Cuando de chica oía la palabra descansar, no entendía cómo uno podía dejar de cansarse. Las palabras eran muy importantes y no entendía cómo se hacía. Crecí en una casa grande en los ochenta y siempre había que hacer algo. La palabra descanso se remitía a dormir y leer o ver televisión, el resto del tiempo era actividad: acompañar a mamá al supermercado, ir a scout, hacer tareas, ir a ver a la abuelita, los tíos, los primos. Sin embargo, nunca escuché la palabra cansancio en los adultos. Menos en los niños.
En la medida que fui creciendo y las exigencias académicas se fueron exacerbando, empecé a decirla y sentir que no tenía tiempo para nada.
Empezó a hacerse común hablar del cansancio y empatizábamos unos con otros. Pasábamos de largo estudiando, tomando café con coca-cola, un brebaje mágico que nos dejaba como loro en el alambre. Rendíamos nuestros exámenes y volvíamos a la casa a descansar, a reponernos y a carretear con los amigos.
Y es desde ahí que me gustaría detenerme a reflexionar, porque sostengo que la hiperdisponibilidad nos imposibilita -o al menos nos boicotea- el descanso. Las constantes notificaciones, no poder apagar whastapp, los mensajes de Instagram, no tener contacto cara a cara con otros, impide un descanso profundo.
Llega el viernes o un feriado y nos damos cuenta de que necesitamos un respiro, detenernos, dormir profundamente, recargar pilas. ¿Para qué?
En su último ensayo Vida Contemplativa el filósofo Byung-Chul Han se detiene en la reflexión elogiando el ocio. Refiere que hemos perdido la capacidad de no hacer nada absorbidos por la acción y el rendimiento, por una vida explotada. Dice que la inactividad es un problema que tenemos que remediar lo antes posible, que toda la existencia humana está siendo absorbida por la actividad. Es más, profundiza que la inactividad se entiende como una forma funcional a la producción, sería el versus de la actividad, se trataría de un tiempo muerto. A la inactividad le llamamos tiempo libre, un tiempo de descanso del trabajo, no un descanso.
No hablamos de inactividad, del paseo como un lujo, no ir hacia ninguna parte, despejar las ideas, darle un espacio a que no pase nada, para que pase algo, si es que pasa.
Sin embargo, cada vez soportamos menos el tedio, por lo que compulsivamente organizamos asados, almuerzos, juntas con amigos, fiestas, y nos perdemos la oportunidad de tener experiencias internas que pueden ser profundas y reveladoras.
La inactividad se entiende como una forma funcional a la producción, sería el versus de la actividad, se trataría de un tiempo muerto.
¿Qué es descansar? Mucho más que dormir, mucho más que ver series, mucho más que tener vida social. Descansar es conectar con algo distinto de lo que haces en piloto automático. Es conectar contigo desde el lugar que te sea cómodo.
* Dominique es Psicoterapeuta -sistémica, centrada en narrativas- y magíster en ontoepistemología de la praxis clínica. Se desempeña como docente universitaria y supervisora de estudiantes en práctica. Atiende a adultos, parejas y familias. Instagram: @psicologianarrativa.