El artesano cosmopolita
Este chileno radicado en París es un referente mundial del diseño hecho a mano. Sus piezas son destacadas en Vogue y sus creaciones se venden en Estados Unidos, Australia y Europa, en tiendas tan exclusivas como la holandesa Ay illuminate. Sepúlveda trabaja con artesanos de Túnez, Suazilandia y China, entre otros países, y crea junto a ellos objetos vanguardistas pero, al mismo tiempo, fieles a una tradición ancestral. Este es el camino de un hombre que salió de Chile a los 22 años y que gracias a su sensibilidad moldeó su destino.
Paula 1167. Sábado 14 de febrero de 2014.
La vida de Nelson Sepúlveda (61) está marcada por la creatividad, la intuición y el movimiento. Nació en Santiago, pero lleva más de 35 años viviendo en París, y en la última década se ha dedicado a viajar por todo el mundo para trabajar con artesanos fabricando los más diversos productos: lámparas en China, cerámicas en Túnez, textiles en Colombia, botellas de vidrio en Egipto. Lo que él hace es revisar técnicas centenarias y darle una nueva vuelta a su diseño, sin que en el proceso se pierda la esencia de cada artesanía. "Me interesa tratar de rescatar lo que queda de los oficios que se están perdiendo. Me gusta ir a sitios donde sé que puedo reparar algo. Cuando alguien me pregunta qué hago, le digo: 'yo parcho'. En Italia mis amigos me dicen que soy artista, pero en Francia encuentran que soy un traidor, porque vivo como artista, pero no lo soy", cuenta Sepúlveda, que este verano vino de visita a Chile a ver a su familia y amigos.
Nelson Sepúlveda no usa celular y salpica su español con palabras del inglés y del francés. Tiene la piel morena y arrugas curtidas por el sol. Aunque permanentemente está viajando por el mundo, la mayor parte del tiempo la pasa en su espacioso departamento en París, cuya decoración sencilla y acogedora refleja su natural talento estético. Desde que se fue de Chile, a los 22 años, Sepúlveda ha tenido que dar una gran vuelta para llegar a ser lo que es hoy: desde cuidador de perros y gatos en París a un exitoso maquillador y director de arte de una revista de decoración. A los 15 años entró a la Escuela de Bellas Artes en Santiago con la idea de ser arquitecto, pero terminó decidiéndose por Arte. Alcanzó a estudiar allí cuatro años; después del golpe del 73, la escuela cerró. En eso estaba, sin saber qué hacer, cuando tuvo la suerte de que dos amigas que vivían en Argelia le mandaran un pasaje para que se fuera a vivir a Europa. Y desde entonces, según él, la suerte ha ido marcando su camino. Primero estuvo en España y luego se fue a Francia, donde alternó sus estudios en la Escuela de Bellas Artes de París con trabajos de todo tipo que tuvo que hacer para sobrevivir: además de cuidar al gato y pasear perros, hacer aseo y leerle a una señora que se estaba quedando ciega.
Las lámparas creadas por Nelson Sepúlveda con artesanos chinos para la marca holandesa Ay Illuminate –con estructura de bambú y cubiertas con telas producidas en Suazilandia o Etiopía– se han convertido en una de sus piezas más conocidas en el mundo del diseño.
En París fue donde el destino le tocó la puerta definitivamente. Un día, mientras trabajaba como asistente del maquillador chileno radicado allá, José Luis Armijo, tuvo que reemplazarlo porque él no llegó. Aunque no tenía experiencia en esto, su talento natural con el uso del color deslumbró a los clientes. Y entonces se dio cuenta de que era bueno en eso y desde ahí no paró y trabajó con éxito durante dos décadas como maquillador para importantes revistas europeas, como Marie Claire. Pero con el tiempo se aburrió y decidió retirarse para buscar algo que "lo moviera por dentro", porque el maquillaje ya no lo motivaba. En menos de un año, fue reclutado como "futurólogo" por un estudio parisino para captar las tendencias y las modas por venir. Después de eso llegó a convertirse en director de arte de la revista Bloom, referente mundial del diseño y la decoración. Pero volvió a aburrirse y renunció. "Empecé a encontrar todo eso tan absurdo que estaba a punto de volverme el tipo más cínico del mundo", cuenta sobre esa época.
