Sentir, pensar y hacer lo que queremos pareciera algo cotidiano, de todos los días, como cuando nos levantamos en la mañana y decidimos qué nos queremos poner ese día. Pero para algunas mujeres, las que sufren del síndrome de la ‘niña buena’ y cuya personalidad está basada en complacer a los demás con sus actitudes, esto no es así. Ellas piensan en cómo podrían agradarle al resto, en cómo podrían ser un poco más como la sociedad lo dicta. A muchas nos pasa. Y es que nos criaron en una sociedad donde nuestro valor estaba en ser sumisas, calladas y señoritas. Lo que la sociedad espera de nosotras, las mujeres, se transforma en un mandato ineludible cimentado en los estereotipos de género y las construcciones sociales. Somos cuidadoras, madres y trabajadoras, y sentimos culpa por descansar, por desear y concretar nuestros deseos.
A Consuelo Vergara (23) este síndrome la ha condicionado a tener que siempre ser la mejor en todo y a disponerse a ser y hacer todo aquello que su entorno espera de ella. “Mirando hacia atrás, veo que vengo siendo esa niña buena desde el colegio. Me tocó ser hija de alguien visible en el colegio, donde mi papá era profesor. Entonces sentía que tenía que ser un modelo; lo que yo hacía, se traducía en la reputación de mi papá. Nunca me porté mal ni hice algo indebido, yo no podía ser la persona que estuviera en problemas. Eso me llevó a restringirme mucho en cosas que no podía decir o con gente con la que no podía juntarme. Por ejemplo, no viví situaciones típicas del colegio, como hacer la cimarra. Era algo que ni siquiera estaba entre mi rango de posibilidades, el ser más atrevida y hacer tonterías, porque yo sabía que tenía una reputación que mantener”, cuenta. Esto también se amplificó cuando, en un momento de la época del colegio, Consuelo hacía resúmenes para las pruebas para todo su curso, incluso cuando ella no necesitaba estudiar porque ya se sabía la materia. “Sentía que eso era lo que esperaban de mí”, dice.
Si bien no hay una clasificación clínica de este síndrome, es decir, no está tipificado como un trastorno, la psicóloga clínica Pía Urrutia, asegura que en psicología se diagnostica popularmente el trastorno de la ‘niña buena’ cuando la paciente –porque en general son más mujeres las que lo sufren– se enfrenta a la imposibilidad de enojarse o a transitar emociones incómodas, categorizadas culturalmente como malas, como el enojo, la rabia, los celos o la envidia. “En el imaginario social las mujeres somos asociadas a una idea de infantilización, donde vamos a ser premiadas siempre y cuando nos manifestemos como dóciles y obedientes. Y es que, en realidad, Chile es una sociedad en donde se potencia el no llamar mucho la atención y ser muy expresivo o expresiva. De hecho, ser ‘quitadita de bulla’ es validado, premiado y mucho más deseable que ser quejumbrosa o rebelde. Tenemos que no molestar”, asegura.
Del origen de esta inseguridad que te hace pensar que si no actúas como la sociedad, y específicamente los hombres esperan, no te querrán, no se sabe mucho, pero sí se asocia a los patrones familiares y a la escuela. “Es muy probable que este síndrome se dé más en familias más conservadoras. La cultura cristiana enaltece muchísimo una imagen de mujer bondadosa que no piensa mal. En estos entornos se ve que se promueven y se felicitan estas características durante la infancia, incluso hasta la vida adulta. Y por otro lado, el colegio promueve y felicita ciertas conductas dentro de un marco rígido que esperamos de los niños y niñas, como que estén en silencio, que sean atentos y atentas”, explica la especialista.
A Consuelo le costó darse cuenta que estaba frente al ‘síndrome de la niña buena’. “Luego con el tiempo entendí que esto es algo autoimpuesto; es decir, hay un factor social externo que te exige, pero luego es una misma la que sigue autoexigiéndose. Comienzas a construir una narrativa alrededor de eso, decides adaptar esa narrativa para ti misma y vivirla según lo que piensas que la gente espera de ti”, reconoce.
El objetivo de esta autoimposición, dice la psicóloga, “es ser validadas en un mundo que promueve ciertas características muy patriarcales, donde no debemos molestar, porque cuando nos dejamos de comportar como niñas, ya no somos dóciles y nos enojamos, se genera en nuestro entorno incomodidad y desde pequeñas hemos sido socializadas para no generarla y condicionadas a que, para ser amadas y premiadas por nuestras familias u otros vínculos, debemos complacer”.
Después en la universidad, Consuelo tenía todas estas imposiciones que le decían que tenía que ser la mejor de la carrera, sacarse las mejores notas para poder conseguir una beca y liberar de cargas económicas a sus papás. “Me tocaron papás súper exigentes y estrictos en lo académico y pude haber respondido a eso de dos maneras: haciendo todo lo que me pedían y más, o rebelándome. Y yo nunca me rebelé. Y es que una niña buena no soporta equivocarse. A mi me cuesta mucho y me aterra hacer las paces con que me equivoco o con que haya una posibilidad de que mis decisiones sean incorrectas”, cuenta.
El resultado de una vida entera siendo ‘niña buena’, asegura Pía Urrutia, “es la incapacidad de poner límites en momentos en que necesitamos poder enojarnos, que nos permite salir de vínculos potencialmente dañinos, y la permanente tensión que genera habitar sólo desde emociones bondadosas y no de cómo somos realmente”. Esto, agrega, “pone en peligro a las mujeres porque la caracterización de ‘buenas’ nos deja en un lugar infantil, donde se generan dificultades para tomar decisiones por cuenta propia y se pierde la autonomía, que es muy importante para poder elegir de acuerdo con mis necesidades y no con lo que el otro considere deseable”.
Y aunque este mandato social parece invencible, no lo es. Darse cuenta es parte importante de la solución para romper el ciclo y ser libres, pero algo que realmente sana, concluye la psicóloga, “es generar relaciones en torno a otras dinámicas y no siempre desde el rol de ‘niña buena’, porque ahí te das cuenta y experimentas que el amor, el deseo y que alguien quiera sostener un vínculo contigo, no está condicionado con que tengas que cumplir con esos patrones, sino que estás en un espacio donde se te permite levantar la voz, quejarte, enojarte y reclamar”.