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La sinopsis tradicional dice que El cepillo de dientes cuenta la historia de un matrimonio burgués con la obsesión de llenar el tiempo y escapar de la rutina. Pero este montaje de Jorge Díaz estrenado en 1961 –que por estos días se repone en el Teatro UC, a diez años de la muerte del dramaturgo– tiene lecturas infinitas. Como toda obra, se podría decir. Aunque es este quizás un caso emblemático. Más allá de la categorización que se le dio –como teatro del absurdo, aquel inspirado en Eugene Ionesco o Samuel Beckett–, El cepillo de dientes no solo marcó un hito en la historia del teatro en Chile al desencajar por completo al realismo acostumbrado de la época, sino que explora diálogos y acciones de aparente incoherencia, que construyen un mundo propio.

La versión actual la dirige Álvaro Viguera (Sunset Limited, Pulmones), cuenta con la actuación de Geraldine Neary (Happy End, Preciosas) y de Luis Cerda (Mateluna, Escuela, El curioso incidente del perro a medianoche), y reproduce prácticamente íntegro el texto de Díaz, aunque con la particularidad de musicalizar varios diálogos, sello que le otorga dinamismo y frescura. El y Ella, los personajes, se embarcan en curiosas conversaciones, discusiones y juegos, para representar –aquí otra sinopsis posible– la dinámica de comunicación o incomunicación que se enfrenta en la relación de pareja. Habla, finalmente, de una serie de situaciones contradictorias: el amor o desamor que pueden llegar a sentir por el otro, la rabia o la comprensión, el aburrimiento y la diversión, la impotencia y la fluidez. Nunca se termina de saber si está hablando de lo uno o de lo otro; una ambigüedad atractiva basada en la imposibilidad de entender lo que de verdad quiso decir el autor.

El cepillo de dientes tiene su público, aquel que se ríe a carcajadas, pero no es una obra para todos. Para muchos, los chistes de hace 50 años no siguen vigentes; ver una mujer ahorcada por su marido con el cable del teléfono provoca ira o por último malestar, más allá de que la respuesta sea que hay que medirlo en su contexto. Porque el teatro está hecho de simbolismos, y todo lo que se muestra en escena está sujeto a susceptibilidades. En este punto, también se podría pensar como un ejercicio de denuncia más que de indolencia, casi como Corazones rojos, de Los Prisioneros. No se sabe. Nada se da por cierto. Y aun así hay cierta lógica, lejos de lo absurdo.

Porque este montaje tiene un don, la gracia de la autopoiesis, por citar herejemente a Maturana: lo realmente interesante de El cepillo, más allá de focos y homenajes, es que se construye con un texto cuya incoherencia no es tal: la brillantez de Díaz está justamente en que cada elemento está puesto ahí para que el sistema se mantenga, funcione y viva por sí mismo. Con total coherencia. Hasta el 24 de junio en Teatro UC, Jorge Washington 26, Ñuñoa. De miércoles a sábado a las 20:30 hrs. $ 8.000 la entrada general.

*Este texto fue escrito en el marco del Taller de crítica teatral del ciclo Teatro Hoy, de la Fundación Teatro a Mil.