Sepúlveda en la fábrica de artesanía en bambú, en China, donde creó las lámparas para Ay illuminate. A la derecha, uno de los artesanos chinos durante el proceso de producción.
Luego de esas ajetreadas décadas, finalmente recaló en el oficio al que se dedica actualmente y en el que, como todo en su vida, el azar jugó un rol fundamental. Mientras trabajaba en la revista Bloom, se le ocurrió intervenir unos platos que había traído de Marruecos con fotografías de papas. La idea era hacer una producción inspirada en el cuadro de Van Gogh Los comedores de patatas, a la que llamó Antoine Parmentier, en honor a quien impulsó el consumo de la papa americana en Europa. A raíz de esto, en 2004 lo contactó el dueño de una fábrica de cerámicas en Túnez, que se encantó con los platos que vio en la revista, para que lo ayudara a dar un nuevo rumbo a su taller, sumergido en una severa crisis económica y creativa. Sepúlveda alucinó con la oferta. En menos de 10 días estaba instalado respirando el aire del Mediterráneo tunecino y creando junto a los artesanos locales una colección de cerámicas con una estética minimalista que causó furor en ferias internacionales de diseño, como la de Frankfurt y la de París. Y desde entonces no paró. Lo empezaron a llamar de talleres de todo el mundo y también de organizaciones internacionales para la promoción de la artesanía. En la última década, algunos de los objetos que ha creado se han convertido en piezas icónicas del diseño mundial, como la lámpara de bambú que fabrica junto a artesanos chinos para la reconocida marca holandesa Ay illuminate, que va cubierta con telas producidas en Suazilandia o Etiopía.
DE TÚNEZ A CHINA
"Cuando realmente te interesas en los artesanos, ellos quieren hacer lo mejor, quieren ir más allá. Pero como hoy en día se percibe al artesano solo como un ejecutante, tenemos casi siempre productos que están desprovistos de alma".
Siempre calzando las mismas ojotas y cargando sus cuadernos de dibujos, Sepúlveda viaja al encuentro de los artesanos de Asia y África, principalmente. Su método varía según la comunidad que visita, aunque suele pasar el primer día observando y aprendiendo cómo ejercen su oficio. "Comparto con ellos en torno a un plato de comida o a una conversación. Aunque casi nunca hablen mi idioma, siempre encontramos la manera de entendernos", cuenta. A Sepúlveda le gusta conocer primero cómo funciona el material con el que los artesanos trabajan y solo cuando lo descifra a cabalidad, les propone trabajar en conjunto los modelos que podrían desarrollar. "Yo trabajo con los artesanos porque ellos tienen todavía una cierta inocencia. Tienen la sabiduría del trabajo con las manos, que transmiten de generación en generación", reflexiona. Y agrega: "Cuando estos productos llegan a la ferias internacionales, yo veo cómo la gente se acerca a tocarlos atraídos por la increíble carga de humanidad y belleza que contienen. Un objeto súper simple puede contribuir a calmar un poco esa especie de inquietud permanente en la que vivimos. Creo que tomar un bol hecho de esta manera y sentirlo en tus manos, conecta a las personas con lo más primordial que tienen, porque el recipiente es uno de los primeros elementos que el hombre aprendió a hacer".
Una de las colecciones de cerámica que Nelson Sepúlveda ha creado con artesanos de Túnez.
En sus viajes por el mundo, a Sepúlveda le interesa tratar de rescatar lo que queda de oficios que se están perdiendo.
