Paula 1180, Especial Aniversario. Sábado 15 de agosto de 2015.

Nieto e hijo de mineros, Eduardo Cruces (28) nació en Lota, Región del Biobío, y aún vive allí. A los 10 años fue testigo del cierre de las minas y de la decadencia física y moral de su pueblo, cuya cultura estaba totalmente ligada al carbón. Esa biografía nutre su investigación artística, que reflexiona sobre el feroz impacto de las decisiones económicas en el paisaje y en la vida de quienes lo habitan.

Aunque el lugar común dice que los artistas que viven fuera de la capital aspiran a instalarse en el circuito santiaguino, la trayectoria de Eduardo Cruces demuestra lo contrario. De hecho, en 28 años de vida, este artista de Lota ha viajado solo cuatro veces a la metrópolis: "No es que la rechace o no me guste; simplemente, nunca he mirado hacia Santiago", dice.

La primera vez que pisó la capital fue cuando su familia lo llevó a la marcha de los obreros del carbón, que presionaban para obtener garantías tras el cierre de las faenas, en 1997. De vuelta a la ciudad sureña, su padre minero se convirtió en empleado municipal, realizando trabajos de mantención urbana. Eduardo cursaba enseñanza básica en una escuela pública de Lota y su vida siempre había estado marcada por la cultura carbonífera: "Recuerdo el cielo teñido por el polvillo del carbón y los ojos de los mineros, que estaban delineados con el tizne negro. Mi papá llegaba del trabajo con los ojos así, como si estuvieran pintados".

En 2016, Cruces reunirá los elementos visuales derivados de sus investigaciones en torno a las ruinas del carbón y a cómo las actividades económicas afectan el paisaje. La muestra, que quiere montar en Lota o en algún pueblo cercano, incluye videos, grabados, fotografías, mapas y otros elementos.

Su familia, sus compañeros, sus vecinos todos crecieron escuchando las historias de las minas que a finales del siglo XIX fueron símbolo de progreso y riqueza, cuando la familia Cousiño era propietaria y acondicionó una ciudad entera alrededor del auge económico del carbón. Piscinas, parques, teatros: tal como ocurrió en las salitreras del norte, la comunidad obrera vivía en un micromundo, que incluía el ocio, la vida social y el consumo cultural. Pero todos sabían que los mineros eran sometidos a tratos injustos y sueldos de miseria, exponiéndose, además, a constantes epidemias y enfermedades. Junto con la primera central hidroeléctrica y el primer ferrocarril eléctrico de Chile, a comienzos del siglo XX Lota vio nacer las huelgas obreras más importantes en la historia nacional y, en adelante, la actividad minera no hizo más que decaer. En 1970, la Unidad Popular nacionalizó los yacimientos, pero no hubo forma de revertir la caída del precio del carbón. Finalmente, el gobierno de Frei puso fin a las faenas. "La ciudad se ha transformado en ruinas, la gente perdió sentido de vida, muchos se empobrecieron, se fueron o cambiaron de pega. Creo que la desesperación es la que ha hecho proliferar iglesias evangélicas en Lota", cuenta el artista. Consciente de la crisis de identidad que implicaba el cierre de las minas, a pesar de que era un niño, Eduardo quiso dejar un testimonio visual y le pidió a su papá el casco de minero para colgarlo en el living: "Lo regalé", contestó él, con total indiferencia. "Eso me marcó muchísimo", cuenta el artista. "Algo que yo creía tan importante, en realidad no era así. Mi propio papá me hizo volver a revisar y cuestionar la cultura en la que crecí".

Recién de vuelta en Chile, el artista decidió instalarse nuevamente en su zona y ahora trabajó con niños de una escuela de álamos, un pueblo cercano a Lota, a quienes les enseña a reconocer e interrogar su identidad, haciendo visitas a terrenos, sacando elementos de ruinas, realizando entrevistas y traduciendo todo esto a distintos formatos visuales.

Al salir del liceo, Eduardo ingresó a la Escuela de Arte de la Universidad de Concepción, lo que sus padres aceptaron sin ningún problema, porque querían que estudiara y que le diera un giro a la historia familiar. "Elegí esa carrera porque sabía que era un espacio para expresarme con libertad, más que porque me interesara pintar o dibujar", cuenta. De hecho, tempranamente comenzó a elaborar su obra, donde lo importante no es la imagen, sino el proceso de investigación. Lo que hace es revisar críticamente la historia de Lota, sus paisajes, gentes, relatos e imaginarios. "Me interesa hablar desde mi lugar, mi experiencia y mi origen obrero. Es también una forma de conocerme a mí mismo", explica. Este estudio es llevado a visualidad a través de fotografías, videos, mapas, documentos, objetos encontrados en ruinas e intervenciones directas sobre paisaje y construcciones abandonadas. Su trabajo se ha mostrado en feria Ch.ACO, Galería Metropolitana y Balmaceda 2015, entre otros espacios de Santiago. También es parte del colectivo Móvil, que realiza una serie de intervenciones en Concepción.

Grabado con residuos de carbón, materia de colección Chile-UE. Monotipia, 2014.

Fuera de Chile, la obra se ha mostrado en varios espacios de Suiza, país desde el cual el artista viene llegando y al que se trasladó, en 2013, directamente desde Concepción tras egresar de Arte, para realizar un magíster que duró dos años. Allá también se dedicó a visitar ruinas de faenas de carbón y montañas intervenidas por túneles industriales, realizando una serie de obras que profundizan sobre el violento impacto que ejercen los intereses económicos en el paisaje y la identidad profunda de quienes lo habitan.