En Chile, una de cada nueve mujeres padece de cáncer de mama. A nivel global, según informa la OMS, solo en el 2020 se reportaron más de 2.2 millones de casos y alrededor de 685.000 mujeres murieron como consecuencia de la enfermedad. Aunque el cáncer de mama es el tipo de cáncer más común y también la principal causa de mortalidad entre las mujeres, cuando es detectado de manera precoz, el pronóstico de cura es mayor al 90%.
Es ese, de hecho, el dato que muchas veces se deja de mencionar en las campañas que buscan generar consciencia al respecto. Y es que el uso de estas cifras, y del catastro mundial del impacto que tiene esta enfermedad, debería apuntar a educar al respecto a la población afectada, pero principalmente a la población sana, para así poder fomentar hábitos de salud que faciliten su temprana detección. Pero muchas veces, las campañas que se hacen al respecto fallan justamente en eso; primero porque ponen el foco en la prevención, y el cáncer de mama, como todo tipo de cáncer, no se puede prevenir, sino que se puede detectar a tiempo. Y segundo, porque visibilizan las cifras alarmantes y no el hecho de que ha sido cada vez mejor tratado y que los avances tecnológicos han favorecido enormemente.
Así lo explica Amparo González, psicóloga de Yo Mujer, corporación que busca entregar herramientas educativas y apoyo emocional para las mujeres afectadas y su círculo cercano. “Hay dos errores comunes en cómo se han utilizado o comunicado las cifras en las campañas que se hacen para generar consciencia respecto al cáncer de mama; el primero tiene que ver con que se apunta a que se puede prevenir, en vez de situar el foco en el hecho de que tan solo por ser mujeres y tener glándulas mamarias, ya tenemos el principal factor de riesgo. Es decir, no se puede controlar la causa de esta enfermedad, y por eso las campañas deberían enfocarse más bien en reforzar la idea de que lo que sí se puede hacer es encontrarla en etapas iniciales en donde la posibilidad de recuperación y curación es altísima”, explica. “Es importante aclarar eso porque sino el mensaje que se transmite es que las que se enfermaron hicieron algo mal, o en su defecto, no hicieron lo suficiente para prevenir”.
En segundo lugar, según desarrolla la especialista, el mal uso de las cifras puede llevar a atemorizar a la población y eso termina teniendo un efecto contraproducente. “En vez de fomentar conductas de salud positivas, genera temor y eso solo nos hace arrancar y evitar. Es por eso, entre muchas otras cosas, que las mujeres no se hacen la mamografía. Además de no tener tiempo y postergar todo lo que tenga que ver con ellas, les da miedo, dicen para qué y prefieren no hacerse los exámenes”. Por lo mismo es clave que las cifras vayan acompañadas de diagnósticos positivos, como el hecho de que décadas atrás no existía la tasa de recuperación que existe hoy y que solo va en alza. “La concientización debiese ir asociada a otorgar y facilitar herramientas y mostrar cuáles son los pasos a seguir. El cáncer es una enfermedad multifactorial con influencias tanto genéticas, ambientales, y/o factores de riesgo –tales como la obesidad, el sedentarismo y el consumo de alcohol, entre otros– pero que si se detecta temprano, se puede curar”.
A eso, la especialista le suma que la vivencia de esta enfermedad ha implicado para las mujeres en Chile una serie de desafíos. “Tanto por nuestra cultura mayormente tradicional y conservadora, como por la influencia de la iglesia y los roles de género, las mujeres tendemos a sentir que tenemos que apoyar a los demás y estar al tanto y al servicio de las necesidades de los que nos rodean. Nuestras necesidades personales, por ende, son postergadas. El mismo hecho de hacerse una mamografía queda relegado a un tercer o cuarto lugar”, explica. “Y esa es una de las razones por las que muchas mujeres encuentran su cáncer en etapas avanzadas. Pero no por eso hay que culparlas o hacerlas sentir como que fue su responsabilidad, cosa que como sociedad tenemos que aprender”.
A eso se le suma la dificultad de tener que redefinir su rol social y laboral por un lado, y de aceptar que son ellas quienes necesitan ser cuidadas. “Creemos que somos nosotras las que tenemos que estar atendiendo y nos cuesta mucho soltar ese rol. Creemos que si no estamos en esa, estamos siendo flojas, pero no es así. Tener cáncer de mama implica llevar una rutina cansadora emocional y físicamente. Por eso es clave definir el rol de la sociedad en tanto acompañar a estas mujeres. Muchas van a decir que se la pueden solas, pero pueden estar viviendo un proceso de dolor, pena, rabia y temores enormes. El desafío hoy para estas mujeres es aprender a dejarse cuidar, a dejarse querer y a entender que no son ellas las que tienen que ser el roble fuerte de la familia”.