Hablar sobre buenismo me pone en aprietos. Primero, porque es un término muy nuevo y segundo, no todos parecen estar de acuerdo en su significado.
Si bien no tiene un origen concreto, sí se ha desarrollado en respuesta a cambios sociales, políticos y culturales. Desde religiones que han promovido la importancia de la bondad y la compasión, a movimientos de derechos civiles del siglo XX que buscaban la igualdad, el respeto por la diversidad y el fomento por la inclusión, que a su vez, generaron mayor consciencia sobre temas como la pobreza, el medio ambiente y los derechos humanos. Los seres humanos empezaron a darse cuenta que también tenían responsabilidad con las demás personas. Posteriormente, los medios de comunicación hicieron eco, en la difusión de ideas sobre compasión y bondad y he aquí los eternos “Chile ayuda a Chile”.
Lo cierto es que la RAE define buenismo como “actitud de quien ante los conflictos rebaja su gravedad, cede con benevolencia o actúa con excesiva tolerancia”. No sé si soy la única (no creo) que lea el sarcasmo de esta definición.
Fuera de esta definición, se entiende como una actitud que pone de relieve la bondad que percibimos de otros, muchas veces sin ninguna explicación lógica. Principalmente se usa en contextos sociales o políticos para dar cuenta de una forma de ver el mundo que enfatiza la compasión, la bondad y la aceptación de manera muchas veces desproporcionada.
Hasta aquí, todo bien.
Pero y ¿si vemos otra cara de la moneda del buenismo? Es común darnos cuenta del buenismo en personas que van adoptando posiciones en extremo conciliadoras, evitadoras de conflictos, sobreprotegiendo a los demás para evitarles el sufrimiento, relativizando el mal o evadiendo responsabilidades personales bajo la etiqueta “de hacer el bien”.
No pongo en duda que detrás del buenismo puede haber buenas intenciones, como el deseo de ayudar a los otros, sin embargo ayudar a otros, no implica ser ciegos de realidades incómodas, o que los límites personales se difuminen o incluso suprimamos las opiniones, para no ofender a los demás.
Y aquí me detengo: no tengo ni una posibilidad de saber a priori si una opinión que emita va a ofender a alguien. Es más, esta columna puede ofenderte y claramente no es mi intención, sin embargo, tampoco tengo la posibilidad de saber dónde te aprieta el zapato, qué de mis palabras pueden gatillar algo en ti o no. Hace unos días hablaba de este tema con una amiga y me decía “Dejé de opinar en RRSS porque siempre salta alguien a decir algo en contra y no estoy para eso. Prefiero reservarme mis opiniones. Los buenistas me tienen podrida”. Si bien, mi primera reacción fue estar de acuerdo con ella, porque no queremos sumar problemas gratuitos a nuestras vidas, sí me parece grave que no podamos opinar, sobre todo si no somos parte del maisntream. La respuesta es feroz, cancelable, funable, por muy insignificante e inocua sea tu opinión.
Si bien el buenismo es un concepto complejo que implica una idealización de la bondad y la compasión, no siempre los resultados son los deseados.
Puede aparecer como una noble intención, pero aplicado de manera poco reflexiva puede llevarnos a no sentirnos tan bien o a derechamente, no hacer el bien.
Por ejemplo, llevarnos a la negación de la realidad, que a veces es incómoda, dura. Ser buenista te puede dificultar enfrentar conflictos y resolverlos.
El buenismo excesivo a veces nos puede llevar a traspasar nuestros límites personales, que finalmente se traducen en un agotamiento emocional y a dejar de ser genuinos. Asimismo, nos puede conducir a una extrema complacencia y a ser ingenuos o incluso que no sepamos qué decisiones tomar, porque no sólo se trata de intenciones, sino también de abordar las dificultades que se nos presentan en la vida. Ser buenistas nos puede llevar a la hipocresía, comportarnos de manera superficial “sin mojarnos el potito” y adoptar pseudoactitudes altruistas. Y aquí me meto en otro problema que nadie me pidió que me metiera: el buenismo exacerba las desigualdades de poder, al promover el pensamiento que la bondad consiste en ceder todo el tiempo a las demandas de los demás, incluso pasándonos a llevar a nosotros mismos o a los demás.
Por último, cito a Brené Brown, académica que ha estudiado principalmente conceptos como la vulnerabilidad y empatía. “El buenismo puede ser utilizado como una forma de evitar el enfrentamiento con la propia vulnerabilidad y necesidades emocionales. Reconocer y honrar nuestras propias necesidades es fundamental para la autenticidad y la autoestima”.
Yo prefiero intentar hacer cosas buenas, aunque soy consciente, que no siempre lo logro
¿Y tú? ¿qué prefieres?
* Dominique es Psicoterapeuta -sistémica, centrada en narrativas- y magíster en ontoepistemología de la praxis clínica. Se desempeña como docente universitaria y supervisora de estudiantes en práctica. Atiende a adultos, parejas y familias. Instagram: @psicologianarrativa.