El burnout parental es producto de la exposición a un estrés crónico que resulta en un agotamiento afectivo importante que reduce las capacidades psíquicas que permiten dar respuesta a situaciones de estrés en la crianza, con la disponibilidad emocional necesaria hacia los hijos e hijas.
De acuerdo con el primer estudio de burnout parental en Chile, el materno sería significativamente superior al paterno (Pérez & Oyarce, 2020), siendo distinto a algunos estudios practicados en Europa que no señalan una diferencia tan significativa como la que se da en nuestro país (Roskam et al., 2017). Esto tiene relación con diferencias sociales y culturales respecto de la corresponsabilidad parental y social. En Chile las madres siguen teniendo un rol central en la crianza de los hijos e hijas, muchas veces con escaso apoyo parental y social, asumiendo una multiplicidad de tareas, especialmente cuando se insertan en el mercado laboral.
A la escasez de apoyo social a las madres, habría que agregar, sin duda, el emocional, que provoca que a la sensación de agotamiento permanente se sume la desesperanza, aumentando los riesgos de depresión, especialmente, en el período perinatal y de crianza temprana.
Además de promover la corresponsabilidad parental y social desde las políticas públicas, es necesario afrontar el problema, generando en un corto plazo programas psicosociales que favorezcan el apoyo social y emocional a las madres en el momento más oportuno, esto es, en la etapa perinatal, que en sí misma es de “gran vulnerabilidad psicobiológica, mental y social, en la que la mujer requiere seguridad emocional además de la seguridad biomédica”, de acuerdo a lo dicho por directora del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental Sur de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, Mónica Kimelman, en 2022.
Ya hay experiencias en Chile que indican que el apoyo social y emocional disminuyen significativamente los niveles de estrés en las madres (Rodríguez y Flores, 2018), lo que favorece su salud mental con las consecuencias positivas que esto significa para el desarrollo de los niños y niñas.
En el caso de Fundación Emma, a través de sus programas por los que han pasado ya más de 700 madres, se ha evidenciado una notoria mejoría en sus niveles de estrés y salud mental. De acuerdo con el diagnóstico de los profesionales y test aplicados, el 88% logró bajar significativamente la sintomatología, favoreciendo la vinculación con su hijo/a y su empoderamiento.
Uno de los valores centrales que reconocen las madres en estos modelos de empoderamiento y que destacan en sus testimonios, es que dejaron de estar solas, se sienten en un lugar resguardado, libre de juicio y de prejuicio, recibiendo estrategias concretas para la resolución de problemas.
El cuidado a la maternidad entonces no sólo implica tener buenos indicadores de salud como los de mortalidad y morbilidad materna e infantil, sino también atender a las necesidades de la madre de manera integral. Así, “la mujer bien cuidada, con seguridad física y emocional, podrá tener a su vez la disponibilidad física y emocional para la configuración del sistema diádico madre-bebé, altamente empático y emocionalmente regulado, que le permite compartir estados afectivos. Desde la sintonía que alcancen las conductas y vivencias de uno y otro, se irá modelando el yo del bebé como un emergente que, descubriendo experiencias afectivas compartidas, irá desarrollando una personalidad sana”. (Kimelman, 2022)