es cuestionar también la distribución del poder, las formas de organización social y los caminos que hemos aprendido que supuestamente nos van a conducir a la felicidad, con esta idea de ser felices para siempre. Y eso es muy duro”, dice la especialista.
¿Cómo esto afecta nuestros vínculos amorosos?
“Cuestionar el modelo tradicional de amor romántico nos ha llevado a darnos cuenta de que estar soltera no es sinónimo de estar sola o que estar en pareja no es el camino hacia la felicidad. Hemos entendido, además, la importancia de reconocer tus propios límites y de terminar con la idea de que el amor todo lo puede. Creo que finalmente esto ha llevado a que muchas mujeres hoy esperan y exigen tener relaciones más igualitarias en todos los sentidos con sus parejas”, asegura Aspillaga.
Un estudio reciente realizado por un grupo de sociólogos españoles que buscaba entender el vínculo emocional en las nuevas generaciones reveló que la satisfacción personal es el objetivo principal al construir una pareja y no el matrimonio, los hijos o la seguridad financiera como antaño. “Hace cuatro décadas, la pareja se fundamentaba sobre cuestiones objetivas –la familia, la seguridad económica–; ahora, la base son elementos más subjetivos, emocionales y comunicativos; la satisfacción de ambos miembros”, dice José Manuel Jiménez, uno de los autores responsables de la investigación.
Si bien esta intención por cambiar la forma en la que nos relacionamos muy probablemente sea efectiva dentro del contexto de nuestras relaciones amorosas porque cada vez somos más conscientes de no dejar que se transgredan nuestros límites, lamentablemente, muchas veces nos encontraremos con cuestionamientos adicionales.
“A veces, este deseo de deconstruir nuestras nociones sobre el amor choca con la manera en que hemos sido educadas y con las presiones del entorno, que te dicen que a una determinada edad tienes que tener pareja, que si no tienes pareja te vas a quedar sola o que la soltería es algo triste. Es difícil, requiere valentía y coraje querer vivir de una manera distinta porque te ves enfrentada a cuestionamientos de tu entorno o de una sociedad que ha sido organizada en torno a que la pareja sea tu vínculo central en la adultez”, dice la psicóloga Carolina Aspillaga.
Relaciones igualitarias, hombres deconstruidos
Al momento de vincularse afectivamente, muchas mujeres esperan y exigen relaciones igualitarias. Eso para los hombres implica cambiar conductas y creencias que han tenido muy arraigadas en distintos ámbitos, como la sexualidad, la repartición de las tareas domésticas y de la carga mental y el tener que hablar de sus emociones, dice la especialista. “Hoy se presentan nuevas exigencias para los varones, que implican replantear y cuestionar cómo han ido construyendo su masculinidad y cómo la forma de organización patriarcal y los privilegios que han tenido históricamente han sido a costa de las desigualdades de género hacia las mujeres. En ese sentido, es importante que los hombres puedan ver los costos que para ellos ha tenido el modelo tradicional de masculinidad porque les permite ver estas nuevas exigencias no como amenazas sino como una oportunidad”, concluye.