Cuando llegó al taller de cerámica gres en Túnez, lo primero que hizo fue sacar la basura que había alrededor del edificio para que los artesanos pudieran ver los cultivos de trigo y viñas que lo rodeaban. "Se veía hermoso. Era una especie de imagen bíblica que me conectó con mi infancia en Renca y Huechuraba, cuando todavía era campo", recuerda Sepúlveda. A las pocas horas de llegar, la espontaneidad y la calma con la que vivían los artesanos lo enamoraron. Y muy pronto, eligió a su equipo e instaló simbólicamente su mesa de trabajo en el centro de la fábrica, "en su corazón", dice. En 10 días crearon una colección de recipientes en tonos blancos con una "elegancia un poco nórdica" y un brillo propio del aceite de oliva que se produce en esa zona. En dos meses estaban presentándola en un stand de la feria internacional de Frankfurt y, aunque quedaron ubicados en un rincón, la línea de productos fue elegida por Vogue Alemania entre los objetos más destacados del encuentro. De esto ya han pasado 10 años, pero como lo hace habitualmente con cada comunidad con la que comparte, Sepúlveda sigue trabajando con estos artesanos tunecinos y gestionándoles nuevos proyectos para que la fábrica subsista y no tenga que cerrar.
Producción realizada por Nelson Sepúlveda en una casa tradicional del balneario tunecino de Hammamet, con una colección de productos desarrollados por artesanos locales, en la que se incluye una lámpara en junco y taburetes y platos que usan como materia prima al olivo, entre otras piezas.
Fue en esa misma feria en Frankfurt donde una vecina de stand le propuso que diseñara una lámpara con artesanos chinos para la marca holandesa Ay illuminate. Aunque se demoró en tomar la decisión de partir –estaba centrado en el trabajo en Túnez–, a los dos años se fue a China, a una fábrica de artesanía en bambú en una ciudad cerca de la frontera con Vietnam, y creó el que es hoy uno de sus objetos más emblemáticos: las lámparas de bambú. Cuando llegó a la fábrica –que según Sepúlveda estaba organizada con una lógica de trabajo muy rígida y estricta, propia del Partido Comunista chino–, llevó consigo solo una caja de zapatos. La abrió frente a los artesanos, saco dos nidos y dijo: "esto es lo que quiero explorar". Nadie entendió nada ni sabía cómo hacer lo que proponía. Entonces, con restos de materiales que encontró tirados en el piso construyó él mismo la primera lámpara. "Cuando vieron que había sido capaz de construir algo, que no se estaba desarmando, vinieron a ayudarme. Y me rodearon en un círculo para que les mostrara cómo lo había hecho. En un momento me paré a mirar lo que estaba sucediendo alrededor mío y todos respiraban y se movían como yo. Era como una especie de ritual. Había una energía increíble", recuerda.
"Yo trabajo con los artesanos porque ellos tienen todavía una cierta inocencia. Tienen la sabiduría del trabajo con las manos, que transmiten de generación en generación".
Como estas experiencias, Nelson Sepúlveda tiene muchas, en países tan distintos como Indonesia, Colombia o Marruecos, las que lo han llevado a comprender a cabalidad el proceso creativo y de producción detrás de la artesanía mundial. "Cuando realmente te interesas en los artesanos, ellos se motivan tanto para trabajar y quieren hacer lo mejor, quieren ir más allá, quieren encontrar soluciones. Pero como hoy en día se percibe al artesano solo como un ejecutante, tenemos casi siempre productos que están desprovistos de alma, de cariño", concluye. ·
Sepúlveda maneja y conoce diferentes oficios, como el trabajo textil, en cerámica y también en vidrio. En la foto, uno de sus trabajos en vidrio reciclado.
En estos jarros de vidrio, realizados por Sepúlveda con artesanos egipcios, se aprecia su inspiración en la figura del pájaro huaco mapuche. Esta forma se repite habitualmente en los objetos que ha creado en diferentes países.
Antes de la Revolución Egipcia, en 2011, Nelson Sepúlveda trabajó con artesanos especialistas en soplado de vidrio, que tienen sus casas y talleres en un lugar céntrico de El Cairo llamado "La ciudad de los muertos" porque es un antiguo cementerio. En la foto, Khaled trabajando con vidrio reciclado.
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